Resumen: La historiografía es el conjunto de métodos utilizados en el estudio de la historia. Dependiendo de la orientación del modelo se establecen una serie de criterios, temas y metodologías para la investigación y el análisis sobre diversos hechos. Es patente que el trato del anarquismo por parte de los historiadores ha sido con frecuencia determinado por la incomprensión, debida a ignorar su naturaleza, características y objetivos, realizando su estudio desde conceptos divergentes. Una historiografía anarquista que vaya más allá de las aptitudes individuales de un autor, podría producir trabajos que explicasen con más exactitud tanto la historia del anarquismo en sí, como el de la propia humanidad, al estar lo libertario relacionado con el problema del poder y la libertad y, con ello, establecer una historiografía capaz de aportar valiosas contribuciones al estudio del pasado desde una perspectiva nueva, y dar nuevas respuestas a los interrogantes históricos.
Palabras clave: Historiografía, Historia Militante, Metodología, Discurso libertario.
El anarquismo no ha estado exento de historiadores. Pero al no pretender ser una doctrina dogmática daba lugar a que los historiadores, que se reconocían como miembros de su movimiento, eligieran libremente sus métodos historiográficos: desde el positivismo hasta el materialismo histórico, por no mencionar las últimas tendencias hacia el postmodernismo o la llamada Historia Social. La única diferencia que les distanciaba de los otros ―historiadores no anarquistas‖ era, básicamente, su interpretación libre e individual de cada escuela y una explicación, por no llamar justificación, que realizaban del movimiento y la ideología anarquistas, debido más a su militancia que a un papel historiográfico real. Todo ello debido a una carencia que hemos notado los que nos hemos dedicado a la historia y mantenemos una interpretación de esta desde un pensamiento, interpretación, visión y método distinto al liberalismo, positivismo, marxismo y otras tendencias, pero que finalmente acabamos aglutinados dentro de alguna de ellas.
En relación a su propia posición ideológica, resultaba que el modo de historiar de estos historiadores era distinto, aunque ejercido ―inconscientemente‖. Sin reivindicar un método nuevo, elaboraban un discurso diferente, una interpretación que iba más allá del materialismo histórico –que a veces incluso negaban– y el reconocimiento de que el método simplista del positivismo era limitado e insuficiente. Esto es porque en la ideología del historiador, hay latentes elementos extra-historiográficos que inconscientemente se aplican en el modo de historiar.
De manera que, por ejemplo, la idea de que la economía no lo determina todo –y menos en todos los tiempos y lugares– se da una y otra vez en las distintas obras de historiadores libertarios. Pero en los últimos tiempos, muchas de estas corrientes, o al menos un número grande de sus detalles o características, están quedando obsoletos en la historiografía actual y, ante los últimos aportes, se hace necesario la construcción de una nueva que nos sirva coherentemente en la interpretación de los acontecimientos del pasado. El marco de esta teoría de la historia no existía ni había nada parecido antes, más allá de la militancia y simpatía del historiador hacia el anarquismo.
Creemos que es necesario superar esta situación de ambigüedad y definir una práctica que se ha estado realizando una y otra vez, aunque a menudo inconsciente o contradictoriamente, por la falta de una teoría de la historia del anarquismo. Construir un marco teórico que explique unas identidades y actividades que hasta ahora se han visto desde unas visiones e interpretaciones que terminan, en la mayor parte de los casos, caricaturizándolas o, en el mejor de los casos, malinterpretándolas. Al mismo tiempo, dar una explicación al origen del Estado, de las formas de dominio y de las desigualdades sociales, otorgando un sentido de las relaciones de poder en la historia para la sociedad desde la perspectiva libertaria. Se trataría de intentar pasar del simple ―bando‖ de historiadores a una historiografía capaz de dar una explicación coherente de la historia con el marco interpretativo de muchos investigadores y estudiosos. Este sería el intento de aportar una teoría anarquista historiográfica, es decir, elaborar los puntos esenciales entendiendo cuáles son los ejes principales en el que gira el pensamiento ácrata. Es una tarea nueva, casi partiendo desde cero, en el que se espera que el presente escrito contenga limitaciones y fallos, a costa de que surjan otras publicaciones y trabajos que posteriormente superen estos primeros pasos. Hay excepciones que muestran algunos antecedentes, por ejemplo, un artículo de Nico Berti (1975) titulado El anarquismo: en la historia, pero contra la historia. Este interesante y pionero trabajo será traducido al castellano en una versión abreviada con el título Sobre historiografía anarquista. Otros intentos como el artículo de Manuel de la Torre (2010) titulado Contra el fetichismo obrero intenta superar la historiografía y discurso marxista dentro del anarquismo.
