La desmemoria como arma contra los pueblos. Destrucción y transformación del centro de Monterrey (1980-2007) – Lylia Palacios

Lylia Palacios[1]

Apenas leí el título del libro, Donde habita el olvido… me retumbaron las palabras de dos autores, de Marc Angenot (2010) cuando dice: “El olvido debería ser el primer objetivo de meditación de todo historiador”. Y de Iván Ilich (1984) quien apunta: “el arte de habitar forma parte del arte de vivir”.

El libro trata de la desmemoria de una ciudad cuatricentenaria; de esta ciudad cuya brújula sólo apunta a lo que en el momento se quiera entender por progreso y crecimiento. Ante este fetiche todo lo material tiene fecha de caducidad, siempre corriendo hacia el olvido en pos de lo “nuevo”, de lo moderno.

Pero la ciudad no es una abstracción ni tabula rasa, es el terreno de las relaciones sociales y de la confrontación de intereses. Es un tablero en el que hay que acomodar a sus distintos actores y sus interrelaciones,  para ver desde allí que el desdén de lo tangible que se destruye y la desmemoria sobre lo intangible, podría ser el resultado esperado por las clases hegemónicas. Ésas que en esta ciudad hicieron del mito del desierto y del hombre industrioso, de la laboriosidad y el progreso su credo e identidad.

Bajo este canon ideológico la ciudad ha sido tratada por la clase propietaria y empresarial como un activo más. Lógica que encuadra en el planteamiento de Molotch y Logan (2015), quienes definen la ciudad como una “máquina local de crecimiento”, es decir, que “los espacios urbanos son mercancías que pueden producir poder y riqueza para sus dueños y esto puede explicar por qué cierta gente se interesa tanto en la ordenación de la vida urbana.” (p. 157)

Por tanto, el pasado urbano como memoria colectiva, como conciencia citadina, es poco útil para los agentes económicos,  por elloplantea Jaime– “la tabla rasa ha sido un dispositivo al que se ha recurrido con frecuencia en la búsqueda por eliminar el pretérito del espacio urbano. Esta deliberada necesidad de olvidar el estado previo para conseguir o crear algo en el presente constituye precisamente uno de los principales postulados de la modernidad.”

Y la modernidad “regiomontana” encuentra en ese canon identitario el consenso necesario para toda intervención urbana arrasadora, que en palabras de Logan y Molotch (2015), permite “conectar el orgullo cívico con los objetivos de crecimiento, vinculando los supuestos beneficios económicos y sociales del crecimiento en general»…. ¡Este Monterrey y sus grandezas!

En este tenor, la investigación que realizó Jaime se guio por la siguiente hipótesis: “la articulación del conjunto Gran Plaza-Paseo Santa Lucía-Parque Fundidora ha facilitado la mercantilización del espacio urbano y ha generado procesos de expulsión de población, los cuales hoy en día contribuyen a perpetuar la imagen ruinosa y de abandono dentro del primer cuadro de la ciudad.”

Para mostrarla, se recurrió a dos conceptos clave: “Espacio público contingente” y “Espacio público planificado”. Conceptos que se instrumentalizan para diferenciar, entre los espacios creados en el tiempo por las continuas interacciones de las personas en sus múltiples ámbitos de la vida cotidiana, de los otros diseñados por los diversos agentes urbanos. El contingente discurre en ámbitos como  el hogar, el barrio, las calles, los comercios y los espacios de trabajo; en tanto que el planificado, apunta el autor, se constituye atendiendo a tres componentes acentuados en el actual capitalismo neoliberal: el del control en el uso, el de la potencialidad financiera y la determinación de la imagen de ciudad que se quiere proyectar.

Con ese marco conceptual se articuló la comprensión del caso estudiado, señala el autor, “El motivo de esta investigación consistiría precisamente en indagar sobre el proceso e implicaciones que conllevó la transformación del espacio público de tipo contingente en otro planificado.”

El libro da cuenta y reconocimiento de numerosos estudios teóricos y de caso que sustentan o se confrontan con los resultados obtenidos. El conjunto de la investigación es un diálogo interdisciplinario entre la historia social y urbana, la fotografía, la arquitectura patrimonial, la sociología y la literatura. Asimismo, la investigación pasó por la profusa revisión de archivos documentales, hemerográficos y visuales; como por la recuperación testimonial a través de la entrevista a ex vecinos de los espacios destruidos, como de ex obreros liquidados.  Los resultados de su pesquisa se presentan en los tres capítulos que integran este libro.

