La crítica a la idea monolítica de revolución en «Zapata y la revolución Mexicana» de John Womack.

César Daniel Ochoa Torres

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irrefrenablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.

Tesis sobre la filosofía de la historia, tesis IX, Walter Benjamin.

Resumen

Este trabajo espera ser solo el principio de una serie de reflexiones que entre el compañero Sergio Reynaga y yo no propusimos realizar. El texto de Womack aparece aquí solo como justificación para establecer la centralidad del texto: la relación, en términos de una teoría o reflexión historiográfica, de las propuestas críticas frente a la modernidad del historiador Reinhart Koselleck y el teórico marxista Walter Benjamin. ¿Será que la teoría de la historia podría tener un papel fundamental en la teoría y la práctica revolucionaria?, ¿cómo establecer la relación con el pasado en pos de la transformación social?, ¿hay algún camino teórico en común entre las estructuras y las constelaciones? El objetivo es reflexionar sobre estas y otras cuestiones que nos parecen fundamentales.

Apuntes sobre el concepto de revolución

Es evidente que desde la perspectiva de una historia de los conceptos alemana (Begriffsgeschichte) es necesario esclarecer, aunque sea de manera somera,  el concepto de revolución en su dimensión genética, es decir de origen. Para Reinhart Koselleck, hay un periodo de la historia de Europa en donde se dan reconfiguraciones muy particulares en torno a las experiencias y las expectativas políticas. Durante este periodo, denominado por el historiador de Bielefeld como Sattlezeit[1], se gestó el fenómeno propiamente moderno, en el sentido de la irrupción de un tiempo histórico propiamente dicho, un moderno Régimen de historicidad, recuperando la categoría de  Hartog.[2] Las implicaciones de este “tiempo nuevo” son analizadas por Koselleck a través de dos categorías fundamentales: el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa.[3]

Bajo los supuestos teóricos y los instrumentos metodológicos establecidos desde la teoría de los tiempos históricos, Koselleck analiza los conceptos histórico-fundamentales que dieron paso a este fenómeno denominado “modernidad”. Si bien es cierto que para Koselleck existen tres tipos de conceptos (tradicionales, conceptos que transformaron su semántica y aquellos neologismos inexistentes antes del Sattelzeit), estos solo pueden considerarse como históricos y fundamentales para la modernidad si cumplen con las siguientes características: temporalización, democratización, ideologización y politización[4]. El concepto de revolución, en todo caso, pasaría por estos cuatro “filtros” y se convertiría, en las postrimerías del siglo XVIII y los albores del XIX, en un concepto sin el cual sería imposible comprender las experiencias políticas acaecidas en esta convulsa Europa[5].

La relación entre los hallazgos de una historia conceptual y una historia social es tan concreta y de naturaleza tan fundamental, que la revolución francesa de 1789 será el parte aguas para comprender esta nueva dimensión del concepto de revolución en la Europa del siglo XVIII. Desde este acontecimiento coyuntural el concepto abarcará dos campos de la experiencia: la guerra civil y la evolución. Entre estos dos campos de experiencia se intercalan tres estratos de significación del concepto: primero, la definición de arriba-debajo de la agitación violenta que supone el concepto (tumulto, insurrección sedición, etc.); segundo, describe los disturbios de cierta manera objetiva (discordia, guerra civil, etc.); tercero, describe los acontecimientos o disturbios desde una perspectiva de legitimidad en la relación abajo-arriba. La implicación de ruptura del concepto puede rastrearse hasta el siglo XVI donde significaba el derrocamiento del gobernante, más no la transformación radical de la sociedad, como lo atestiguan los acontecimientos de la revolución francesa y los usos del concepto posterior a estos, así como el común denominador de estos usos: la expectativa de la salvación. No obstante, el concepto no solo podía ser entendido en cuanto a la pretendida dicotomía, antiguo/moderno, en la cual prima lo segundo. También es posible observar que “’revolución’ contiene, de acurdo con su sentido inicial de retorno, la idea de posibles analogías, de similitudes estructurales en el desarrollo de un cambio violento de la forma de gobierno”. Pero la fuerza del concepto moderno de revolución no termina ahí, y es que para Koselleck es un concepto fundamental como pocos otros: es capaz de contener diacronía y sincronía, puede establecer periodizaciones concretas, estructuras de repetición, pero, al mismo tiempo, despliega las posibilidades de una innovación constante.