Asimismo, Gastón Leval (1978) escribió un texto publicado póstumamente titulado El Estado en la Historia que es un antecedente directo de lo que pretendemos presentar, pero está centrado en la interpretación histórica del Estado, que obviamente no es toda la historia. En un sentido semejante, Kropotkin (2000) dio una conferencia, luego publicada por escrito, titulada El Estado y su papel histórico. Finalmente, Rudolf Rocker (1977) escribió Nacionalismo y Cultura como una historia de las ideas políticas y sociales desde una perspectiva crítica y anarquista. Sin embargo, se centra en la diferencia y oposición entre nacionalismo y cultura, pero ya presenta un capítulo dedicado a “la insuficiencia de las interpretaciones históricas”.
Se da la dificultad añadida de que dentro del anarquismo predomina la heterodoxia y distintas corrientes tan dispares que, a veces, incluso colisionan entre sí, como se puede dar entre las tendencias cercanas al primitivismo o a la “mecanoclasía” y el anarcosindicalismo o el anarquismo clásico, que confían en la ciencia o el progreso. Sin embargo, creemos que existen algunos nexos muy generales en común que pueden hacer valer una historiografía y servir metodológicamente para todas las corrientes del anarquismo. Sin perjuicio de la diversidad que habrá –y debe haber–dentro de tal tendencia historiográfica, hay una serie de puntos esenciales que podrían suponer –desde nuestra perspectiva– unas primeras líneas de cohesión:
- El marco interpretativo y definitorio de esta historiografía es la problemática de las relaciones de poder entendido como las diferentes formas de dominio de unos sobre otros. Estas formas, o sus ausencias, con su contraposición frente a la Libertad, determinan cada tipo de período histórico que conocemos del pasado en los variados lugares del mundo. John Stuart Mill (1970) ya expresó una idea semejante sobre la Historia: “La lucha entre la libertad y la autoridad es el rasgo más saliente de las épocas históricas”.
- Las desigualdades sociales y económicas en la Historia derivan de las relaciones de poder que aparecen principalmente con el surgimiento del Estado como medio de control, que gestiona la escasez y excedentes de diversos recursos a la vez que soluciona los diversos conflictos entre una población cada vez más creciente y compleja cultural, económica y socialmente (Childe, 1996).
- El poder se basa tanto en factores económicos como sociales, políticos, culturales y otros muchos. Algunos de estos componentes puede predominar sobre otros, pero no hay manera de calcularlo con precisión, siendo tales valoraciones ciertamente subjetivas a la vez que muy generales y complejas, por su indeterminación. La interrelación de estos factores, la resistencia a ellos, su escasez y limitaciones, su éxito y alcance, estudiada desde la Historia, establece las características generales de las diferentes épocas, periodizaciones y localizaciones. Rechazamos el “económico-centrismo” que, aunque nos permite ver diversos fenómenos, nos impide ver otros.
