La idea de los pactos verdes no es algo nuevo, tiene como antecedente directo al “New Deal” que en la década de los treinta Franklin D. Roosevelt puso en marcha para sacar de la depresión económica que se vivía en esos momentos en Estados Unidos. Este pacto consistía en una serie de reformas económicas, políticas y sociales, que involucraban una fuerte política interior, sumada a una exterior que les permitiera el crecimiento económico necesario para enfrentar la crisis. La historia, principalmente la oficialista lo cataloga como un éxito.
En la década de los noventa, el termino volvió aparecer, principalmente en el ámbito académico, donde muchos investigadores comenzaron a plantear un “Green New Deal” desde el cual el gobierno estadunidense podía ir generando una nueva política exterior basada en una agenda extractiva maquillada de verde y sustentable. El repunte del neoliberalismo les daba el escenario perfecto.
Aunque el termino no permeó lo suficiente las políticas públicas, sentó las bases para ir perfeccionando este modelo de producción-consumo que se basa principalmente en la privatización y extracción de la naturaleza, los bienes comunes y los territorios. Teniendo como resultado la crisis socio-ecológica actual y el colapso civilizatorio al que nos enfrentamos.
Para inicios del siglo XXI en el gobierno de Obama se proponía un “Green New Deal” como la agenda de trabajo que considerara una transformación industrial encaminada hacia una transición justa, donde el maquillaje verde de las energías mal llamadas renovables fueran el eje impulsor de toda esta transformación, sin embargo, este maquillaje solo alcanzaba para mantener al capitalismo en su fase tardía como el sistema de clases impulsor del modelo de producción-consumo actual. El concepto se quedó de nuevo entre los investigadores, los papers académicos y fuera -en teoría- de la política exterior de los Estados Unidos.
La crisis climática, el cenit del petróleo, el inminente colapso socio-ecológico ha hecho que surjan nuevas iniciativas de “Green New Deal” o simples pactos verdes, donde Think Tank como la New Economic Foundation, senadoras supuestamente de izquierda como Alexandria Ocasio-Cortez, Bernie Sanders y activistas/periodistas/escritores como Naomi Klein salgan apoyar esta iniciativa como una alternativa real a las crisis que estamos viviendo a nivel planetario. Este pacto verde fue parte de las promesas de campaña de Sanders en su paso a la candidatura a la presidencia de los Estados Unidos y fue parte de la negociación principal que hizo con Joe Biden y su equipo de campaña para su renuncia y posterior apoyo.
Este proyecto muy bien apoyado por los intelectuales, políticos, investigadores supuestamente de izquierda, que fue aprobado por Biden y su equipo está basado en políticas ambientales dentro de su país, es decir políticas internas donde se propone la prohibición a la minera a cielo abierto, el fracking, buscar la reducción de más del setenta por ciento de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero que se producen de forma interna, con la meta de lograrlo para el 2030.
Esta propuesta va de la mano con una fuerte política exterior donde el extractivismo maquillado de verde y sustentable pretende convertir a todo el Sur Global en una zona de sacrificio desde donde se piensan extraer las materias primas para que ellos en el Norte puedan conseguir sus metas. No hay nada nuevo en su forma de colonialismo, solo que esta vez se pinta de verde, de “ecofriendly”. Se plantea una nueva forma de colonialismo mucho más agresiva y criminal. Una propuesta idónea para estos tiempos de crisis, donde el capital plantea sacar el mayor provecho posible.
En la Unión Europea la situación es muy similar a la de los Estados Unidos, lo mismo en el Reino Unido y las propuestas de pactos verdes del Partido Laborista que van muy de la mano a lo propuesto por casi todos los países del Norte Global a pesar de las múltiples críticas que se le han hecho desde algunas organizaciones tanto transnacionales como regionales que ven en estos pactos verdes una fuerte tendencia a mercantilizar la emergencia climática en particular y a la naturaleza en general. Estas propuestas se presentan desde una lógica economicista, tecnócrata, sin pensar en los costos socio-ecológicos que terminaran pagando las comunidades del Sur o las que ya vulneradas dentro de sus países.
Desde el Sur también se han propuesto algunas especies de pactos verdes que tratan -en palabras de sus promotores- de romper con la visión euro centrista y/o estadunidense. De los más representativos están el Pacto Eco social del Sur y el Pacto Rojo, los cuales buscan fortalecer proyectos de maquillaje verde desde los propios países participantes en estas iniciativas. Es decir, un poco como aquella lógica que mantuvieron los países mal llamados de izquierda latinoamericana de “el derecho al desarrollo” donde se pensaba que se podía tener un proyecto de desarrollo extractivista pero nacional, alejado -según ellos- de las corporaciones transnacionales del Norte. Al final era lo mismo, el único cambio era una idea nacionalista, sin sentido, ni lógica alguna. El fracaso de estas políticas lo vemos hoy en día, aunque ellos no parecen notarlo con sus propuestas de pactos verdes, aunque tengan nombres distintos siguen siendo lo mismo.
Incluso se plantea un pacto verde feminista que pretende una transición justa y horizontal. En todo esto el problema básico es que se busca implementar acciones sin un cambio sistémico real, sin reconocer que el colapso ya lo estamos viviendo y que desde los gobiernos no vendrán las políticas necesarias para lograr salir avante.
