Brigadas Emma Goldman
A riesgo de ser simplista: la mayor contradicción del trabajo es que éste no sea realizado, y a la vez, que el trabajo no venga a realizar al individuo. No hace falta hacer un tratado de economía para dar cuenta de esto. La pluralidad de acepciones que genera esta realización, o mejor dicho, esta concreción del trabajo como producto y como valor en el individuo, ha dado lugar a las más diversas corrientes económicas tanto liberales, socialistas, marxistas, econométricas y pragmáticas.
No obstante, así fetichizada la objetividad del análisis economicista, en verdad ha venido a ocultar la programática[i] del trabajo, y el universo vitalmente interactivo que le sostiene a partir de mujeres y hombres definidos en su actividad, siendo reificada, alienada, mercantilizada la actividad productiva por una brutal y absurda lógica consumista, es decir, relega el valor y el producto generados a un mero cálculo racional del mercado, no a la realización personal. De esta lógica, jamás hay stock suficiente por abarrotar, por acaparar; se empobrecen las filas de desempleados para pauperizar aún más su mano de obra y justificar su depreciación, en nombre de un valor ausente de iniciativa ética.
Por otro lado, el capital[ii], “la bestia de la propiedad” entra en contradicción con la evolución o progresión social, siendo incapaz de proteger a la civilización de su propia racionalidad inherentemente acaparadora, cosificadora, destructora. La división internacional del trabajo como hecho histórico concreto de relaciones mundiales de producción, es aprovechado criminalmente para especializar las instancias por las cuales se protege y reproduce el capital (bancos, escuelas, leyes, diputados, ejército y policía, principalmente) cuando en verdad la división social del trabajo responde en la medida en que conocimiento y técnica son generados a partir de la socialización. En pocas palabras, el capital entra en contradicción flagrante con el trabajo y la vida cotidiana, en contradicción con las expectativas del individuo y el valor, transmitiendo su racionalidad infecta, la explotación a todos los rubros de la organización e interacción social con que mujeres y hombres generan expectativas, valores en ello.
Basta decir de las propiedades anquilosantes del capital, dos cosas: que 1) necesariamente modifica, interviene, obstaculiza la concepción y disposición del valor, tanto económico como el axiológico, generado por las relaciones sociales, entre ellas, el producto y valor generado por el trabajo; y 2) el conjunto y subconjuntos de redes institucionales que cumplen la reproducción del capital son muy marcadas y perfectamente distinguibles. A partir de estos dos puntos, en este texto, se arguyen las inflexiones por las cuales el capital es necesariamente “antinómico”, “artificial”, necesariamente una contradicción para la realización del individuo a través del trabajo. Porque si el valor del trabajo ha sido desarraigado de su condición ética y política, si el trabajo ha sido conducido sesgadamente por la racionalidad institucional, es que participan regulaciones paraestatales con códigos normativos bien distinguibles y solapados por el derecho, por el imperio jurídico, con ninguna función este imperio más que fungir un universo meramente interpretativo. La abstracción jurídica precisa de una hermenéutica imprescindible para desmenuzar sus mitos, y hacer parecer más real a la realidad en torno al hecho como estado positivo y objetivo de la verdad. De hecho, la aparición histórica de las paraestatales justifica la aparente difuminación del poder semióticamente distribuido por el que apunta Foucault y Deleuze en toda su hermenéutica, mientras que una sociología del conocimiento haría visibilizar las condiciones históricas de la paraestatalidad como fundamento burocrático de la administración de la vida social. Jamás lo olvidemos: el enemigo es el capital y el estado en sus representantes.
La defensa del trabajo justamente es una de las resistencias a las contradicciones del capital allí donde se ejerce el capitalismo para sostener falsamente la producción y el modelo social de esta lógica civilizatoria, la capitalista, redundantemente deficiente y monopólica. No obstante, esta defensa es, en definitiva, una lucha política. Si entendemos de la acción política la facultad de tratar nuestros asuntos humanamente compartidos como población, como habitantes en un contexto y en un medio ambiente determinado, menos que un hecho natural de la condición humana como así justifica Aristóteles y el iusnaturalismo, es un constructo apenas en evolución junto al resto de especies que han solucionado de mejor manera su organización social, apenas tratando el “apenas sapiens” de establecerse con su nicho autodestructivo, aún, junto al resto de nichos ecológicos que nos rodean y ya no pueden pasar inadvertidos.