- Desde la aparición del poder, entendido como institución, se repite una pauta en todas sus modalidades que es la existencia en todo momento de una relación entre opresor y oprimido. Dentro de las complejidades de la actividad humana pueden ser, a la vez o en otro momento, lo contrario, invirtiéndose el papel. Esta dualidad no se corresponde entre los individuos, sino entre las funciones, el objeto, no el sujeto. No es algo intrínseco, evidentemente, en la esencia de nadie, sino un producto social. Existen unas estructuras políticas y económicas que configuran la sociedad y establecen una situación de opresión y explotación sobre los grupos humanos que marcan las principales características de estas relaciones, ya de una forma establecida y permanente, elaborando las primeras formas sociales, con sus correspondientes traducciones en los distintos períodos históricos: castas, estamentos, clases sociales.
- Los conflictos entre estos grupos sociales en acción –y reacción– en las relaciones de poder es el motor de la Historia (pero no toda la Historia), tal como la conocemos hoy. El hecho objetivo, basado en las relaciones políticas, sociales, culturales y económicas que definen a cada grupo o individuo, no tiene porqué corresponderse con la conciencia de cada uno de ellos sobre su situación y las distintas identidades que se elaboran en torno a ello. Ello no evita las contradicciones producidas por los individuos, donde la mentalidad y los problemas cotidianos son de tal magnitud y diversidad que se presentan reacciones a menudo imprevisibles por reglas sociales preestablecidas, cuyo determinismo negamos, aunque sí afirmamos su influencia.
- Distinción entre Estado y sociedad. Han existido, existen y pueden existir sociedades sin Estado. La presencia de Estados en algunas sociedades no determina, en absoluto, que esté presente en todos los casos y sea un proceso o fi n necesario de la Sociedad. El Estado es parte de la Sociedad, pero la Sociedad no es parte del Estado. De la sociedad nace y se desarrolla el Estado, pero también su muerte. El Estado es el conjunto de instituciones, organismos y personal, que ejerce el poder, con un gobierno, o varios de ellos, a la cabeza. El gobierno es parte del Estado, pero no es todo el Estado, y el Estado no es solo el gobierno (Clastres, 2010; Diamond, 1974; Weber, 2005).
Historia militante: objetividad, subjetividad, honestidad
Dados estos puntos, quizás sea momento de sentar algunas pinceladas sobre la objetividad y la subjetividad, si bien quizás resulte ya un tema manido en la Universidad y con algunas conclusiones claras. Creemos que la objetividad no existe entre los historiadores hoy día ni en lo que sabemos del pasado historiográfico. Lo cual no justifica renunciar a las pretensiones de ser objetivo: la objetividad debe ser nuestro objetivo, nuestra referencia, nuestra inspiración. Reconociendo que no podemos ser objetivos, al menos podemos intentar ser honestos. La historiografía anarquista no debe consistir en escribir una historia rosa del anarquismo, ni justificar todo lo que ha hecho el movimiento libertario, ni engañar por motivos de proselitismo o propaganda. Consiste en interpretar los acontecimientos históricos, tanto los propios del movimiento anarquista, como todos aquellos fuera del movimiento, que abarcaría incluso la historia antigua y más allá, desde una perspectiva, teoría e interpretación anarquista. Es decir, explicar procesos como el origen del Estado y su desarrollo, el fenómeno del Patriarcado, las guerras y otras muchas cuestiones más, desde una perspectiva crítica con el poder, el dominio y la autoridad.
Sin elaborar por esa posición interpretativa un sermón contra el poder, sí debería describir su desarrollo desde nuestra lectura, para que pueda aportar, en lo posible, un conocimiento utilizable en el presente o en el futuro, en el sentido de que resulte un ejemplo inspirador, una aportación social o, sencillamente, saber lo que se pueda para evitar los resultados prácticos que se han dado en el pasado y que la Historia nos muestra con claridad, no solo a los historiadores, sino al conjunto de la población.