1º. Renovación Urbana y Espacio Público en el Centro de Monterrey

El capítulo contiene la exposición y análisis del contexto político y económico en que se desarrollaron cada uno de los tres proyectos de reingeniería urbana. Describe cómo entre crisis económicas y ajustes en los intereses empresariales, los planos y objetivos originales se alteraron hasta quedar lo que conocemos, bastante lejos de los iniciales: ni la Macroplaza se convirtió en el  Central Business District, y el Paseo Santa Lucía ni la sombra del river walk de San Antonio. En cuanto a Fundidora Monterrey, allí el objetivo original se cumplió a cabalidad: quiebra inducida y despido masivo de trabajadores en 1986, fin al sindicato rebelde, fin a la estabilidad del trabajo, fin a la seguridad social negociada contractualmente, bienvenido el neoliberalismo… ¿el parque?, ya se iría pensando.

Y derivando del contenido del libro, me permito hacer un largo paréntesis relacionado con el arribo a la gubernatura de Alfonso Martínez Domínguez. Su papel protagónico en la construcción de la Macroplaza es un excelente ejemplo que refuta el supuesto antagonismo histórico entre la élite regiomontana y el gobierno federal. El ex regente del Distrito Federal, relacionado directamente con la matanza estudiantil del 10 de junio de 1971, llegó en 1979 a Nuevo León como tributo conciliatorio del gobierno federal con la burguesía industrial regiomontana, cuyas relaciones quedaron lastimadas no con la muerte de Eugenio Garza Sada en 1973, sino por toda la alteración sufrida en la década de los 70 en el control laboral y social del que se ufanaban empresarios y gobierno. En estos años vivieron sus peores pesadillas, con una ciudad subvertida por amplios sectores obreros, universitarios y normalistas, sindicales, campesinos, populares y guerrilleros; calles y plazas del centro de la ciudad, espacios porosos entre lo contingente y lo planificado, se convirtieron en espacios territorializados por la protesta y manifestación. Como servicial gobernador, Alfonso ejerció la fuerza del Estado contra toda disidencia, particularmente la de los asalariados, actitud que tanto anhelaba una burguesía que no obstante haber triunfado, se restañaba el orgullo patronal herido por el sorprendente e histórico paro obrero en la fábrica “Cristalería” del grupo VITRO, conflicto que inició desde mediados de 1978 y finalmente derrotado en marzo del 79. Martínez Domínguez, además de regresarle el control de la ciudad a sus élites, le concedió a éstas y a los distintos agentes económicos urbanos manga ancha para participar en el derrumbe del centro y la construcción de la Macroplaza. Un solo ejemplo para cerrar el paréntesis: la  Inmobiliaria Macroplaza,  creada en 1982 con la asociación de la familia Lobo Morales del grupo Protexa y el grupo Coral que encabezaba Alberto Santos de Hoyos.

2º. El Habitar Desplazado

Un eje central en la investigación realizada sostiene que, todo el rediseño urbanístico que conformó un nuevo espacio público planificado, se hizo a costa de la desaparición de otro espacio también público resultado no del trazo del arquitecto y del ingeniero civil, sino de la contingencia vivencial de personas que allí habitaban, como vecinos, transeúntes, consumidores, comerciantes, trabajadores, etc. Espacios que el tiempo y los cambios de uso,  de usuarios y habitantes había conformado un territorio urbano heterogéneo, funcional pero descuidado, vital pero desigual, por tanto, estéticamente alejado del principio pulcro y ordenado de la modernidad, concepción en la que no cabe la pobreza o la heterogeneidad social como primera imagen del centro de la ciudad. Y bajo el enfoque parcial y la estigmatización el gobierno estatal justificó la destrucción, como reza en un texto citado por el autor:

“Así era el centro de Monterrey en 1979, centenares de viejas y decadentes construcciones, sórdidos callejones, cabaretuchos, centros de vicio, prostíbulos, cantinas, taquerías, comercios de ínfima categoría, antiestéticos anuncios y sucias vecindades en ruinas.”

La arrogancia de clase no alcanza para comprender el porqué del deterioro urbano y mucho menos para concederle valor a otras formas de vivir y de habitar. Por tanto, había necesidad de “renovar” de “regenerar”, tirando junto con el agua sucia la historia citadina y las relaciones comunitarias allí construidas y vividas día a día. Por eso sostiene Jaime “la renovación del centro de Monterrey partió de una valoración negativa de esa porción del centro de la ciudad en términos sociales y urbanísticos…” porque lo que importaba era darle una “nueva cara a Monterrey.” Para eso había que desplazar, expulsar y liquidar a quienes habitualmente allí vivían o laboraban.