Por otro lado, es posible abordar el concepto no solo en su calidad semántica, sino en cuanto a las características físicas de su representación, es decir, la metafórica como herramienta para esclarecer la distancia entre la plasmación lingüística, la realidad histórica y el análisis histórico sociológico. La importancia radica en que, por lo menos en el caso de este concepto, su origen se encuentra en el marco de las ciencias físicas, concretamente en la artrología de Copérnico. Este gen cientificista estableció una figura, una imagen que guardó una relación estrecha con la realidad semántica de la palaba misma: el círculo. Con la transición del lenguaje científico-natural a la política el concepto fue abriendo cada vez más la figura inmutable de la repetición circular –que estaba más bien establecida a la manera aristotélica[6], por ejemplo- hacia perspectivas menos restringidas en cuanto a expectativas políticas futuras. Y es que poco a poco, como si de un herrero que da forma a un alambre se tratase, el círculo fue convirtiéndose en aquello que Koselleck denominó como “la transferencia más importante del concepto natural al histórico”, la metáfora del espiral. La revolución, bajo la influencia de las filosofías de la historia y otros fenómenos que también influenciaron el cambio semántico de conceptos como el de historia y progreso, se convirtió en un concepto singular-colectivo. De esta manera, para Koselleck, revolución se abre paso como concepto autónomo, que puede dejar atrás, por lo menos superficialmente, el carácter metafórico de su origen y convertirse en un concepto plenamente histórico[7].

En relación con la disertación anterior, para Hannah Arendt en el concepto de revolución está implícita la condición de libertad[8]:

“Solo podemos hablar de revolución –explica Arendt- cuando está presente este ‘pathos’ de la novedad y cuando ésta aparece asociada a la idea de la libertad […] las revoluciones son algo más que insurrecciones victoriosas y […] no podemos llamar a cualquier golpe de Estado revolución, ni identificar a ésta con toda guerra civil”[9]

Ahora bien, esta diferencia tajante entre revolución y guerra civil nos abre las puertas para entender los procesos revolucionarios como fenómenos en los que se dan cambios radicales de los órdenes establecidos. Pero este cambio no siempre tiene que ver con la dilatación del tiempo histórico, es decir con aquellas novedades que el futuro trae entre sus pies, sino también con restauraciones de un pasado idealizado por los actores políticos que hacen posibles los procesos revolucionarios. Estas contradicciones entre pasados/futuros y pasados/pasados es posible rastrearlas en los procesos revolucionarios modernos (desde la independencia de Nueva España que empezó como un movimiento de restauración de los poderes monárquicos en España, hasta la Revolución Rusa, que dio inicio con la caída del Zar por grupos más bien reformistas y que posteriormente se ven superados por los bolcheviques), y el caso de la revolución mexicana no es la excepción.