Se entiende pues, el desprecio a las políticas institucionales, pero en verdad no es justificable el abandono de la acción política. En tanto la defensa del salario y su incremento, la defensa de los contratos colectivos, de las condiciones de seguridad para efectuar el trabajo, atención médica, socialización de utilidades, inclusive las asesorías jurídicas en favor a los problemas del obrero, aun en sus claroscuros, incluyendo el sabotaje a la producción y al patrón, de no ser posibles estas acciones la contradicción del capital habría ganado por partida doble. La defensa del trabajo ocupa uno de los principales focos de resistencia contra la avanzada plutocrática por cuanto las condiciones y prerrogativas del trabajador son totalmente inalienables, esto es, no son concesiones mucho menos el bienestar, las que legalmente se puedan ceder ni pueden ser objetos de especulación alguna.
Con el curso de la historia hemos podido constatar los diferentes actores históricos que han venido emergiendo, no exclusivos a la defensa del trabajo. Lo que es más, los actores históricos del último siglo han hecho aún más patente la contradicción entre trabajo/capital. En concreto, nos referiremos al estudiantado[iii] (pero también a las juventudes no academizadas incorporadas en la trayectoria estudiantil como las gruesas filas de rechazados en los exámenes de admisión). La actividad estudiantil desde los años sesenta manifiesta la relación de doble vínculo de su condición[iv]: vive su disyuntiva más patente que nunca vacilando entre la cualificación del trabajo y los espacios institucionales, paraestatales o trasnacionales que se le anticipan.
La cualificación del trabajo so pena de objeción, tiene mayor sentido al mencionar esto, que: la educación y el conocimiento participan en la división social del trabajo. Gran parte de la evidencia contemporánea apunta a ignorar algo que parecía ya evidente en el s. XIX: la técnica y el conocimiento son generados, en algunos casos a expensas de su índole social, a expensas de sus resultados finales, y más todavía: a expensas del control creativo. Esto es, educación y conocimiento son explotados para fines inhumanos. Como sea que se dé el ingenio, tanto el ingenio de los individuos como las necesidades generadas por la modificación de nuestras necesidades hacia determinado fin implican también instrumentaciones específicas, modos de comportamiento específicos. En una palabra: la pragmática del trabajo, es que reside en la división de labores, de personas cuyas expectativas de bienestar se ven realizadas en la comunidad de otras expectativas de bienestar. No abordamos aquí las implicaciones ideológicas para la reproducción de tales instrumentaciones, hay muchos textos sobre el tema; consideraremos la cualificación del trabajo como una medida que tiene implicaciones cognitivas en el universo práctico de los individuos a partir de la altísima especialización demandada por la producción capitalista.
Pues esta cualificación del trabajo no es otra cosa que la sobrespecialización del conocimiento y la técnica, la explotación de la explotación en su máximo absurdo, y que dicha sobrespecialización hace incapaces a los individuos de poseer mayor apertura cognitiva. Hay cierta literatura hablando de sobreadaptación humana. De modo que, no importando las necesidades apremiantes del entorno y las problemáticas de la socialización, se extrapola el universo cognitivo legalmente institucionalizado del trabajo a la vida cotidiana para cualificar previamente a los individuos aun antes de tener edad de trabajar –tal es el efecto de la educación cuya racionalidad paraestatal se encarga de especializar futuros estudiantes y egresados para los estamentos productivos y administrativos. De igual modo, se especializan las imparticiones jurídicas suscitadas para cada esfera emergente de la administración, y para el universo normativo de su regulación. Hasta un antiguo actuario romano vería en su labor una caricatura en la moderna burocracia estatal.
Los efectos psicológicos son muchísimos, deparados por este modelo cognitivo laboral de relaciones productivas y administrativas, hiperespecializadas, nacidos a partir de la institución paraestatal: estrés, burnout, apatía, síndromes laborales de muy distinta índole, cuestiones de clase, de privilegio, de estatus, no son otra cosa que un modelo cognitivo patológico implantado en la racionalidad de los individuos desde su infancia escolar, instituido en la vida cotidiana por las contradicciones del capital. Y se sabe perfectamente como la desvinculación entre hemisferios cerebrales acarrean muchos problemas cognitivos, además que la sobrespecialización de las funciones neuronales, para su despliegue, tienen que eliminar el resto de “programaciones” no asociadas a determinada instrucción y que, con el paso del tiempo, termina desechando nuestro cerebro habilidades cognitivas y desincorporando el resto de potencias en pos de la especialización, en pos de una absorta y pueril adaptación. Las “competencias para la vida” de este modelo educativo no es más que una incompetencia para reconocer la vida en sus amplitudes.