Aunque se presentan desde distintas regiones y en la forma tienen distintas metas, estos pactos verdes, incluidos los del Sur Global tienen un mismo objetivo: mantener un sistema de clases que fomenta un modelo de producción-consumo extractivo y privatizador, solo que esta vez con los cambios que ellos necesitan, los que tienen el poder político y económico en las regiones y a nivel planetario.
Si vemos con mucha ingenuidad la definición que sus promotores les dan a los pactos verdes, podemos pensar que justo en ellos están las soluciones para frenar la emergencia climática y el colapso socio-ecológico. Se presentan como un contrato social que viene a regular la relación entre los seres humanos -no al modelo, ni al sistema de clases- y la naturaleza, “aprovechando de forma sustentable, los recursos” y solo utilizándolos para proyectos con cero o un mínimo impacto, tanto en la naturaleza como en las emisiones de los Gases de Efecto Invernadero, pues recordemos que todos se presentan dentro del marco de la crisis/emergencia climática por lo tanto está siempre se lee en su discurso.
La realidad es que estos pactos solo sirven como una nueva oportunidad de negocios para las corporaciones transnacionales que desde una lógica economicista se maquillan de verde para mantener su extractivismo, su privatización de naturaleza y territorios, su ampliación de las zonas de sacrificio, la depredación ecológica tan características de estas épocas de capitalismo tardío mutando hacia el tecno-feudalismo, principalmente en el Sur Global. Ahora lo hacen desde una supuesta transición energética/ecológica justa y equitativa, ocultando que esto es una nueva forma de colonialismo, ahora bajo el argumento de la necesidad de frenar la emergencia climática. Colonialismo al fin.
Estas propuestas son una reforma al modelo producción-consumo sin modificar en absoluto el modelo económico, simplemente buscan externalizar los costos socio-ecológicos en las poblaciones más vulneradas y en la naturaleza, principalmente en el Sur Global, aunque dentro del Norte se mantendrán sus políticas de racismo ambiental sin modificarse, intentando que esto no afecte o el menos no de forma significativa a sus bolsillos.
Las ganancias se mantienen, las zonas de sacrificio no se modifican, por lo tanto, el cambio no llega a la raíz del problema con lo que la crisis socio-ecológica es un motor para un cambio de sistema donde los mismos de siempre salgan beneficiados a costa de la naturaleza y las poblaciones humanas vulneradas por el propio modelo.
Los pactos verdes son extractivismo con otro nombre. Se presentan como sustentables, ambientalmente responsables, con un argumento de transición ecológica justa que nos permita -en palabras de sus promotores- dejar nuestra dependencia a los combustibles fósiles, sin embargo, mantienen y aumentan sus proyectos mineros, mantienen un modelo de disposición final de los residuos altamente contaminante y dañino para la salud ambiental y humana, plantean nuevas zonas de sacrificio. Todo esto desde un discurso de falsas soluciones que respaldan sus acciones criminales e injustas, sin ver por el bien común o por la naturaleza. Los pactos verdes son reformistas en un momento que necesitamos un cambio antisistémico de raíz.
Estamos ante un nuevo colonialismo, que es muy claro cuando escuchamos a investigadores -muy respetados por el propio sistema- referirse al litio como el “nuevo oro” o el “oro verde” (Víctor Toledo dixit) obviando todos los daños que causa la extracción de este metal blando. También lo notamos cuando escuchamos en los medios de comunicación como las corporaciones presumen de sus acuerdos para seguir contaminando, asesinando lentamente a la naturaleza y las comunidades, sin que los gobiernos digan o hagan nada.
Esta mutación que se ha venido dando en el sistema de clases, pasando del neoliberalismo hacia un capitalismo tardío con muchas características feudales o tecno-feudales nos ha venido dejando una crisis socio-ecológica que tiene mucho parecido con un colapso civilizatorio, especialmente por la devastación planetaria. Esta mutación es la culpable de la emergencia climática, de la crisis que vivimos, sin embargo, se sigue pensando en el crecimiento económico antes de buscar soluciones reales fuera del modelo/sistema. Ni el progreso, ni el desarrollo como se presenta desde arriba lo son tal, al contrario, son dos palabras que para la naturaleza y las comunidades vulneradas significa todo lo contrario.
Existen muchos ejercicios teóricos que se pueden poner en práctica en estos momentos de crisis; muchos de ellos desde el anarquismo, desde los municipalismos libertarios, la economía social/local, enfoques ecosistémicos de desarrollo comunitario, entre otros que promueven una organización local por sobre lo nacional, regional o planetario, que además son mucho más incluyentes y horizontales.
También existen otros ejercicios prácticos que, si bien es cierto, tienen mucho que mejorar en sus acciones, tanto en lo interno como en su exposición hacia afuera y su dependencia financiera del propio sistema que dicen combatir; estos se pueden adaptar a las alternativas que se necesitan para romper con este modelo y poner en marcha otra forma de relacionarnos entre nosotras y con la naturaleza.
Es difícil imaginarnos una nueva forma de organización, especialmente por los años de adoctrinamiento donde nos han vendido la idea de que el mundo solo puede estar organizado como nos han dicho. Incluso con esa idea de que democracia es solo la electoral delegando decisiones a un cierto grupo que busca sus propios intereses, sin embargo, no es imposible buscar romper de lleno con esta forma de organización, sin líderes, ni caudillos. Esto no solo es posible, sino que en este momento es urgente.
Desde la rebelión contra Elisyum
Septiembre 2021.