Womack frente a la revolución: críticas al proceso “monolítico” revolucionario

En razones con enclaves parecidos a los señalados, la obra de John Womack Zapata y la revolución mexicana es una fiel representante del llamado revisionismo del proceso revolucionario en México. El revisionismo surgió por varios factores:

La represión al movimiento estudiantil de octubre de 1968 hizo desconfiar a los analistas de la tercera generación sobre la vocación democrática y la legitimidad revolucionaria del régimen; el carácter más radical y socialista de la revolución cubana hacía aparecer a la mexicana como una revolución tímida y «burguesa».  Por si fuera poco, empezaba a quedar claro que el régimen no había cumplido con las promesas de justicia social: muchos campesinos aún carecían de tierras y el desempleo y la miseria se incrementaban a medida que se iba agotando el «milagro mexicano». Se imponía por tanto responder también a la pregunta de si el Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernaba para las masas o si no era más que un aparato de control de las elites políticas y económicas[10]

Los problemas que la sociedad mexicana enfrentaba en esos años eran evidentes. Los mitos de la distribución creados por el desarrollismo[11] y la implementación de las políticas económicas del desarrollo estabilizador,[12] no pudieron someter a la realidad, más bien por el contrario, la realidad echó por tierra las pretensiones con “objetivos sociales”  de un Estado burgués que se encontraba en pleno camino de consolidación.[13] Womack escribe su Zapata con un México que, como en todo país capitalista, su crecimiento económico obedece a las leyes del desarrollo desigual y combinado, es decir, un país ya dividido en sectores con una industria desarrollada –o relativamente desarrollada- y otros sectores campesinos menos productivos, siendo el segundo el más afectado por este desarrollo desigual, pues las características de la pauperización en el campo mexicano fueron siempre más duras que en la ciudad.

Una interpretación convincente sobre el desarrollo de la burguesía y el Estado burgués en México la da el economista e historiador Adam Morton, quien ancla su análisis en dos conceptos, uno de Trotsky –desarrollo desigual y combinado- y el otro de Gramsci –la revolución pasiva. Para Trotsky el desarrollo desigual y combinado “es un proceso histórico que obliga a los Estados de la periferia capitalista, ‘bajo el látigo de la necesidad externa’, a tratar de alcanzar en el desarrollo a sus homólogos más avanzados”; por otro lado “el concepto de revolución pasiva a los casos en que los aspectos de las relaciones sociales del desarrollo capitalista e instituyen o expanden dando como resultado una ruptura “revolucionaria” como una “restauración” de las relaciones sociales. Se hace hincapié en los aspectos progresistas del cambio histórico durante el levantamiento revolucionario que se ven minados dando lugar a la reconstitución de las relaciones sociales, pero dentro de nuevas formas de orden capitalista”[14]

La noción de Trotsky nos ayuda, sin duda alguna, a no seguir viendo el desarrollo como un monolito, como si todas las sociedades pasaran por los mimos “filtros históricos” y que, al mismo tiempo, todos los sectores y regiones que configuran una sociedad se comporten homólogamente.[15] De manera homóloga o metafórica,[16] si se quiere, Womack somete este supuesto proceso monolítico a la crítica constante de la concreción histórica, la historiografía pasaría así de construir un conocimiento mediado por lo general, a un estado del saber posible por las irrupciones de lo particular, un movimiento de lo abstracto a lo concreto sin lugar a dudas, así como, sin duda, se articula el concepto de desarrollo desigual y combinado. Womack habla por ejemplo, de los conceptos de revolución de Madero y de Zapata:

¿Cuándo abría triunfado la revolución? Para Zapata, el provinciano sureño, el exasperado jefe de su pueblo […] cuando la disputa agraria se hubiese resuelto equitativamente en su estado o, por lo menos, cuando se iniciase una acción deliberada con ese objeto. Para Madero, el provinciano norteño, apacible hijo de un terrateniente […] cuando los mexicanos prosperasen y se amásen unos a los otros o, por lo menos cuando él tomara posesión de la presidencia[17]

Las implicaciones de clase son claras y, al mismo tiempo, fundamentales para entender la condición fragmentaria de esta lectura: si bien es cierto que la revolución como un todo armónico y unificado es resultado de la idealización de una historia nacional como mito[18], las estructuras generales de la sociedad sí se han visto modificadas por estas transgresiones que parecen, conforme a la crítica de la homologación de los acontecimientos,  dispares entre sí. No es que Womack, y el revisionismo de la tercera oleada en general, desprecie la idea de un concepto general de “revolución” como un proceso unificador de experiencias, o en todo caso, como un conjunto de experiencias políticas que tenían un mínimo de concordancia entre sí, pero que, al mismo tiempo que este desarrollo histórico era posible en cuanto a sus similitudes, sus continuidades, también lo fue en tanto sus diferencias. Por ello la perspectiva de Walter Benjamin nos parece importante para abordar esas diferencias, y otras, como una crítica al monolito narrativo de la historia.

