¡Capitalismo es barbarie! Notas para las ciencias de la rebelión (I)

Sergio Reynaga

Advertencia: Este texto surge en la necesidad de traer algunos de los ejes políticos clave del anarquismo histórico al debate contemporáneo, no pretende arrojar soluciones teóricas al grado de verdad-absoluta, sino iniciar la actualización de nuestro trabajo en el aquí y ahora.

Resumen: Sin lugar a dudas, la emergencia que la crisis civilizatoria nos opone, llega a su punto de riesgo más álgido, cuando por primera vez en la historia, podemos ver a modo de posibilidad la pronta aniquilación de nuestra especie. De tal manera que dicha catástrofe, de algún modo ha logrado traspasar los límites de la ciencia-ficción. No obstante, tal aceleración también hace urgente la transformación de la sociedad y la composición de alternativas que posibiliten un mejor y mayor desplazamiento temporal para la naturaleza y el género humano. Así pues, este ensayo pretende en el mejor de los casos, esbozar algunas cuestiones cruciales para la suma contingente de las revueltas epistémicas que acumulan conocimiento y potencian la invención de prácticas relacionales de la libertad.

Del capitaloceno al grito: ¡Capitalismo es barbarie!

Todo sugiere que la jerarquización de la sociedad, obedece a la organización asimétrica de la misma, es decir al mal reparto de los recursos, y la suma de varias figuras de la dominación, cuya potencia antisocial más fuerte puede ser reconocida en el proceso de acumulación del capitalismo global, y con esto, la aceleración de la producción de valores de uso, y su transformación en valores de cambio. En este proceso no parece haber sucesión, sino que la categoría de mercancía se coloca en la asimilación del modelo de producción por igual a naturaleza y humanidad. Para esbozar la cuestión en este primer apartado, acudiremos a la reflexión de Elmar Altvater, en su artículo el capital y el capitaloceno, en el que nos dice:

Mientras exista la sociedad burguesa, las funciones económicas del dinero y la división del trabajo entre los miembros de la sociedad existirán como condiciones de vida del individuo determinantes de las relaciones de poder entre los sexos, entre el trabajo intelectual y físico, entre la ciudad y el campo y, especialmente, entre el trabajo y el capital.[1]

     Continúa su reflexión acerca de la ampliación de los límites planetarios de acumulación del capital en el paradigma de la globalización, de la siguiente manera:

Límites que ahora son objeto de la investigación geosistémica, la climatología y la economía y política ecológicas, ya que, la humanidad ha logrado gestar una nueva era geológica, la del Antropoceno. Una era en la que se entra a partir de la Revolución Industrial fosilista, desde la segunda mitad del siglo XVIII, más allá del período de calentamiento climático que viene desde hace cerca de 11 mil años, el Holoceno. Y que constituyó en sí misma una preparación de la era atómica, que comenzó con el descubrimiento de la fisión nuclear y que, en la década de 1980, con el Pershing y más aún con los misiles crucero, conformó como horizonte de lo posible el tiempo que E.P. Thompson denominó la era del “exterminismo”, es decir, de autodestrucción de la humanidad.[2]

En este sentido, se comprende que la problematización sobre la categorización de la era geológica del antropoceno, a la que nos referimos aquí como capitaloceno, se produce en sus propios límites económicos llevados a nivel planetario. Toda vez que, los asentamientos humanos y el complejo conjunto de su actividad, (vida, trabajo, relaciones sociales, investigación, etc.), son reducidos a comportamientos económicos que apuntalan las relaciones de producción, la condición antropológica no parece ser un factor determinante en la transformación de la naturaleza exterior, sino más bien de la forma global de producción, dicho de otra forma: el modelo de producción capitalista genera su propia historia geológica. Esto sugiere que el momento inicial pudiera alcanzar su cúspide en 1989, con la formación concluyente y dominante del capitalismo globalizado, el final de la guerra fría y el supuesto final de la historia.