El fenómeno del desplazamiento y desalojo por reconstrucciones y rehabilitaciones urbanas, despuntó apuntalando el neoliberalismo durante la década de 1980. Avanzaba en ciudades de antiguo origen industrial norteamericanas y europeas; y con el icónico caso de la ciudad de Nueva York, se difunde el término “gentrificación” (Deutsche y Ryan, 2015).

Para estos años 80 en Monterrey el término gentrificación no circulaba, y aunque Jaime toma distancia del término para utilizarlo en su análisis, ciertamente el gobierno tuvo un rol fundamental en la planeación del desplazamiento,  ejecutado como política pública. La experiencia del habitar y des habitar, de la clausura y derrumbe de viviendas y de todo el equipamiento público, comercial, etc. le sucedió a una población inerme ante el hecho, habitantes y citadinos desinformados y llenos de rumores. Hubo pues, reconstruye Jaime a partir de los testimonios recuperados, desinformación, violencia, abuso económico, y ante esto la mayoría prefirió negociar y abandonar. Los menos que trataron de resistir fueron despojados en medio de vejaciones.

Una fotografía aérea de las últimas casas en medio ya del vacío de lo derruido y la sentida narración de la última zambullida en el redescubierto río Santa Lucía por uno de los últimos habitantes de este barrio antes de ser desalojado, me recordó la desolación del último habitante –un laudero que hacía violines– que resistió el desalojo hasta la muerte en la excelente película holandesa «Nobles intenciones» (Publieke werken/Obras públicas, 2015): finales del siglo XIX, Ámsterdam se modernizaba con la gran Estación Central y el majestuoso Rijksmuseum, el gran negocio sería el imponente hotel Victoria. Allá como acá, los habitantes comunes estorbamos al capital y su progreso.

Y a qué se refiere eso de Espacio público contingente? Es para mí una de las partes más bellas y propositivas en este libro, son los espacios que construimos, que nos apropiamos, que territorializamos o como define un autor citado en el libro son «los espacios de la gente”. Jaime en su indagar ubicó los siguientes: “la casa, las calles, los barrios, el comercio de proximidad, la fábrica, el agua y, finalmente, la nostalgia asociada con el centro de la ciudad”… y se van escuchando las voces.

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El centro demolido por las obras de la Macroplaza. Año 1982
(Imagen tomada del libro “Donde habita…” p.130)

Testimonios que confirman a Ilich cuando sostiene que el arte de vivir no se limita a modelar un espacio interior:

“…lo que se extiende más allá del umbral de nuestra puerta de entrada es igualmente modelado por este arte (…) De este lado es el hogar; del otro los ámbitos de comunidad”. “Habitar [es] permanecer en sus propias huellas, dejar que la vida cotidiana [escriba] las redes y las articulaciones de su vida en el paisaje.”

3º. Producción de patrimonio urbano y el espacio público en Monterrey

En el último capítulo la reflexión se dirige a preguntarse “¿Qué pasa en una ciudad en la cual se niega el carácter histórico de su centro histórico?” toda vez que “la construcción del espacio público planificado ha resultado en el mecanismo más devastador de los últimos años.” Y en este descarte premeditado, ¿a qué se redujo el patrimonio urbano en ese pedazo del centro que hoy reúne a la Macroplaza y el Paseo Santa Lucía? Porque destruyeron todo vestigio de modos de habitar, tanto de modestos propietarios como de inquilinos pobres, desarticulando con ello todo el entramado de vida barrial, de esparcimiento y entretenimiento, comercial y de trabajo, eso que ahora los arquitectos andan “descubriendo” con los llamados usos mixtos de los edificios que febrilmente construyen. Creo que por eso Ilich les decía en 1984 a los reales arquitectos británicos: “El arte de vivir es una actividad más allá del alcance del arquitecto”.

Así, congruentes con su concepción monumentalista y clasista del patrimonio urbano, en pie solo quedaron edificios estatales, eclesiásticos y del capital, como subraya el libro:

“¿Qué valía la pena conservar? Hoy día la respuesta está expuesta a la vista de todas las personas, los edificios de la Iglesia (la catedral de la ciudad, la capilla de los Dulces Nombres y la iglesia del Sagrado Corazón), el Estado (los distintos edificios de gobierno) y la burguesía (el Casino Monterrey y el Círculo Mercantil Mutualista), definidos como patrimonio de la ciudad.”