Según Bolivar Echeverría, Benjamin propone una crítica directa a la noción de progreso entendida mecánicamente[19], lo cual corresponde a su tesis novena y que Michael Löwy relaciona con la noción de “identificación afectiva”:

La polémica contra Fustes de Coulanges […] prolonga [la disputa] contra Ranke y el historicismo alemán: el pasado solo puede comprenderse a la luz del presente, y su verdadera imagen es fugaz y precaria, ‘como un relámpago’. Sin embargo Benjamin introduce aquí un nuevo concepto la Einfühlung, cuyo equivalente francés más próximo sería al empathie [empatía] pero que él tradujo como “identificación afectiva”. Benjamin acusa al historicismo con la identificación de los vencedores. Es notorio que el término `vencedor’ [se refiere] a la ‘guerra de clases’ en la cual […] la clase dirigente no ha dejado de imponerse a los oprimidos[20]

Para Benjamin la escritura de la historia está implícitamente dirigida por las condiciones de posibilidad afectiva del proceso mismo de su realización, es decir la historia está atravesada por las filias y afectos de quien escribe la historia. En el caso del Zapata de Womack probablemente podamos ver que las condiciones históricas del momento de su realización lo llevaron a criticar los supuestos monolíticos de una historia nacional “a favor de los vencedores”, y construir un estudio filial con los vencidos. No obstante la idea de Benjamin es todavía más radical: él no propone el discernimiento de estructuras de repetición propias de los vencidos allende a los vencedores, sino establecer en lo único la unidad de lo aparentemente distinto: Benjamin no ve en el progreso de la historia la posibilidad misma de la emancipación, pues este no es más que el fetiche de la ruina, más bien pareciera que su intención es hacer ver que, frente a la inmanente violencia de sistema la revolución solo puede generarse en el aquí y el ahora.

Si bien es cierto que estas primeras aproximaciones a Benjamin pueden ser débiles, en el mejor de los casos, hay una relación que me gustaría recalcar y es justamente con la idea de “simultaneidad de lo no simultáneo” de Koselleck. Pareciera que la propuesta de Benjamin gira en torno a la relación “afectiva” que los vencidos pueden encontrar en su propia condición. La idea del avance de la historia sirve a la clase dominante para desvincular luchas  de antaño con posicionamientos presentes, Benjamin intenta volver a unir esos acontecimientos, no en términos de la causalidad, sino de la empatía, de la similitud de la experiencia del vencido. Koselleck plantearía algo similar, sin el matiz orgánico de clase de la posición de Benjamin, es decir: para Koselleck la historia está condicionada por lo repetible y lo único, esta es una condición de posibilidad de toda historia. Toda historia está compuesta por narraciones (“los acontecimientos se narran”) y por descripciones (“las estructuras se describen”). Esta distinción nos lleva a la siguiente premisa: el ángel de la historia solo existe en cuanto a las “ruinas sobre ruinas que caen a sus pies” en constante contradicción con el paradisiaco  “huracán que se ha enredado en sus alas”, por ello el ángel de la historia resulta una unidad la cual, según Benjamin, solo puede ser superada con el advenimiento mesiánico, es decir la revolución.