Reivindicar la objetividad no es el rechazo de la historia militante, o de los historiadores militantes. Un militante puede ser objetivo, o mejor dicho, intentarlo, al mismo nivel que cualquier historiador “no comprometido”. Sabemos que en Historia se engaña, manipula, tergiversa o se yerra, no solo por motivos ideológicos, sino también por motivaciones profesionales, personales, económicas clasistas, religiosas (La ciudad de Dios de San Agustín), “erostratismo”, chovinistas, por encargos de superiores, y otras muchas razones más. Es injusto acusar de subjetividad a los militantes cuando en la propia Universidad –y en todo el mundo académico– pasa lo mismo, e incluso con más frecuencia, por motivos económicos o editoriales, entre otros. Con todo, no pretendemos negar los casos de intento de adaptación de la realidad a la ideología, y no al revés, como podría ser. El no ajustarse o la incomodidad no supone un cambio de los principios esenciales de la ideología. En todo caso, de una auto-revisión. La ideología no es más que un sistema de ideas que gira en torno a unos principios. Si no se corresponden con la realidad puede ocurrir que quede obsoleta o se reconozca el error, pero lo más común, según la experiencia hasta el presente, es el ajuste o la reinterpretación, por no mencionar que siempre hay que distinguir entre
las contradicciones teóricas y las contradicciones históricas, individuales, personales o circunstanciales, que no tienen por qué guardar relación con los principios ideológicos que sirven como marco interpretativo. Por lo que, desde estas líneas, no entendemos la necesidad de falsear la historia por un simple temor a un empañamiento del anarquismo como filosofía social. Como humanos nos debemos, en primer lugar, a la verdad, o mejor dicho, al intento de llegar a ella, que es, en la práctica, lo mismo, por lo menos en el campo “científico” y metodológico de un conocimiento que se debe contrastar porque es de todos y no de –ni para– unos pocos. Creemos que si unos defienden el anarquismo es porque consideran que con ello defienden la humanidad. Por ello, a ella y a la “verdad” en general, nos debemos.
En realidad, incluso la situación cultural, lingüística, mental y social en la que nacemos y crecemos, en cada parte del mundo, son condicionantes que van subjetivando a cada persona del mundo, y con ello, a cada historiador. Por eso, el historiador siempre será subjetivo, por mucho que intente esforzarse. Por ejemplo, todos ellos comparten la visión antropocéntrica frente a un mundo habitado por todo tipo de animales y formas de vida. Creemos que eso ya es un condicionante que provocará que ningún historiador vea negativamente la ocupación de un terreno a costa del desalojo de la vida animal pre- existente, aunque solo se trate de insectos. Todo historiador verá negativamente las enfermedades por su acción en los humanos, así como las pandemias como acontecimientos históricos. No vamos a entrar en si estas subjetividades son adecuadas o no, pero sí lo mencionamos para señalar que son subjetividades, aunque no lo percibamos como tal. En el mismo momento que utiliza un discurso determinado se presta más atención a unos detalles que a otros; o cuando sigue una bibliografía distinta está construyendo, aunque sea inconscientemente, una subjetividad. Toda historia se realiza desde una interpretación, la cual es, necesariamente, subjetiva. Cierto es que no son los mismos grados de subjetividad si los comparamos con los que suelen causar polémica en las academias, pero estos pequeños detalles son tan numerosos que son los que posteriormente construyen esos edificios tan altos, cuyas cimas son las que suelen debatirse en los medios intelectuales.
Con todo esto, no defendemos un relativismo donde todo es verdad desde distintos enfoques. No todo es cierto y podemos estar seguros de muchas certezas y errores sin necesidad de ser dogmáticos. Pero las diferentes lecturas de la historia responden a las distintas visiones que hay dentro de las sociedades actuales, por lo que es necesario buscar herramientas coherentes entre unos y otros y, en este caso, el anarquismo ha sido una de las posiciones más conocidas y destacadas desde hace ya casi dos siglos. De esta forma, podemos responder a diversas cuestiones que se plantean desde estas perspectivas.
Objetos y propuestas de estudio
Toda historiografía presta más atención a unos campos y objetivos de estudio según su propia naturaleza. La Historia Social se centra en las personas que conforman el grueso de la sociedad y que no se mencionan en los grandes relatos de reyes y generales. Sin ser exhaustivos, hemos pensado en las siguientes posibilidades como muy interesantes para una historiografía que responda a la preocupación del anarquismo en torno a la libertad y el poder, sin perjuicio de otras propuestas de estudio:
- La naturaleza y el origen de los conflictos que se dan en la Historia.
