Identidad e historiografía: consideraciones sobre el papel de la identidad en el ejercicio escritural de la Historia

Por  César Ochoa

Hoy hay que adelantarse a todo lo demás
y al diablo si sabemos, ¡queremos saber más!

Silvio Rodríguez

A la sazón de mi participación en el XXXIX Encuentro de Estudiantes de Historia, me di a la tarea de reflexionar un poco sobre la condición de la identidad dentro del discurso historiográfico, intento que me dejó un deseo por continuar y que en las siguientes páginas trataré de remodelar. El objetivo de este ensayo no es más que una sugerencia, preguntas sobre preguntas que ayuden a la reflexión teórica en torno al quehacer del historiador. Tampoco es que la propuesta se consolide en la mera vaguedad, y es que preguntar sobre la identidad en esencia complejo, cosa que intenté demostrar en las siguientes líneas. Comienzo definiendo la identidad como concepto analítico, sigo con un esbozo mínimo del carácter de presente de la historiografía: como esta se encuentra atada a las condiciones escriturales postuladas por De Certeau, continuo con una delimitación entre regímenes de historicidad con que trato de demostrar la movilidad de la interpretación del tiempo –y con ello de las experiencias- prosigo con algunas consideraciones teóricas extirpadas de la Histórica de Koselleck, terminando con un giro que pretende regresar al presupuesto primero: la circularidad socio-científica, entendida como la relación métodos/realidad social.

La identidad dentro del discurso historiográfico

La identidad, ante todo, es un hacer, pues «Para que algo tenga identidad, debe permanecer idéntico a sí mismo».[1] Puesto que dentro de ese «permanecer» existe una eminente necesidad del actuar es claro cuando decimos que la identidad «…se define primariamente por sus límites y no por el contenido cultural que en un momento determinado marca o fija esos límites»,[2] pues los límites pueden discurridos una y otra vez, transgredidos inclusive. Cundo se habla de identidad no se habla de «objetividad», mucho menos de alguna condición absoluta, ya que «…lo que identifica a un grupo no son los elementos culturales objetivos del mismo, sino aquellos que los sujetos consideran significativos»,[3] con lo que podemos considerar nuestra premisa de análisis: la identidad es un hacer, un constructo móvil e inconsistente, aunque, paradójicamente su objetivo primordial sea la homogeneidad y el mantenimiento de una suerte de status quo.

     Michel de Certeau divide el ejercicio historiográfico en tres estadios –que a lo sumo no son lineales y que solo se consideran estadios en pos de un análisis más diáfano. Estos son: un lugar social, una práctica y una escritura. De Certeau diferencia entre un lugar que condiciona las posibilidades para la producción; una práctica referida a los métodos y formas de producir la historia; finalmente una escritura posibilitada por una inversión de la práctica y una ley cronológica que inunda de sentido al «hecho» histórico. Esta «ley enmascarada» se reconoce un poco en la ley del epílogo, mencionada en: “La historia, inseparable del historiador” de Henri Marrou.[4] Esta posición dejo claro que la «operación historiográfica» -así llamada por De Certeau- está estrictamente supeditada al lugar social donde aparece.[5] Serviría también como explicación la metáfora del «punto ciego» acuñada por Alfonso Mendiola, la cual, a grandes rasgos, obedece a aquello que el historiador que escribe historia no puede ver de sí mismo –denominado por el autor «auto-referencialidad».

     Ahora bien, teniendo en cuenta este marco teórico/escritural, la Histórica de Koselleck podría ser de gran ayuda para discernir y decidir entre una especie de relativismo absoluto (todo es discurso) y un realismo recalcitrante considerando que:

«…la historia de los conceptos puede suministrar conocimientos que no se pueden extraer del análisis de la propia situación fáctica. La atalaya que construye permite divisar una dimensión de la realidad social […] que no se nos abre desde el mero contexto».[6]

Como el problema que nos atañe aquí es la divergencia entre lenguaje y realidad, pondré especial énfasis en la noción de «circularidad socio-científica»  con la que Koselleck aporta una formulación teórica que no debe ser ignorada. Un punto clave por esclarecer es la relación entre concepto y experiencia. Una afirmación que sostendremos como axioma es que «…un concepto testimonia las mutaciones sociales y encauza su horizonte prospectivo. Registra a la vez que propulsa, y, por lo tanto, es teórico-práctico»,[7] dejando así clara la relación entre método y lugar social propuesta más arriba.