Pero la universidad como entidad educativa crítica y reflexiva queda desactivada ante el pasmo, ante el mundo legalmente organizado del capital, ante las reticencias cognitivas impuestas desde el ambiente institucional, inerme a enfrentar el estudiante los ataques contra la propiedad social de sus conocimientos. Como egresados, como ciudadanos, aquéllas mentes prístinas que se negaban a aceptar estos valores aburguesados del trabajo y de su persona, como el estatus profesional ante los profanos y el reconocimiento entre colegiados, y detalles así, se han acobardado dentro de la vida dócil de las instituciones poco a poco. Roer un hueso. No es sólo el hecho que el estudiante tiene que dejar de significar alguna vanguardia, algún “foco de pensamiento”, o como se llame a esta efervescencia intelectual obrera-estudiantil, todo para neutralizar el componente clasista de la contradicción trabajo/capital; no sólo, también es preciso que su actividad política sea eliminada sin ejercer de forma alguna la conciencia, la diferencia, la diversidad del conocimiento, de las facultades cognitivas, en contra de la interdisciplina del valor y la propiedad social del conocimiento, según la racionalidad económica y paraestatal. Si el modelo cognitivo anteriormente expuesto resulta en una alta especialidad, y en desechar lo que no encaja a sus linealidades, también estamos los que nos resistimos a adoptar la explotación desde sus implicaciones pedagógicas dentro y fuera de las universidades.
Afortunadamente nuevas juventudes despiertan con una conciencia política amplificada por la crítica de los excesos de la historia, y como no, por las ausencias históricas que deben ser resarcidas. Los últimos veinte años el contexto nacional mexicano nos ha hecho participar ni más ni menos que en la diversificación de la acción política, no desde la reproducción del capital: desde las formas elementales de vida y que aspiran a una significatividad, corporal, internacionalista, pedagógica, autónoma, libertaria o como se llamen, capaz de ser reconocida tan diversas y plurales como son, y que activan el barrio, la comunidad escasa o nulamente urbanizada hasta los centros de estudio; trabajadores “del brazo y del cerebro” juntos de tan diversas personalidades como sean posible emerger, más que proyectos, futuros probables, utopía materializada en el clamor del acontecer.
Hasta estas líneas nos hemos detenido a examinar muy brevemente la acción política sindical y estudiantil, más que como poder coactivo, como principio programático (cognitivo desde su base programática) de la organización social. Los objetivos estudiantiles aunque están por definirse, bien podríamos coincidir en la defensa de la educación pública como apuesta a la construcción pedagógica entre individuo-sociedad, la socialización del conocimiento y la técnica aunada a la investigación audaz, y defensa de libertad de cátedra allí donde todavía es posible. Con esto se hace referencia a la libre transformación del conocimiento y del trabajo, ninguna toma del poder como su anulación.
Más aún: existe una extraña ambigüedad entre acción política y acción directa que parece no ha sido abordada seriamente dentro del libertarismo mexicano[v]; y si bien no son iguales, una potencia a la otra para reivindicar su método y ética, para instrumentar medios y fines. Voltairine de Cleyre, sin esclarecer del todo la relación entre acción política y acción directa, se refiere a la primera de manera muy oscura en tanto ha facultado ejercer la programática del gobierno, pero también aduce en la cuestión sindical de su organización y de sus objetivos un elemento político de emancipación justamente a partir de las defensa de las condiciones del trabajador. Asimismo Proudhon se refiere más o menos a “política libertaria” al clima político generado y favorecido vivido en el principio federativo, en la que los asuntos del poblador, o quiérase llamar del “ciudadano”, aun los problemas suscitados de la organización social serían abordados por el acuerdo mutuo, el sano entendimiento de las condiciones naturales y sociales, ya libre de la coacción o vigilancia paternalista de un intermediario.