- Las desigualdades sociales que se desarrollan en los grupos humanos a través Historia.
- El origen y desarrollo de los estados, de los gobiernos, del poder y de las jerarquías sociales. El concepto de la autoridad.
- El proceso de la especialización en las sociedades humanas (a nivel de lo laboral, de la edad y del género). La formación de distintas clases sociales.
- El problema de la escasez de los recursos, de su control y su relación con el desarrollo demográfico.
- Implantación y aceptación de los modelos de dominio social por parte de la población.
- Distinción entre las distintas formas de relaciones de poder entre los hombres: clan, súbditos, ciudadanía, esclavitud, servidumbre.
- Distinción entre los diferentes modos de grupos sociales: estamento, casta, clase.
- Los pasos de la autoridad de un hombre a la obediencia a un concepto: Dios, Ley, Nación.
Todas estas cuestiones se plantean porque desde la historiografía anarquista toman una posición donde se establece que los conflictos se dan como resultado de las desigualdades sociales que se generan en las distintas formas de autoridad y dominio, donde sobresalen los casos de la sumisión de las mujeres, la explotación del hombre por el hombre y la guerra.
La historiografía anarquista en los diferentes períodos históricos
Para responder a todas estas problemáticas, la historiografía hace una interpretación de la Historia y de sus distintas fases de desarrollo:
– Prehistoria: Donde la humanidad se divide en diversos, pequeños y heterogéneos grupos que sobreviven en comunidad y unas relaciones sociales directas, con formas de autoridad muy informales, pobres, distintas y hasta inexistentes, y cuando se dan, normalmente se relacionan con el carácter personal de los individuos, siendo por tanto esporádicas y poco firmes. En algunos casos, como estudió Clastres en sociedades primitivas (2010, 37-58; 165-
167; 217-223), esa ―autoridad‖ era un concepto muy distinto al que manejamos nosotros siendo a menudo algo más consensuado que solo se podía aplicar a muy pocas facetas de la vida y que, en caso de provocar desacuerdos entre el resto del grupo, era arrebatada y negada, pues no era una autoridad ni permanente ni vitalicia Además, su fuerza se basaba en la confianza y el prestigio, dos estados que surgen tan rápidamente como caen. En algunos casos pueden aparecer casos de caudillismo. En otros casos, una especie de gerontocracia cuyo poder es de carácter consultivo. Y en otros tantos, la autoridad es prácticamente inexistente. Pero de un modo u otro, normalmente se están dando el funcionalismo y la especialización de las tareas que debe realizar el grupo, que originalmente se repartían espontáneamente entre todos, siendo los más pequeños y los más mayores los únicos con tratos diferentes por su práctica incapacidad. Será posteriormente cuando se va dando la especialización entre los cazadores, las mujeres y, en general, determinadas actividades económicas.