Conclusiones

El concepto de revolución es fundamental para comprender los límites de la experiencia política de la política contemporánea y, sobre todo, de la cultura occidental del siglo XIX y XX. En ese caso, la revolución mexicana, como proceso histórico puede ser, así como lo ha sido, interpretado de maneras distintas. El objetivo de este trabajo fue justamente esclarecer algunas inquietudes sobre la forma en que podríamos interpretar un fenómeno como este. La disertación nos llevó a proponer que frente a una idea “monolítica” del proceso pueden alzarse posiciones más bien críticas a estas perspectivas que más bien se disponen como ocultación de una realidad histórica compleja, a la sazón de la instrumentalización de la verdad histórica establecida desde el poder. No obstante, tampoco es posible romper del todo con ello: la historia estaría posibilitada tanto por la unicidad como por la repetición, es decir, frente a las continuidades que legitiman a los vencedores, se encuentran los vencidos y sus rupturas; frente al conveniente mito de la creación del Estado, se encentran los sujetos por los cuales se tuvo que pasar la maquinaria del progreso y los cuales fueron acallados, la ruina sobre ruina.

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[1] Elías Palti, “introducción,” en Los estratos del tiempo: estudios sobre historia (España: Ediciones Paidós, 2001) 9.

[2] Es curioso que el propio Hartog incorpore este concepto en cuanto a instrumental historiográfico propiamente dicho. Es solo un instrumento frente al documento y no pretende configurar periodos inmutables en la historia. François Hartog “El régimen moderno de historicidad puesto a prueba con las dos guerras mundiales,” en En busca del pasado perdido. Temporalidad, historia y memoria (México: Siglo XXI Editores, 2013) 51 – 65.

[3] Las categorías de espacio de experiencia y horizonte de expectativa de inscriben en el marco de su propuesta teórico-historiográfica: la Histórica o doctrina de las condiciones de posibilidad. La diferencia de estas dos condiciones de posibilidad –experiencia y expectativa- y los demás pares antitéticos –morir/matar, amigo/enemigo, interior/exterior, público/secreto, nacer/morir, amor/esclavo-  se diferencian por la naturaleza formal de los primeros. Es decir, los segundos pueden ser encontrados en las fuentes de forma explícita, los primeros solo conforme a un método que les da valor heurístico. Para una explicación concreta del método de la historia conceptual véase: Luis Arturo Torres Rojo y Zenorina Guadalupe “El método conceptual” en La historia conceptual (Bregriffsgeschichte) de Reinhart Koselleck; disolución historiográfica de filosofía e historia (México: Universidad Autónoma de Baja California Sur, 2018) 105 – 121. Para esclarecer la diferencia dentro de la Histórica entre las condiciones de posibilidad de las historias véase: Reinhart Koselleck, “’espacio de experiencia’ y ‘horizonte de expectativa’. Dos categorías históricas” en Futuro Pasado. Para una semántica de os tiempos históricos (España: Ediciones Paidos, 1993) 333 – 357. Reinhart Koselleck “Histórica y hermenéutica” en Reinhart Koselleck y Hans-George Gadamer, Historia y hermenéutica (España: Ediciones Paidos, 1997) 65 – 94.

[4] Antonio Gómez Ramos, “Koselleck y la Bregriffsgeschichte. Cuando el lenguaje se corta con la historia” en Reinhart Koselleck, historia/Historia (España: Editorial Trotta, 2010)  9 – 23.

[5] Es interesante que junto a Luis Bergeron y François Furet, Koselleck estableciera los límites, desde una historia social, de los elementos extra y pre-lingüísticos relativos a la pragmática de la revolución. Lo interesante gira entrono a la relación siempre implícita y fundamental entre los conocimientos producidos por la historia social y los hallazgos mismos del método conceptual. Para esclarecer la diferencia entre historia conceptual e historia social véase: Reinhart Koselleck “Historia conceptual e historia social” en Futuro Pasado. Para una semántica de os tiempos históricos (España: Ediciones Paidos, 1993) 105 – 126. En cuanto al desarrollo de las ideas conjuntas de Koselleck, Furet y Bergeron: Bergeron et al. La época de las revoluciones europeas 1780 – 1848 (México: Siglo XXI Editores, 1980).