     La postura analítica con que Koselleck escribe su Crítica y crisis resulta importante para esclarecer la cuestión. En el segundo capítulo de dicha obra Koselleck pone especial énfasis en la «autocomprensión de los ilustrados como respuesta a su situación en el Estado absolutista»,[8] donde la moral burguesa se alza  como crítica al sistema absolutista, por demás político. Esta cuestión nos hace ver imprescindible un hecho muy curioso, propio de esta modernidad ilustrada: la separación entre vida pública y privada, dando espacio a una verdad estatal  y una verdad pública.[9] Entre tanto, y gracias a esta separación moral/pública el escenario conceptual adquiere una nueva carga semántica con base en cuatro condiciones establecidas por Koselleck: democratización, temporalización, ideologización y politización.[10] Con la caída del absolutismo, consolidada con la revolución Francesa de 1789, la semántica de los conceptos políticos se reconfigura, y si aceptamos que «La forma en que los hombres viven la historia y la cuentan depende de la forma en que comprenden el tiempo»,[11] no nos parecerá descabellada el concepto de régimen de historicidad de François Hartog y el «futurismo» que de este emerge.

     Para Zygmunt Bauman, el mundo moderno contemporáneo es no ya un mundo «moderno pesado» -futurista por utilizar la fórmula de Hartog- sino «liviano» o «líquido»[12], y que dentro de esta liquidez la forma de la cultura se ha transformado. Por ejemplo, dice Bauman que «En lugar de una vida hacia la utopía, a los cazadores se les ofrece una vida en  la utopía […] ¿No deberíamos, en este caso, cambiar el término “u-topía” por el de “u-vía”?»,[13] y de ser este el caso, considerando que Bauman hace un juego con estas figuras –cazadores, jardineros y guardabosque donde los guardabosques representan a una postura «pre-moderna- con la realidad, donde este solo se dedicaba a «totemizar» la realidad, dejarla como está, sacralizarla; el jardinero, representando al hombre moderno, consideraba necesaria la transformación del espacio natural, configurarlo a sus necesidades, perspectivas y, por qué no, prospectiva, y el cazador, al que podríamos situar en la era «líquida» de la modernidad, ni sacraliza ni ordena, solo «disfruta» de la droga de cazar que «…una vez que se prueba, se vuelve un hábito, una necesidad interior y una obsesión»,[14] ¿no estamos ante un posible umbral de nuevas interpretaciones de las experiencias? Los regímenes de historicidad de Hartog podrían darnos algunos argumentos para la cuestión. Hartog divide estos regímenes de historicidad en tres grandes «bloques»: pre-moderno, moderno-futurista[15] y presentista[16]. No Hay suficiente espacio en este trabajo para explicar la naturaleza de cada uno de los regímenes, por lo cual solo me abocaré a utilizar los últimos dos.

     Un acontecimiento que según Hartog es clave para comprender la brecha[17] entre el régimen de historicidad futurista y presentista es la caída del socialismo real, pues «El curso de la historia reciente, marcado de manera simultánea por la caída del Muro de Berlín en 1989, por el desvanecimiento de la idea comunista basada en el porvenir de la Revolución y por el ascenso de múltiples fundamentalismos, ha trastocado, perturbado de manera brutal y duradera nuestra relación con el tiempo»[18].  Todo esto lleva a una pregunta que resultaría interesante analizar a la luz de los acontecimientos más próximos ¿qué pasará con conceptos como el de Estado,[19] Historia[20], Revolución[21], Utopía[22] bajo el nuevo régimen de historicidad? ¿Cómo se reconfigurarán la experiencia[23] y la expectativa si  se considera que «No hay expectativa sin experiencia, no hay experiencia sin expectativa»[24]  y en este nuevo umbral de experiencias que pareciera ser más reducido en torno a sus expectativas? En realidad, este no es lugar para responder de ninguna forma a estas preguntas, no obstante la sola pregunta atiende a la cuestión que nos atañe de principio: el cambio de las experiencias, de las expectativas y de los métodos.

     Cuando Kant hace la pregunta, según Koselleck, de ¿cómo se hace una historia a priori?, responde: «cuando el adivino efectúa y organiza los acontecimientos que ha anunciado por adelantado».[25] El historiador (recordando la ley enmascarada de De Certeau o del epílogo de Marrou)  será ese «adivinador que efectúa y organiza», que «anuncia por adelantado». Este «por adelantado» se refiere fundamentalmente a que el ejercicio historiográfico es un ejercicio eminentemente presente –presentista- y que, por esto mismo, resultaría imposible la identidad pasado-presente como producto de una relación de absoluta imposición del presente al pasado; el objetivo primordial del ejercicio escritural de la historia es comprender, cuando mucho, no imponer.[26] Pero ¿de qué manera es posible que el historiador se acerque al pasado? En Estratos del tiempo[27], Koselleck atiende a esta cuestión con una noción que trataremos de esclarecer aquí: la circularidad socio-científica. La base de esta noción es la separación de los tres estratos de experiencia: experiencia a corto plazo, a mediano plazo y a largo plazo:

 «Un primer tipo de experiencia es tan singular como irrepetible. Se trata de la experiencia que se instala por sorpresa […] A esta forma de experiencia se la podría denominar experiencia originaria, pues sin ella no tendría lugar ninguna biografía ni historia […] Pero las experiencias no surgen sólo en la medida en que han sido hechas, sino igualmente en la medida en que se repiten. Las experiencias también se recogen y son el resultado de un proceso de acumulación en la medida en que se confirman o se asientan corrigiéndose entre sí […el tercer estrato] Siempre se trata […] de un cambio de sistema que va más allá de una persona y de una generación y del que sólo somos conscientes retrospectivamente gracias a la reflexión  histórica […] Este tercer caso de cambio de experiencia de sistema a largo plazo es estrictamente diacrónico, se inscribe en secuencias que rebasan a una sola generación y escapa a la experiencia inmediata»[28]

Con ello reconocemos que las experiencias de primer y segundo plano posibilitan la construcción de una empresa de reflexión de tercer grado (histórica) ya que «Experiencias concretas plantean preguntas nuevas y las preguntas nuevas provocan nuevos caminos de investigación»,[29] es decir nuevas experiencias concretas. Esto último es lo que consideramos como «circularidad socio-científica». Volviendo a la premisa del trabajo, considero que esta circularidad demuestra la imposibilidad de la identidad en el discurso historiográfico. Me refiero a la identidad construida a priori o ex post, la construcción de límites a través de una disciplina que ya de por sí es cambiante desde su construcción más perenne. El movimiento y el discurrir desdibujan una posible relación entre las experiencias de primer y segundo orden construidas en pos de un tercer orden que obedece a un espacio singular de experiencia –presente. En consonancia con esto, Koselleck también plantea que registrar la historia solo es comparable a continuar la historia, así como a re-escribir la historia .[30] Probablemente con una postura dedicada al análisis de los componentes simbólicos, tal como lo entendemos con Geertz,[31] que estructuran una cultura, la identidad sea realmente plausible, pero incluso el mismo Geetz alerta sobre la «ficción» que se introduce dentro del propio trabajo etnográfico, y que también depende totalmente de los métodos que, a la sazón, son todo menos estáticos y absolutos.

Conclusión

Como conclusión solo queda el hecho que parte de la legitimidad de la pregunta: ¿es legítimo dudar de las construcciones a priori que delimitan un estado de cosas generalmente referidas al ejercicio del poder? Considero que sí. En efecto, el análisis del ejercicio historiográfico desde la postura de Alfonoso Mendiola y, aún más, desde De Certeau, nos hace recordar que toda Historia comienza en el presente y no en el pasado –como sería lógico pensar hasta cierto punto; segundo, el mundo social es convulso, se mueve y trasciende en su porvenir, pero esto no lo logra en su soledad, sino que va acompañado de ciertas limitantes semánticas que sostienen y posibilitan que una historia sea de una y no de otra forma, teniendo como ejemplo a la divergencia entre los regímenes de historicidad futurista y presentista; tercero, la relación «expectativa» y «experiencia» es fundamental para comprender el devenir histórico desde una óptica que ponga límites entre el valor semántico para la historia y la historia para los valores conceptuales, de sentido y significación; cuarto, esta limitante se configura con base en una noción que resulta verosímil a mis ojos: la circularidad socio-científica, que parte de la premisa de la relación entre experiencia y expectativa, es decir explica la transformación de los métodos historiográficos en relación con las experiencias concretas de primer y segundo orden –las experiencias personales y las experiencias acumuladas o rotas diacrónicamente entre generaciones- así como las experiencias a largo plazo, las cuales solo son posibles bajo el espectro de la reflexión histórica.

     Por ello concluyo con que la identidad pasado-presente es imposible si se le considera en una relación 1 a 1 con el presente – ¡y de no ser así por demás deja de ser identidad!- pues el presente –como historia real- no es estable y, confiando en la circularidad como base teórica, tampoco los métodos (conceptos) con que construimos ese pasado, pues uno y otro (métodos/experiencias) se supeditan entre sí.

[1] Katya Mandoki, “Estética de la identidad y sus paradojas”, Versión 2 (Abril 1992):  167.

[2] Gilberto Giménez, “La cultura como identidad y la identidad como cultura”. Consultado en internet: http://perio.unlp.edu.ar/teorias2/textos/articulos/gimenez.pdf. A la fecha de: 02/06/2016, p. 1.