– Antigüedad: Es fundamental porque es cuando se da, en diversas partes del mundo, el origen del Estado y de las estructuras autoritarias en sí. Hay diversas teorías de cómo se van formando estos y aparecen los grupos de poder. Según se desprende de Gordon Childe (1996, 133-136; 174-175) parece ser que es la necesidad de gestionar y controlar los escasos recursos existentes en determinadas regiones, como en Sumeria o Egipto, donde incluso el acceso al agua era limitado o exigente de control, lo que fue provocando que surgiera un grupo que decidiese los permisos, que en principio no serían muy restrictivos, pero que se usarían, sin duda, contra los individuos que actuasen contra el resto de la comunidad, siendo el castigo la limitación del acceso al agua potable, obra –en fi n– de la comunidad y sus trabajos de drenaje y pozos. En el Nilo es fundamental la organización del trabajo para el adecuado desarrollo de los cultivos. Una segunda teoría apunta hacia el desarrollo de la especialización económica, especialmente entre la agricultura, generando unos excedentes que no podían ser consumidos por la población local, dando la posibilidad de intercambiarlo por remanentes de distinto tipo con otros grupos, generando una especie de sistema de trueque que dará lugar a formas primitivas de comercio y mercado. Este superávit, fruto del trabajo que no se consume inmediatamente y con el que se especula para generar una riqueza que da mayor poder dentro de las relaciones sociales en el grupo, generará la necesidad de crear unas estructuras sociales que reconozcan la pertenencia de esos excedentes a una determinada comunidad, grupo social o individuo. Es el nacimiento de las primeras formas de propiedad (Proudhon, 2002, 78-79), un concepto aún más rudimentario de lo que vivimos hoy, pero que será suficiente para reivindicar la necesidad de la creación de una estructura social que garantice y reconozca esa propiedad a sus ―legítimos‖ dueños frente a robos de ladrones que no han participado en la producción o no han colaborado en la comunidad.
Una tercera posibilidad es el aumento demográfico que va generando una mayor complejidad en la sociedad (Childe, 1996, 176), necesitando para su gestión y funcionamiento la generación de unas estructuras sociales que traten a todos por igual, ya que el crecimiento de la población los coloca en una situación donde todos ya no se conocen. La confianza en ese aparato debía ser respondida con sabiduría y objetividad para resolver las necesidades y conflictos de una sociedad cada vez más imprevisible y compleja que ya no podía ser contestada por grupos humanos que se negaban a seguir el nomadismo o, si lo seguían, no se separaban del resto del grupo. Con todo, se darán casos en sociedades sedentarias, donde grupos sociales descontentos se marchan para fundar otro grupo o ciudad, como es el conocido caso de la colonización griega en el Mediterráneo. Para la defensa sistemática de la propiedad privada emergente, no basta solo con la coacción de un proto-Estado que terminará siéndolo, sino la configuración de un código legislativo que establezca unas normas de convivencia tutelada por el gobierno. Es así como surge el Código de Hammurabi y las filosofías del Orden de Confucio en China. Sin embargo, en todas estas líneas e interpretaciones es evidente que en un mundo vasto hay ejemplos que marcan formas y líneas de desarrollo distintas. Finalmente, en la Antigüedad se pueden estudiar las características de los primeros estados y su desarrollo. Hay cuatro modelos claros: en primer lugar, el Estado de las monarquías orientales inspiradas con el derecho divino, al relacionar los antepasados de los monarcas con algún Dios o ente sobrenatural, situados especialmente en los ámbitos mesopotámicos y, por supuesto, Egipto; en segundo lugar, las ciudades-Estado fundamentadas en constituciones ciudadanas, muy presentes en el mundo heleno y mediterráneo; en tercer lugar, las sociedades con un Estado escasamente formado o inexistente, más bien comunales, que se encuentran en el mundo “no civilizado”, en la mayor parte de Europa, África, Asia y Europa, especialmente en el mundo celta y germánico, entre otros muchos ejemplos más y que aglutinan una diversidad de formas de autoridad que abarcan desde caudillos, jefes, líderes y consejos, en general informales o hasta temporales, hasta modelos tribales o comunales con una diversidad muy extensa y que sería de gran interés para el estudio de precedentes de sociedades no estatales y, potencialmente, sin auténticas bases autoritarias; en cuarto lugar, el Estado típicamente romano, fundamentado en el derecho y la legislación más allá del ámbito local y que evolucionará a una quinta y definitiva forma: el Imperio. Esta es la expresión, no de una forma política de una sociedad, sino la expresión política de una entidad superior a la sociedad para aglutinar a muchas de ellas. Basándose en el modelo oriental, cuyo concepto divino es asimismo supra-social, es lo que asume Roma de una manera mixta –al haber elementos jurídicos– con su modelo y que marcará el tránsito de la sociedad antigua y esclavista a la medieval, especialmente tras el Decreto Imperial de Adscripción a la Tierra y la evolución del sistema clientelar al vasallaje. Esto constituirá las primeras raíces del feudalismo. Mientras tanto, en Oriente, China surge como un Estado cada vez más burocratizado, en crecimiento constante, que guarda semejanzas con el modelo romano.