La acción directa, sin necesidad de mucha teoría, es ausencia de intermediarios a través de la voluntad de los individuos, pero con mayor sentido, acción directa capaz de abolir a la coerción. Y es más que posible que individuos acordados previamente en una relación de iguales coordinen acciones sin coerción, por medio de la solidaridad. Sólo una brecha amplia separa la autoridad emocionalmente distante de su coerción, con la horizontalidad entre hermanos. Este sentido de comunidad, de fraternidad, quiérase llamar “pertenencia o identidad”, ya es acción directa desde que un grupo de vecinos deciden organizarse y limpien sus espacios (que el acuerdo de una organización así tendría que ser pactada previamente en alguna junta vecinal o asamblearia para germen micropolítico); pero es acción política cuando estas vindicaciones vecinales demandan no votar ya por sus delegados, sino removerlos definitivamente, o por iniciativa propia se arma un convivio, un baile, para recaudar fondos y ocuparse sin terceras personas de repavimentar sus calles, reconstruir espacios, cuidar de su seguridad, etc.
Para este libre flujo de cometidos voluntaria y racionalmente acordados se antoja ampliar la síntesis anarquista, basado en el sindicalismo, en el comunismo anarquista y en el individualismo, hacia el estudiando y los sectores no sindicalizados que viven igual, o peor, las contradicciones entre capital/trabajo. Restaría solamente, a manera de propuesta y de epílogo a este texto, apuntar algunos elementos contemporáneos hacia la crítica política, y que incidentalmente redundan de manera anexa, indirecta, o quiérase decir de manera “rizomática”, en la concepción de poder.
Hay que repetir, sólo proponer apuntes hacia la crítica política, no hacia la concepción de poder (esto se explicará en el último punto). Mucho menos se busca agotar la pluralidad de discursos al respecto:
1.- La mayor parte de nuestro entendimiento, y la manera de abordar la política ha revolucionado ABSOLUTAMENTE EN NADA los últimos dos milenios, acaso algunos leves destellos preclaros que aspiran a iluminar los últimos dos siglos. Así como la matemática precisó de casi dos milenios para revolucionar la concepción epistemológica de un universo geométricamente plano (ortogonal) y arribar a la noción actual de un universo curvo, de Euclides a Gauss-Riemann para ser exactos, la epistemología política occidental precisa de una revolución igual o semejante. Dicha racionalidad epistemológica haría dar cuenta que, entre otras cosas, basamos nuestra idea de organización social a partir de una pautación deficiente de hechos, causas y efectos restringido por su influencia síquica-cultural. En pocas palabras, hay un A-B-C muy limitado para explicar la aparición de formas colectivas y formas políticas. Este A-B-C deficiente, lineal, altamente compartimental, se le llama teleología, y es una arbitrariedad de pautaciones de herencia aristotélica y cartesiana por entender los procesos fenoménicos de primer orden. Si queremos determinar la traslación de un objeto, basta reconocer su posición final de la inicial, según una medida de tiempo, distancia, velocidad, energía suministrada, etc.: esto es primer orden.
Pero los procesos sociales no corresponden a la teleología, son de segundo orden, esto quiere decir, tiene distintos niveles de reflexividad y en algunos casos, reversibles, a diferencia de los de primer orden; creaciones cuyo contenido también está implicado y diferenciado en otro contenido, y que no pueden ser abarcados de manera unidimensional. Y más concretamente, la linealidad, pautación, o mejor dicho, la teleología política, basa su ejercicio a través de influencias meramente antropológicas; mucho menos el ejercicio político ha desarraigado y erradicado su influencia republicana como principal medio psicosocial de influencia de la misma manera el modelo educativo paraestatal echa en mano de su “propio” modelo cognitivo –el liberal, como patología moral, manifiesto su incompromiso e indiferencia ante el laissez-faire que ha instituido en toda la anímica social. De aquí que no tiene por objeto la teleología política otra cosa que el narcisismo y el estatus redundando en la descripción ideográfica, en el “personalismo” de sus actores. La sociedad la gobierna una plutocracia teniendo a su disposición el performance y el estatus político.
Para decirlo más pronto, sencillamente basamos nuestra idea y nociones de actividad política, desgraciadamente, a través de influencias absolutamente republicanas enraizados en la organización de los valores familiares, enraizados en el valor y en el estado objetual de un conocimiento esclavizado por sus mitos y certidumbres lineales –tal es el fundamento de la república por constituirse como organización social a través de un núcleo privativo como lo es la familia. Este fundamento familiar del núcleo social no hace sino recrear necesariamente la confusión entre las interjecciones públicas con las privadas dándole paso a la corrupción, como ha sido desde antes del capitalismo como hecho histórico. Enhorabuena recordar la sabiduría popular: “todo queda entre familia” para el rezago corrupto de todos los sistemas de gobierno habidos, y muy posiblemente, por haber.