[3] Asael Mercado Maldonado, Alejandrina V. Hernández Oliva, “El proceso de construcción de la identidad colectiva”. Consultado en internet: http://www.scielo.org.mx/pdf/conver/v17n53/v17n53a10.pdf. A la fecha de: 02/06/2016, p. 230.

[4] Michel de Certeau, “La operación historiográfica”, en: La escritura de la historia, México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 2010, pp. 67 – 118. Henri I.Marrou, Del conocimiento histórico, Argentina, Per Abbat, 1985, pp. 31 – 42.

[5] Por «lugar social» me refiero a algo más amplio que las propias instituciones que posibilitan el quehacer historiográfico, me refiero, por decirlo de alguna manera, a todas las condiciones de posibilidad que dan vida –y crédito- al trabajo del historiador.

[6] Faustino Oncina Coves “Introducción” en: Reinhart Koselleck, Historia y hermenéutica, España, Paidós, p. 21.

[7] Faustino Oncinas Coves, Historia conceptual, ilustración y modernidad, España, Anthropos Editorial, 2009, p. 36.

[8] Reinhart Koselleck, Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, España, Trotta, 2007, pp. 57 – 113.

[9] Mientras «…la legislación moral opera de modo indirecto, mediante la presión ejercida  por la opinión pública. El poder político directo queda reservado a l Estado…». Ibíd., p. 62.

[10] Faustino Oncina Coves, “introducción”…, p. 22.

[11] Ibíd., p. 28.

[12] Véase: Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, México, FCE, 2010.

[13] Zygmunt Bauman, La cultura en…, p. 31.

[14] Zygmunt Bauman, La cultura en el mundo de la modernidad líquida, México, FCE, 2013, p. 31.; Para aclarar las tres categorías véase: Zygmunt Bauman, Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre, México, Tusquets Editores, 2013.

[15] «El futurismo debe entenderse aquí como la dominación del punto de vista del futuro». François Hartog, Regímenes de historicidad, México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, p. 134.

[16] Es «…un tiempo en el que prevalece el  punto de vista del presente». Ibíd., p. 135.

[17]   La brecha es «…la experiencia de ruptura de la continuidad, que confiere a todos y cada uno de los hombres la sensación de pertenecer “a dos eras”». Ibíd., p. 22.

[18]Ibíd., p. 21.

[19] ReinhartKoselleck, “Historia de los conceptos y conceptos de historia”, en: Javier Fernández Sebastián, y Juan Francisco Fuentes, Ayer, Num. 52, 2004. Consultado en internet: https://www.ahistcon.org/anteriores.html. A la fecha de: 16/05/2016

[20] Para una revisión de la transformación del concepto de historia, véase: ReinhartKoselleck, historia/Historia, España, Editorial Trotta, 2010. También en: “Historia magistra vitae”, en: Futuro pasado…, pp. 41 – 66.

[21]Véase: “criterios históricos del concepto de revolución”, en: Futuro pasado…, pp. 67 – 85.

[22] Sobre la temporalización del concepto: Reinhart Koselleck, Historias de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social, España, Trotta, 2012, pp. 171 – 187.

[23] «La experiencia es un pasado presente, cuyos acontecimientos han sido incorporados y pueden ser recordados […] la expectativa está ligada a las personas, siendo a la vez impersonal, también la expectativa se efectúa en el hoy, es futuro presente, apunta al todavía-no, a lo no experimentado, a lo que solo se puede descubrir». Reinhart Koselleck, Futuro Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, España, Paidós, 1993, p. 338.

[24] Reinhart Koselleck, Futuro pasado…, Op. Cit., p. 336.

[25] Reinhart Koselleck, Futuro Pasado…, op. Cit., p. 62.

[26] «La comprensión sólo se convierte en una tarea especial en el momento en que esta vida natural en el referirse conjuntamente a las mismas cosas, que es un referirse a una cosa común, experimenta alguna distorsión» Hans-Georg Gadamer, Verdad y método I, España, Ediciones Sígueme, 1996, p. 233.

[27] Para las nociones de los estratos de experiencia véase: “Cambio de experiencia y cambio de método. Un apunte histórico-antropológico” en: Reinhart Koselleck, Estratos del tiempo, España, Paidós, 2001, pp. 42 – 92.

[28] Ibíd., pp. 50 y 54.

[29] Ibíd., p, 48.

[30] Ibíd., pp. 57 – 82.

[31] “Descripción densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura” en: Cleeford Geertz, La interpretación de las culturas, España, Gedisa, 2003, pp. 19 – 40.

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