– Medievo: La Edad Media supone un episodio especial en la Historia, en un escenario: el Viejo Mundo, o más bien, Europa y el Mediterráneo, ya que el fenómeno no se repite en el conjunto del resto del globo. Es un ejemplo claro de las distintas formas de relaciones de dominio que rompe el esquema gobierno-población y la visión del poder como entidad centralizada y absolutista. En la Edad Media son los particulares los depositarios de los roles de autoridad y servidumbre. Es un sistema altamente descentralizado que sigue una pirámide que va desde los reyes, emperadores y el Papa, a los señores locales, quienes, efectivamente, ejercían el poder sobre la población y contaban con una gran independencia.
Todo ello en un contexto de unas instituciones políticas casi sin Estado, ya que los poderes de los reyes eran insuficientes y no contaban con ninguna burocracia extensa ni conjunto de instituciones propias del poder civil. El Estado se limitaba prácticamente a la figura del rey, sus colaboradores más cercanos, una serie de especialistas de número muy limitado, y, quizás, sus vasallos y siervos más directos. También existía una dualidad en el poder que ejercía con la Iglesia, entendida como el poder espiritual frente al poder de los monarcas, definido como terrenal. Del mismo modo, complicados sistemas de herencias se aplicaban sobre las propiedades y los territorios que a menudo cambiaban de mano, se concentraban tierras en unos pocos (al menos sobre el papel) y las fronteras y reinos veían constantes cambios.
Lo cual no impidió que esta época sea la inspiración de casi todos los nacionalismos que surgirán a partir del siglo XIX, influidos por el ideal romántico, fenómeno resultado de la descomposición y fragmentación del Imperio Romano y la creciente evolución del idioma latino en distintas lenguas en cada territorio. La profunda dispersión social producirá culturas en lo que fue otrora el territorio imperial romano. La base del sistema feudal es el vasallaje, es decir, el pacto que se da entre un noble inferior con uno superior, donde este último, propietario de unas tierras, el feudo, cedía una parte al primero a cambio de sumisión, impuestos, tributos y la obligación de acudir a las armas cuando lo requiriera el Señor. El segundo pilar es la servidumbre. Este modelo irá desarrollando las mentalidades e ideales en torno al honor, el amor y la fidelidad al señor. Debido al desmoronamiento de las estructuras imperiales en numerosas partes, la población se vio obligada a auto- organizarse, impulsando formas organizativas asamblearias y de participación directa, si bien con limitaciones como la participación exclusiva del cabeza de familia, es decir, un representante de la unidad familiar, lo cual conllevaba la no participación de las mujeres o niños, salvo que no se encontrara presente el padre. Esta realidad popular estuvo presente tanto en el campo sin señores como en muchas de las incipientes ciudades medievales y es una buena línea de investigación para el estudio de las relaciones de poder. Del mismo modo, la Edad Media presenta dos ejemplos especiales del poder autoritario: el Papado y el Sacro Imperio Romano Germánico (y su hermano oriental: el Imperio Bizantino, que duró 1000 años más y marca casi toda la cronología de la Edad Media), entidades supra- nacionales con una capacidad política muy compleja. Al margen de todo esto, hay que tener en cuenta la realidad del mundo islámico, netamente urbano, frente a una Europa rural. Lo cual no evitó la fragmentación política de los musulmanes y las luchas de poder entre los califas y los emires, así como el ejemplo claro, en España, de las taifas, que repiten el proceso feudal. El mundo urbano solo afectó localmente a la política y a la economía, y al comercio a un nivel más general. Es interesante seguir, asimismo, los gremios como constituyentes de la economía urbana, el desarrollo de los productores y las formas de poder que viven los trabajadores organizados dentro de ellos.