El análisis de la categorización geológica del capitaloceno, permite la ampliación del espectro de crítica, más aún, el de la crisis, es decir, en la vinculación del pensamiento crítico y la composición de alternativas que puedan resultar en una multiplicidad de estrategias políticas de carácter relacional. Debemos analizar las relaciones humanidad-naturaleza, de forma tal, que esto permita desarticular la jerarquización de las relaciones entre sujeto-sujeto. En este sentido, es evidente que los sistemas naturales terrestres, deben ser explicados de forma vinculada a las estructuras sociales y el modo de producción hegemónico. Bajo este supuesto, la emergencia nos arroja una multiplicidad de figuras fundacionales de la dominación, es decir estrategias de reinicio, y fortalecimiento de la asimetría:

Las crisis no sólo son destructivas, son también una especie de “fuente de la juventud”. Debido a que preparan las condiciones para una nueva expansión de la acumulación creándose nuevos términos para el ascenso de la tasa de ganancia. La distribución del ingreso es modificado en detrimento de los asalariados y se ponen en marcha nuevos intentos para redistribuir el poder político en favor del capital, incluso a través de las innovaciones técnicas y organizacionales que elevan la productividad. Este es el gran tema de Joseph A. Schumpeter. Sin la “destrucción creativa” en el curso de la crisis no hay renovación del capitalismo. No se derrumba, más bien, se renueva. La renovación sólo es posible si se acepta que aumente la explotación de los seres humanos y de la naturaleza. La “destrucción creativa”, por tanto, no sólo describe un proceso durante el cual lo viejo desaparece y lo nuevo que emerge, sino una contradicción fundamental entre la naturaleza y la sociedad. La crisis social y económica es superada en el momento en que la naturaleza es llevada al borde del colapso.[3]

Hasta aquí, puede resultar interesante el proceso de mercantilización, entre la categorización del valor de uso y su transformación al valor de cambio. Por ejemplo las siguientes categorías: Capital humano y Capital natural. Sin embargo el capital no parece precisar de dichas denominaciones, las funciones están establecidas en los límites de la precarización de la existencia y la sobrevivencia de la clase trabajadora, esto por una parte, tomando en cuenta la dominación de la naturaleza, la súper explotación de los recursos nos ofrece daños irreversibles.

Aún con esta aparente forma generalizada, no se puede contemplar el umbral histórico del capitaloceno como el fin de la historia, puesto que en la vinculación de la crítica y la crisis, hay siempre un espacio de reclamo histórico, una posibilidad de transformación siempre presente, que quizá consista en la composición de conocimiento que funcione como potencia para alternativas emancipatorias. Así pues, la complejidad y el pensamiento crítico pueden resultar clave para la construcción de relaciones armónicas entre la humanidad y la naturaleza, no sin comprender que el despliegue de un horizonte ético político que democratice las relaciones humanas tendría que ser coherente, y en este sentido establecer figuras de autolimitación que permitan no solo la equidad en el reparto, sino desacelerar la explotación dislocando el valor de cambio en extremo, hacía el valor de uso.

Sustentabilidad

Abordar la cuestión del concepto de sustentabilidad puede resultar complicado, sin embargo, puede abrir espacio para el análisis de cuestiones como la ecología política y la confrontación que supone el ejercicio de construcción de un cambio social profundo. Partiendo de este supuesto, el principio de rebelión[4] nos puede resultar útil, para la construcción de alternativas y el análisis histórico de algunas de las características iniciales de estos procesos.

     Bajo esta medida, debe comprenderse que el carácter inicial del antagonismo actual, parece abrirse desde la contingencia, en la perdida de la promesa de un fin último, es decir la certeza del fin histórico que se persigue y se conquista. De tal manera que el sujeto histórico, se coloca en este sentido, en la implicación, es decir en la auto-creación y la composición de horizontes ético-políticos expuestos a la transformación constante. No en la afinación que se pretende perfectible a medida de lo acabado, sino en un constante desplazamiento temporal, en lo aparente inacabable. Así pues, algunos de los obstáculos que se presentan, resultan en la asimetría y la sobreproducción, toda vez que el capital en su forma expuesta de acumulación, como paradigma único, funciona como potencia fundacional de la violencia, la precarización, el despojo y el desprecio por la humanidad y la naturaleza.

Acorde a esto, podemos oponer algunas de las formas utilitarias más divulgadas sobre el concepto de sustentabilidad, reduciendo el espectro político del mismo a una variedad de estrategias tecno-económicas, para la aplicación de decisiones que reforman y apuntalan las condiciones de explotación inherentes a la relación estrecha entre el Estado y el capital. El desarrollo sustentable, por ejemplo, cumple una función legitimadora, que se limita a la funcionalidad de la economía verde, cuyo objeto es la de mantener las relaciones de dominación intactas. La moral ambientalista neoliberal:

En la fórmula teórica de la sustentabilidad lo “social” queda definido me­diante factores como pobreza, población, equidad, justicia social, mercado, desempleo, hambre, migración, etc., siempre en función de su afectación a los ecosistemas o a la naturaleza; jamás como relaciones sociales que obedecen a procesos propios, históricamente determinados. Lo “social” queda entonces subsumido dentro de lo “ecológico”, es decir mistificado, al reducirse a un ele­mento, variable o un factor más en la búsqueda de soluciones técnicas a la rela­ción negativa entre seres humanos y seres vivos. Nunca se plantea cómo las relaciones entre los seres humanos, que pueden ser relaciones de poder, com­petencia, colaboración, sumisión, explotación, etc., es decir relaciones políti­cas, afectan y son afectadas por las relaciones con la naturaleza.[5]

Así pues, la condición parece ser, no solo la desmitificación del concepto, y su apertura a un espectro político que amplifique sus alcances críticos, sino también, la composición de alternativas teóricas que posibiliten su relación con el antagonismo global. En esta medida pudiera presentarse como potencia para la construcción de prácticas emancipatorias. La radicalización parece ser inminente, puesto que la guerra por el concepto, devela la ambigüedad que lo compone, por una parte su instrumentalización tecno-económica al servicio del capital privado, y por otra, la construcción de figuras rizomáticas de vinculación con el antagonismo político.

Este ejercicio, supone una elucubración sistematizada por justificar su uso para fines diametralmente opuestos. Sumado a esto, el análisis histórico del antagonismo, nos sugiere similitudes teóricas con el pensamiento libertario, donde algunos ejes políticos clave pueden ser localizados, desde la democracia directa, la aniquilación del Estado, el apoyo mutuo y la solidaridad, parecen ser componentes epistémicos nodales, para una propuesta ecológica y social.

Entre tanto, pensar una ciencia para la sustentabilidad como espacio político, supone cuestionar la arquitectura histórica de la ciencia y sus métodos, es decir, esbozar una ciencia antagónica para la rebelión, que nos permita alcanzar la vinculación entre la cuestiones ecológicas y sociales, más aún, la propia jerarquización de la labor epistemológica, bajo el dominio de los expertos al servicio de quienes toman las decisiones. El riesgo de mantener formas organizacionales jerarquizadas y desvinculadas del mundo social, se cierne en la posibilidad de que dichas estructuras funcionen como potencias de la reproducción de relaciones asimétricas, más aún, puede significar la cancelación del horizonte político emancipatorio, tomando en cuenta la función utilitaria que el control sobre la labor científica ofrece a la dominación.

Así pues, la complejidad con la que se compone, de forma interdisciplinaria, la propuesta, por así decirlo, de la sustentabilidad como horizonte ético-político, debe ser consecuentemente iniciada en el pensamiento crítico hasta sus últimas consecuencias: lo que pudiera sugerir, no solo la desmitificación del concepto, sino su quiebre:

En su versión dominante la sustentabilidad sirve entonces para justificar la llamada “economía verde” que pregona una salida a la crisis ambiental vía el mercado dominado por el capital y los principales valores del neo-liberalismo. Por ello no extraña que las grandes corporaciones tomen el término como un concepto fundamental en su perma­nente “lavado de imagen” (Toledo 2014), incluyendo a las principales empresas fabricantes de armas, es decir, las corporaciones de la guerra.[6]

De esta manera, nos acercamos a lo que Toledo llama metabolismo social. Dicho concepto, abre la posibilidad para el análisis histórico de las relaciones ecológicas y sociales en una composición de carácter general, y lo que pudiera ser más interesante aún, es la vinculación de la sustentabilidad en esta medida, con la ecología política.

Este abordaje interseccional, devela la urgencia de un marco teórico que bien puede ser iniciado en la ecología política, para avanzar en términos emancipatorios hacía la confrontación contra la dominación. No obstante, parece ser un espacio abordado ya por el trabajo de Murray Bookchin, y lo que él llama la ecología-social, o eco-anarquismo. Este espacio de análisis será expuesto de forma más profunda en entregas posteriores. Aunque de antemano pudiera decir, que la ecología social-política, como espectro de análisis científico, ofrecen una arquitectura conceptual, que podría no necesitar de la sustentabilidad como clave de función inicial.


[1] Elmar Altvater. (2014). El capital y el capitaloceno. Mundo Siglo XXI, revista del CIECAS-IPN, Núm. 33, Vol. IX, 5-15.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Proponemos aquí el principio de rebelión como la actualización constante del conocimiento, en el pensamiento de Bakunin.  (Véase, Mijail Bakunin. (2010). Dios y el Estado. Buenos Aires, Argentina: Utopia Libertaria.)

[5] Víctor Toledo. (Septiembre-diciembre 2015). ¿De qué hablamos cuando hablamos de sustentabilidad? una propuesta ecológico-política. Interdisciplina, Vol.3, 40.

[6] Ibíd.

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