Excede las intenciones de este texto el explicar cómo es que la actividad psíquica de la influencia republicana, aquella organización social altamente clasista de comerciantes, agricultores y militares, ateniense por excelencia, marcados y signados por la segregación de sus diferentes, atribuyéndose prerrogativas fantásticas como casta gobernante, y cómo es que el modus vivendi de la burguesía, los hábitos y modos de vida familiar-social en verdad defendidos por el republicanismo determinan en gran medida nuestra idea de “cómo hacer política”. Un breve vistazo al universo microsocial de la familia del político profesional da cuenta de cómo su noción de familia y valores son un fiel reflejo de la organización macrosocial, por no decir que los asuntos microsociales y familiares del político profesional extrapolados a la sociedad significan el sello de identidad de las sociedades en su ejercicio político.
Pero hagamos estas señalizaciones al respecto. Y repitámoslo: la confusión entre lo público y lo privado, es decir, entre usufructo[vi] y propiedad, es cuestión de la “naturaleza” republicana de nuestra política que encuentra su incentivo, por así llamarlo, en las contradicciones del capital/trabajo. Esta génesis en la confusión deliberada del republicano con sus prerrogativas como ciudadano, y luego, como político profesional tras la aparición del Estado como un hecho constitucional y moderno, no es otra cosa que el capital reproduciéndose a través de la propiedad, no sólo como fundamento social sino la propiedad como núcleo familiar.
Consiguientemente: a) La familia políticamente republicana, y la república misma; b) la propiedad como el triunfo entre familias, en agonística contra las apropiaciones de otras familias e individuos[vii]; y c) la reproducción del capital a través de la cualificación del trabajo y el conocimiento. Tales son las tres acepciones fenoménicas (si es que cabe decirse “fenoménico” a las acepciones objetivas y subjetivas del proceso social capitalista como un “hecho” no sólo material) que nos impiden corresponder la acción política obrera y estudiantil de su resignificación regional a la internacional, ajena a la política republicana y aristotélicamente concebida. Ciertamente se ha denunciado el papel de la familia desde Fourier a la antipsicología, pero todavía no se ha hecho hincapié en la organización y concepción republicana arraigada a nuestra idea de política y de democracia[viii]. De hecho, dado que los sistemas de parentesco[ix] son unos de los temas clásicos de la antropología moderna, es más que posible estudiar la política de manera antropológica, y no desde su semiótica.
Sólo basta echar una ojeada a nuestro país, y otros pocos más para confirmar que, allí donde se legisla por influencia republicana, y por ende, por influencia democrática, nada más hay familias pomposas, apellidos dizque “legendarios” para cobijarles sólo en su prestigio; familias empoderadas por heredar aquél consorcio, aquél curul, aquélla dirigencia sindical corporativizada, fácilmente rastreables en un árbol genealógico junto el contexto social del que provienen estos «profesionales de la política» (por usura) como también hacemos PSICOGÉNESIS para estudiar las direcciones y ramificaciones del pensamiento, el arte y la ciencia.
“Paniaguados”, así les diría Séneca, a éstos bajo cobijo del ala del poder, a éstos hijos pródigos de la política que súbitamente pretenden que se les elija popularmente, apenas con la formación ideológica de sus referencias familiares. Y es que ¡en verdad la política se ejerce igual que desde el neolítico! Esto es ¡se ejerce por sistema de parentesco el prestigio, así también la herencia microsocial de los oscuros contubernios políticos, como pueden ser sólo en lo privado, de madruguete como se dice! ¡Ay, lo que es peor! ¡A esta arcaica afinidad por principio de parentesco todavía se atreven a llamarle sistema de partidos! Política actualizada del neolítico, estas tribus y sus conformaciones tribales.
Aquí y allá donde existe la democracia, es la familia la que distribuye la organización coactiva del gobierno y sus paraestatales, así como distribuye el valor del modelo cognitivo de la educación.
Dejemos hasta aquí los apuntes contra la política republicana, anhelando faculte la crítica a la democracia a pasar por encima de su génesis, y que la propia acción política destruya, de una buena vez, sus fundamentos republicanos, así también de por tierra la racionalidad antropológica del principio de parentesco como máxima afinidad política –máxima complicidad, mejor dicho.