[6] Una anotación: Thomas Kuhn en su “La revolución copernicana” explica que las posiciones aparentemente novedosas de Copérnico encuentran un eco profundo en las ideas de Aristóteles, por lo que la relación entre estos dos gigantes del pensamiento fue más bien una compleja dialéctica entre continuidades y rupturas. Podría ser sugerente un análisis del tránsito astronomía/política en el marco de las continuidades y rupturas que el pensamiento aristotélico presentaba en los estratos más importantes de la política del siglo XVIII europeo. Para consultar la relación Copérnico/Aristóteles véase: Thomas Kuhn, La Revolución Copernicana. La astronomía planetaria en el desarrollo del pensamiento occidental (España: Editorial Ariel, 1978).

[7] Reinhart Koselleck, “Revolución como concepto y como metáfora. Sobre la semántica de una palabra en un tiempo enfática” en Historias de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social (España: Editorial Trotta, 2012) 161 – 170.

[8] Incluso podría decirse que para Koselleck la libertad también está en el núcleo de la propuesta revolucionaria burguesa: “La libertad frente al estado existente […] constituía el verdadero objetivo de las logias burguesas” Reinhart Koselleck, Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués (España: Editorial Trotta, 2007) 72.

[9] Hannah Arendt “El significado de la revolución” en Sobre la revolución,  (España: Alianza, 1998) 52.

[10] Enrique Guerra Manzo, “Pensar la revolución mexicana: tres horizontes de interpretación”, Secuencia. Revista de ciencias sociales 27, (enero-febrero 2006) 67.

[11] En el año de 1962, por ejemplo, se estimaba que el 1% de la población recibía el 51% del ingreso nacional. Jorge J. Tamayo, “El Papel del Sector Público en el Proceso de Acumulación de Capital en una Economía de Menor Desarrollo: El Caso de México”, Investigación económica 23 (cuarto trimestre 1963) 711.

[12] En cuanto al papel del desarrollo estabilizador en la economía mexicana hay diversas posiciones entre las cuales se encuentran las que están a favor y en contra. A favor, por ejemplo, está la perspectiva de Eduardo Turrent Díaz, quien argumenta que el desarrollo estabilizador, impulsado por el entonces secretario de hacienda Antonio Ortiz Mena, logó llegar a tasas de crecimiento anual que en promedio rondaban el 6%, al mismo tiempo que justificaba la pésima distribución entre las capas más bajas de la sociedad arguyendo que “la distribución del ingreso solo puede mejorarse a largo plazo” Eduardo Turrent Díaz, “El desarrollo estabilizador y su principal artífice” El trimestre económico 66 (abril-junio 1999) 295; por otro lado, Clark W. Reynolds criticaría este modelo diciendo que “la capacidad productiva instalada durante los años inflacionarios de los decenios 1940 – 1950 permitió la continuación del crecimiento en los años sesenta con mayor estabilidad de precios, y el sector privado siguió respondiendo a los incentivos de los beneficios; pero el patrón del crecimiento no se adecuaba a las crecientes necesidades sociales del país, ni las políticas que lo promovían eran capaces de asegurar el mantenimiento de las condiciones mismas de que dependía su éxito” Clark W. Reynolds “Por qué el ‘desarrollo estabilizador‘ de México fue en realidad desestabilizador (con algunas implicaciones para el futuro), El trimestre económico 176 (Octubre – diciembre, 1977) 1000.

[13] Adam David Morton, Revolución y Estado en el México moderno (México: Siglo XXI Editores, 2017) 26 y 32 – 33.