Con el nuevo espacio público planificado y el patrimonio conservado se desproletarizó el centro de la ciudad, afirma el autor. Pues además de la desaparición de los barrios en y contiguos a la Macroplaza-Santa Lucía, al cierre de Fundidora Monterrey se sumó la negativa sistemática del fideicomiso privado que administra el Parque, a entregarles a los ex obreros un espacio para Museo del Trabajo. Este comportamiento empresarial, gubernamental e incluso académico, confirma lo que señala Löic Wacquant (2015) sobre el patrón de invisibilización de la clase trabajadora con la “eliminación, literal y metafórica, del proletariado en la ciudad” (p. 146). La clase productora que hasta los años 70 jugó un papel central en la sociedad y la economía se debilitó, fragmentó y dispersó laboral y espacialmente, condición que confirmó “el cambio de papel del Estado, de garante de cierta cobertura social para las poblaciones de bajos ingresos a facilitador de instalaciones y servicios empresariales para urbanitas de clase media y alta”. (p. 146)

Por lo anterior, esta investigación es una contribución directa y comprometida a la reconstrucción de la memoria dispersa de esta ciudad, de una parte de su historia subalterna y soterrada. Un aporte al necesario desmantelamiento de los mitos que se impusieron como verdad y que llegan incluso hasta la historia ambiental de la ciudad: ¿cuál desierto? ¿Cuál falta de agua? Calor intenso y suelo yermo son cosas distintas, o, ¿dónde se ha visto emerger y subsistir una cervecera –como la Cuauhtémoc desde 1890– donde no hubiera recursos hídricos? Por ello, el libro tiene el enorme valor de recordarnos en este presente neoliberal, una frase muy trillada pero hoy absolutamente pertinente y parafraseo: quienes no conocen su historia están condenados a sufrirla nuevamente.

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Canal Santa Lucía, Monterrey, N.L., ca. 1920
(Imagen tomada del libro “Donde habita…” p. 235)

Hoy en este Monterrey en plena reingeniería urbana, las mismas familias empresariales aplicadas al crecimiento inmobiliario (en el que están como gran negocio desde la década de 1970, cuando la ciudad comenzó una expansión metropolitana que continúa)[2], están empecinadas en borrar de la promovida imagen de Monterrey como ciudad turística y de servicios, al último patrimonio vivo de la historia social y obrera de esta ciudad: la colonia Independencia, “último resquicio del habitar popular en el centro de Monterrey”, como describe Jaime. Ante lo cual el gobierno estatal, con un gobernante que se vanagloria de haber sido discípulo político de Martínez Domínguez, está ratificando el papel del Estado como facilitador y promotor del interés privado. Conocemos sus proyectos de interconexión vial, de distritación de la ciudad, de la búsqueda del apoyo eclesiástico para convertir el cerro de la  Loma Larga en territorio de gentrificación y de turismo religioso. Pero a diferencia de los habitantes de este centro desaparecido, los de la Loma sí están informados del asecho en que se encuentran y se defienden contra ello. Este libro sin duda es de gran valor para la historia regiomontana contra-hegemónica y para el presente de todas las comunidades en riesgo en esta ciudad, es decir, todos los que en ella vivimos.

Referencias:

Angenot, Marc (2010). El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible. Argentina: Siglo XXI, Editores.

Deutsche, Rosalyn y Cara Ryan (2015). “El bello arte de la gentrificación”, en Observatorio Metropolitano de Madrid (eds.), El mercado contra la ciudad. Madrid: Traficantes de Sueños. (Artículo publicado por primera vez en 1984).

Illich, Iván (2008). “El arte de habitar”, en Obras Reunidas Vol. II. México: Fondo de Cultura Económica. (Discurso ante The Royal Institute of British Architects, York, Reino Unido, julio de 1984).

Logan, John y Harvey Molotch (2015). “La ciudad como máquina de crecimiento”, en Observatorio… op. cit. (Capítulo publicado por primera vez en 1987).

Sánchez, Jaime (2019). Donde habita el olvido: conformación y desarrollo del espacio público en el primer cuadro de la ciudad de Monterrey, 1980-2007. Monterrey: CONARTE.

Wacquant, Löic (2015). “Reubicar la gentrificación: clase trabajadora, ciencia y Estado en la reciente investigación urbana”, en Observatorio… op. cit. (Artículo publicado por primera vez en 2008).

Notas:

[1] Texto revisado del leído en la presentación del libro de Jaime Sánchez: “Donde habita el olvido: conformación y desarrollo del espacio público en el primer cuadro de la ciudad de Monterrey, 1980-2007”, realizada en Monterrey el 30 de noviembre de 2019 en el Museo de Historia Mexicana.

[2] En abril de 1972 se creó la Asociación de Fraccionadores, que luego cambió su nombre a Asociación de Urbanizadores de Nuevo León y finalmente conocida como ADIVAC (Asociación de Desarrolladores Inmobiliarios y de Vivienda, A.C.). De esta asociación emergen todos los grandes grupos inmobiliarios locales hoy existentes.

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