2.- Lo siguiente bien puede quedar a manera de nota al pie de página del título que presenta a este texto, a manera de advertencia. Este inciso se dedica apenas a una observación de segundo orden que el texto no asume consecuentemente. Y es que todas estas consideraciones asumen la tarea política desde abajo, horizontal y federada, asume la anulación del poder y no su reformulación analítica u organizacional (y aun “abajo” o “arriba” serían descartadas en igualdad de condiciones; en cambio, abajo o arriba sólo tiene sentido como confrontación directa a su contrario). No se parte pues, desde una crítica directa al poder, son comentarios de segundo orden al texto (y con segundo orden nos referimos al espacio mental o referencial que surgen las proposiciones inspiradas para este discurso).
Las consideraciones tienen la premisa que, cualquier reformulación del poder, cualquier iniciativa de crear una nueva teoría para explicar los efectos coactivos, es decir, una nueva ambición epistémica como la aristotélica, hobbesiana o la foucaltiana por intentar totalizar el entendimiento del poder, es ya una sintomatología del poder. Como seres racionalmente limitados sólo podemos estudiar casos concretos, más no generalizables (la generación se da sólo en la abstracción teórica, no en la abstracción social que supone nuestro comportamiento reflexivo). “Las palabras son nuestro reflejo” dice un proverbio. Ya la idea de mantener a un enemigo vitalmente potencial tiene el mismo efecto patológico del esquizo, de las leyes, de la paranoia y de la psicosis, precisamente de tener a su enemigo premeditado y de creérselo, no sin ello exponer una increíble creatividad en su transcurso como parecen apuntar algunos indicios de la sublimación psicológica cuando la sicosis[x], aun por insipiente, en verdad es canalizada a través del arte y las propiedades líricas de la literatura.
La reformulación del poder es ya una implantación del poder; así como la reformulación de cristo, del estado, de leyes, de modelos obsoletos de comportamiento (como las del tipo supersticioso, xenófobo y puritana), ni se diga del chauvinista y del populista, estas y más, tienen por referencia directa una “antinomia”, un antagonista introducido de antemano. Estas propiedades psíquicas en nuestras categorías de conocimiento corresponden igualmente a las pautaciones que hay que reconocer en el porvenir de la epistemología política, por cuanto la epistemología logra acercarse y distanciarse al mismo tiempo de las propiedades lógicas y psíquicas de sus objetos. De la misma manera que una persona “sintomática” enfrenta y erradica de sus sistemas cognitivos al fantasma de sus afecciones, eliminando a su amigo imaginario para confiar en sus seres más inmediatos y cercanos, desterrando aquéllas voces para diferenciar la conciencia reflexiva del pensamiento vago, enfrentando los miedos irracionales para exponerse paulatinamente a los peligros sobrevalorados, sepultando los amores no correspondidos; entre otras curiosidades, de igual manera hay que tratar la “sintomatología del empoderado” con estudio y comprensión, antes de segregarlo como su figura social nos pareciera recomendar.
Así que ¿una nueva teoría para explicar al poder “subjetivo”? ¡Uf! ¡Qué mejor que iniciar primero erradicando la noción de poder como la noción de un mundo plano hizo de las matemáticas a un universo curvo! Desterrar, con ello, las viejas nociones de la política a través del estudio racional de la psicología y la antropología, pero mejor todavía: teniendo al máximo como punto de partida uno de los referentes ácratas… ¡la libertad! Descentralización en todos nuestros aspectos de la vida, es otra de las palabras clave para la bilateralidad y la conmutatividad, de acuerdo a Proudhon, para estudiar el espacio lógico de esta forma de socializar, y que las habrán más –esto es, la lógica conmutativa y bilateral descritas por Proudhon han sido ampliadas, y encontradas otras a partir de las lógicas recursivas y lógicas heurísticas, según los juegos del lenguaje inaugurados por Wittgenstein y que el posmodernismo de Lyotard y Deleuze no corroboraron más que en su inferencia semiótica (por cieto, a partir de Sassure).
Estas descentralizaciones darán lugar, se repite, a la bilateralidad de acuerdos, conmutativos, heurísticos, o como sean en libertad, en la medida que los fines y medios sean reproducidos por las partes así convenidas desde la política libertaria; y si para Nettlau la influencia beligerante de la resistencia al capital debe ser abandonada una vez conseguidos los objetivos y los subjetivos de la consecución militante, una vez acabada la contradicción capital/trabajo, y con ello el poder y la militancia, hay más posibilidad de darle paso al progreso y a la fraternidad por medio del trabajo.