[14] La reforma agraria de las décadas de 1950 – 1960 se desplegó de con dos caminos estratégicos: por una parte, en  las tierras repartidas a los campesinos por lo general solo se podía cultivar marginalmente e incluso eran imposibles de cultivar, por otro lado, la reforma posibilitó la acumulación de la tierra en pos de la consolidación de una industria agrícola con miras a la exportación, es decir “La primera modalidad ha demostrados ser capaz de adormecer al campesino mexicano, ya sea beneficiario actual o potencial de la reforma agraria; la segunda ha sido un estímulo para el auge de la agricultura comercial de México” Roger D. Hansen La política del desarrollo mexicano (México: Ediciones Siglo XXI, 1976) 112.

[15] Una interpretación orgánica de esta figura mecánica de la historia es la propuesta por el economista W. W. Rostow quien describe un modelo único y unidireccional del desarrollo. En su “The stage of economic growth. A non comunist manifest” postulaba haber elaborado una teoría del desarrollo alternativa a la visión histórica de Marx. Esta “alternativa” a la visión marxiana se componía de 5 estadios por los cuales toda sociedad tendría que pasar: 1) Sociedad tradicional: consideras de esta manera las sociedades pre-científicas (pre-newtonianas), basadas en la agriculturas y asociadas a un fatalismo a largo plazo; 2) Condiciones previas al impacto inicial: aparece un espíritu modernizador, creyente del progreso y un Estado nacional centralizado; 3) Despegue: expansión de las empresas, boom tecnológico; 4) Marcha hacia la madurez: etapa de expansión tecnológica; y 5) Alto consumo: producción dirigida a la producción de bienes y servicios duraderos y un gobierno dedicado al bienestar social. Marcel Valcárcel “Génesis y evolución del concepto de desarrollo y enfoques sobre el desarrollo” Pontificia Universidad Católica del Perú, Departamento de Ciencias Sociales https://www.uv.mx/mie/files/2012/10/SESION-6-Marcel-Valcarcel-Desarrollo-Sesion6.pdf (consultada el 21 de noviembre de 2019).

[16] En este caso utilizo la noción de metáfora que propone Giovanni Levi a la sazón del uso que da a las categorías del psicoanálisis en el marco de la teoría de la historia: “Soy un historiador, y mis relaciones con el psicoanálisis son sin duda de aficionado, lo interpreto de forma metafórica, que “expresa –diría un diccionario de la lengua- a partir de una base de semejanzas, una cosa diferente de la que se nombra, transfiriendo el concepto que ésta expresa fuera de su significado” Giovanni Levi “El tiempo, los historiadores y Freud” en María Inés Mudrovcic y Nora Rabotnikof (Cord.), En busca de lo real perdido (México: Siglo XXI Editores, 2013) 114.

[17] John Womack, Zapata y la revolución mexicana (México: Siglo XXI Editores, 1987) 125.

[18]Para Michel de Certeau “El discurso histórico es necesario para la articulación social de las prácticas y sin embargo es controlado por ellas; así él sería el mito posible en una sociedad científica que rechaza los mitos, la ficción de la relación social entre prácticas determinadas y leyendas generales entre técnicas que producen lugares y leyendas que simbolizan el efecto del tiempo” Michel de Certeau, Historia y psicoanálisis (México: Universidad Iberoamericana, 2007) 22. Con Guillermo Zermeño agregaríamos lo siguiente: “Una de las características del mito, empero, es su configuración narrativa transclasista e incluso ‘transpartidista’. Por eso es necesario distinguir entre ‘mito’ e ‘ideología’” Guillermo Zermeño, “Revolución: entre el tiempo histórico y el tiempo mítico”.

[19] Bolívar Echeverría, Siete aproximaciones a Walter Benjamin (Colombia: Ediciones Desde Abajo, 2010) 36.

[20] Michael Löwy, Walter Benjamin: aviso de un incendio. Una lectura de las tesis ‘sobre el concepto de historia’ (Argentina: Fondo de Cultura Económica, 2012) 82.

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