Crisis, Clase y Medios Comunitarios – Arnoldo Diaz

Crisis

Es complicado hablar de crisis del capitalismo ya que siempre se puede caer en el error de pensar que estamos en tiempos de la Crisis –en mayúsculas-, aquella que marcaría el final del sistema en el que vivimos. La historia nos da algunas lecciones valiosas para no caer en dicho error.

            Primero, se nos ha dicho que la crisis en el capitalismo es cíclica, una verdad histórica sin duda, si hablamos del capitalismo solamente en su expresión económica. Pero creo también que cuando hablamos del resto de las relaciones sociales, bajo el capitalismo, nos damos cuenta de que no existe una crisis del capitalismo.

            Me explico, el capitalismo, o la Modernidad Capitalista Patriarcal, existe gracias a una lógica de crisis perpetua. Ésta se manifiesta de distintas maneras, pero en repetidas ocasiones su resultado lleva a la consolidación del capitalismo, ya que con las crisis se justifica el monopolio de la fuerza o el monopolio de los medios de producción, que forman las bases y objetivos últimos del Estado Moderno.

            Por otro lado, el materialismo histórico en las ciencias sociales, y particularmente en la historiografía, ha dejado bien en claro que los modos de producción y las relaciones sociales nunca desaparecen de la práctica más que después de un largo periodo de lento cambio. Por ejemplo, tanto Enrique Semo como Roger Barta han explicado que las manifestaciones del feudalismo, un capitalismo embrionario (o mercantil) y el capitalismo industrial convivían en perfecta paz aún después de la Revolución Mexicana.

            Dicho esto, reitero mi idea de que no hay una crisis del capitalismo, sino que el capitalismo es la crisis. Y como ante toda crisis han surgido respuestas.

             Tras las movilizaciones del ’68, los llamados nuevos movimientos sociales (NMS) llegaron para evidenciar los puntos más visibles de la crisis capitalista. La naturaleza, la liberación de las mujeres, la diversidad sexual, las razas y los pueblos originarios retomaron las antorchas que el movimiento obrero iba dejando.

            En nuestras ciudades pueden observarse retazos de dichas luchas, pero la asimilación, la enajenación o la alienación -escoja el término de su preferencia- han llevado a la individualización. Aún que exista organizaciones, la lucha parte y depende directamente del individuo.

Clase y Cultura Obrera

Quizá las luchas que más escapan a ésta lógica son las luchas por la autonomía indígena y la autodeterminación de los pueblos, seguramente por su lejanía con la ciudad y el desencanto con la política autoritaria. Dicha tendencia se ve representada hoy por las comunidades del Congreso Nacional Indígena (CNI), el confederalismo democrático en Kurdistán, así como la lucha mapuche en Chile o Argentina y la liberación de la madre tierra por parte del pueblo nasa del Cauca, Colombia, entre muchos otros ejemplos.

            Pero en la ciudad, la asimilación, la enajenación y la individualización no permiten semejante nivel de identidad, de conciencia. Ante esto no podemos caer en la desesperación apática. El análisis de dicha situación nos lleva a encontrar en la clase una solución. Será preciso aclarar que para mí consciencia de clase e identidad funcionan casi como sinónimos.

            No podemos volver a cometer los errores del pasado, pero tenemos que retomar a la clase como centro de la lucha. Y al mismo tiempo, dicho concepto de clase no logrará convertirse en conciencia si no parte del reconocimiento de que las necesidades individuales son también las necesidades de la colectividad.

Es decir, nuestra conciencia de clase debe ser interseccional, porque la vida no son solo relaciones laborales (patrón-trabajador), sino que la explotación es también atravesada por la raza, el sexo o el género, las facultades físicas o mentales, etc. La conciencia de clase debe plantearse la superación de dichas opresiones como lo que son: un todo, un sistema; de otra forma las ideas nunca serán plenas.

¿Pero cómo desarrollar dicha conciencia en una ciudad tan dispersa e individualizada como la nuestra (Monterrey)? Creemos que la respuesta está en la identidad del barrio en el que se vive. El barrio históricamente marginado es el espacio donde todas las formas de opresión y explotación convergen. Pero su historia y costumbres marcan un sentimiento de pertenencia que va más allá de dichas opresiones.

Bajo esta idea es que planteamos la necesidad de proyectos de cultura obrera fuera de las instituciones del Capital, en los cuales podamos rescatar la identidad del barrio y a la vez ir cuestionando las diversas formas de opresión que viven quienes habitan dichos barrios. Y así ir plantando la semilla de aquella conciencia de clase a la que aspiramos, formada por quienes lo viven.

Con estos planteamientos surgieron múltiples dudas sobre la historia de nuestros barrios ¿Qué es lo que se recuerda? ¿Qué es lo que se difunde? ¿Quién lo cuenta? Y ¿De verdad esto llega a la gente común? Las respuestas fueron en su mayoría negativas. De ahí la necesidad de crear las revistas comunitarias Nuestra Voz en la colonia Sierra Ventana y Av. Aztlán en las colonias aledañas al Cerro del Topo Chico, y ahora Del Mero San Luisito en la histórica colonia Independencia y La Sada en el municipio de San Nicolás.

            Las revistas se nutren de los textos que la gente escribe en su reducido tiempo libre. Son vecinos y vecinas que a través de un escrito, un recuerdo o una imagen, plasman los primeros pincelazos de una nueva conciencia de clase. Dichos proyectos también buscan influir en la vida de la gente a través de su funcionamiento: la autogestión.

            Autogestión económica ya que al no depender de nadie más que de nuestro trabajo asalariado, queremos demostrarle a la gente que sus ideas valen, que no necesitan de nada ni de nadie para hacerlas valer. Solo se necesita esfuerzo y trabajo en colectividad.

            Pero también autogestión de la memoria al ser la gente quien marca lo que se debe recordar. No existe aquí una imposición del discurso histórico, sino la construcción colectiva del mismo. Quienes nos integramos al equipo de trabajo de las revistas no nos insertamos como expertos de la historia de la colonia, sino que vamos descubriendo junto con nuestros lectores cada detalle que se guarda en la memoria de nuestros vecinos y vecinas.

            La cultura obrera, la cultura de barrio, la conciencia de clase, el trabajo de base son conceptos en los que tenemos que comenzar a trabajar si queremos contribuir en la solución de la crisis capitalista; o al menos si queremos sobrevivir a ella.


[1] Ponencia presentada en el foro Movimientos sociales en la globalización organizado por el PCM en la Universidad Emiliano Zapata.

Publicado originalmente en el blog de la revista Av. Aztlán

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