Notas:
[i] Por programática nos referiremos en adelante a “un conjunto de instrucciones especificados por medio-fines”, o sea, a esa mediación entre aplicación y utilidad, entre ética y resultado, y que pueden ser ejercidas estas “instrucciones”, “praxis” u “operaciones” tanto individual como colectivamente.
[ii] Sin entrar en economicismo, así llamémosle a este modelo productivo basado en la explotación humana y ambiental para maximizar la ganancia (plusvalor), no ya la inversión inicial, sino un absurdo como es la ganancia de la ganancia.
[iii] No porque sean los actores principales sino que los últimos dos años ha venido a ser un referente nacional con todo y los claroscuros que, de rigor, esto tiene que significar. Reservamos el estudio autonomista e indígena, las aportaciones anarco-ecologistas así como las de influencia queer a otro espacio en su justa medida para no hacer más largo este texto.
[iv] Básicamente, un doble vínculo es un tipo de paradoja cuya solución no puede dar respuesta a solución positiva alguna. El doble vínculo es un concepto acuñado por Gregory Bateson para referirse a cierto tipo de interacciones sociales cuya inducción y reproducción resulta patológica en el universo psíquico, así como inconsistencias e incongruencias en el modelo de comunicaciones adoptado por los participantes. Su resolución, no se daría en la solución de las paradojas, sino en la total ruptura de este modelo y construir otro modelo cognitivo o racionalidad. En definitiva, el doble vínculo es la incorporación de la epistemología a la psicología.
[v] Mientras Magón hacía manifiesto su rechazo a la acción política, organizaciones como la FAU se encargaba de la vivienda social a partir de cooperativas, sólo por mencionar esta disparidad invisivilizada en dos ejemplos latinoamericanos.
[vi] Usufructo como el goce y apropiación, individual o social, de un producto dispuesto por relaciones sociales, un hecho bastante corriente pero que tiene muy variadas acepciones, a saber, el tránsito y destino final de dichas relaciones sociales de producción. Ya que no es un tratado de economía, no hace falta definir más allá el consumo y el producto de sus relaciones concretas, basta decir el usufructo como una de las etapas finales del recorrido social de las transformaciones racionalmente llevadas a cabo.
[vii] Esto es, la influencia liberal y burguesa merece una sicogénesis -así como Norbert Elias haría para las aristocracias cortesanas,- menos difuminada en el panorama social del público como lo haría la burguesía y sus vinculaciones cuando se veía obligada a adoptar alguna radicalidad.
[viii] “Contra la democracia” es un texto contemporáneo tomándose en serio la denuncia de la programática democrática como aquí se denuncia, de manera muy incipiente, a la programática política de la república. Asimismo leves retazos contra el poder popular de Patrick Rosineri apuntan a esta dirección. La crítica a los falsos valores republicanos y democráticos, son dos de los puntos geométricos que distingue a la política clásicamente ejercida con la acracia y la «política del porvenir» en construcción.
[ix] En gran medida, los sistemas de parentesco determinan las relaciones complejas entre relaciones endógenas (intrafamiliares, o comunitariamente cerradas) y relaciones exógenas (extrafamiliares, o una comunidad abierta en comunidad con otras). Básicamente la endogamia y la exogamia son los inputs/outputs, respectivamente, por los cuales opera la programática de la familia a través de la ubicación sanguínea del pariente, las atribuciones de rol desde el padre, tío y concuños, hasta las afinidades establecidas entre otros parientes “políticos” allegados a la familia. Estas afinidades son resueltamente la actividad política desde un ámbito microsocial, listo a ser exteriorizado por el conjunto de familias administradas en un territorio.
[x] Los indicadores para esto se basan principalmente en que las inducciones del tipo sicótico registra una mayor generación de ondas betas cerebrales en el cerebro, asociados tanto a la creatividad como a la psicosis. Las ondas Alfa, en contrapartida, son las que registran el lado opuesto, entendidos como los estados subjetivos de relajación, de reflexión y autoconciencia, así como una mayor respuesta de los sistemas inmunológicos. Se sabe que algunos ritos en comunidades étnicas no occidentales inducen estos estados mediante el trance y la danza. Cómo las inducciones de este tipo modifican e inciden en la configuración social, es uno de los caminos abiertos por la neuropsicología de nuestros días.