– Edad Moderna: La concentración de las riquezas conllevó la concentración política. El modelo descentralizado del medievo pasó a un modelo completamente centralizado en torno a la monarquía; los señores feudales pierden poder a favor del rey. Hobbes escribe sobre la razón del Estado en su Leviatán y Maquiavelo separa la política de la moral, escribiendo un ensayo sobre cómo gobernar bajo el protagonismo de un Príncipe. Son las bases de una nueva forma de las relaciones de poder, desarrollándose hasta la Monarquía Absolutista que irá dando forma estable a los reinos y países tal como los conocemos hoy. Es la forma clásica de gobierno autoritario, de arriba a abajo, centralizado y fundamentado en la fuerza. Pero, en suma, el poder sigue concentrado en la persona del rey, al ser el reino propiedad suya y de su dinastía. Quedan, con todo, restos de la época feudal anterior y ciertas características como los sistemas de herencia, aunque los nuevos reyes ya van desarrollando distintas leyes para establecer su poder en todas las estructuras políticas, promoviendo una centralización como modelo más eficiente y necesario para aprovechar todas las fuerzas militares frente a los enemigos. Surgen políticamente los Tres Estamentos, los Tres Estados, constituidos por la nobleza, el clero y el ―pueblo‖. Antecedentes y comparables a las clases sociales de hoy, pero con una movilidad menor, al estar constituidos no solo por su nivel económico, sino también por su posición jurídica. Hay una desigualdad en cuanto a las riquezas, pero también en cuanto a los privilegios políticos, legales y sociales. La Edad Moderna contiene otro elemento fundamental para entender nuestro presente: el desarrollo del colonialismo como medio de explotación y opresión de todos los pueblos del mundo bajo el dominio europeo y occidental.
Causará transformaciones en sociedades que no han seguido el mismo proceso histórico e introducirán en ellas nuevas prácticas e ideas. En general formará, no solo la supremacía política y económica de Occidente, sino también un sentimiento y reconocimiento de la superioridad del varón blanco y cristiano y, con ello, unos valores nuevos fundamentados en el inicio del Renacimiento, el colonialismo consiguiente, el desarrollo del capitalismo con los grandes flujos de riquezas y del comercio en general, el surgimiento de las grandes ciudades y, posteriormente, una etapa final marcada por la Ilustración que formará las bases ideológicas para el liberalismo y la nueva sociedad que se avecinaba. Intentando ser un instrumento eficaz para el Despotismo Ilustrado y racional, o en sectores más radicales, para el bienestar del ser humano, la Ilustración marcará unas ideas fundamentales que aún hoy estamos arrastrando: el progreso, la ciencia, la separación de los tres poderes, la idea del individuo natural, que pasa a un contrato social, los conceptos sobre la propiedad, la necesidad de la educación, la separación de la religión con la política, el antropocentrismo, el racionalismo e incluso el universalismo. Todos estos valores propiciarán unos nuevos deseos de libertad, de criticismo, de rechazo a la superstición, de negación de la irracionalidad y la injusticia y de la reivindicación de la igualdad de todos los hombres. A partir de ello, surgieron una serie de revueltas que no se limitarán a una resistencia o rechazo visceral sino que encontrarán unas ideas nuevas en la que fundamentar sus aspiraciones, abarcando una nueva envergadura y dando paso a la rebelión de esclavos en el Haití, la Guerra de Independencia de las Trece Colonias y la Revolución francesa que marcará la ruptura del Antiguo Régimen, dando paso a una nueva época.
– Edad Contemporánea: Tras la Revolución francesa aparece la sociedad moderna marcada por la idea del progreso, el desarrollo de la ciencia, la soberanía popular, la concepción de la nación, la eliminación de privilegios políticos (pero manteniendo los económicos), la desaparición de los estamentos y el surgimiento de las clases sociales; un crecimiento demográfico sin precedentes, la industrialización (con el consiguiente surgimiento de la clase trabajadora), la desaparición de los gremios, la desruralización y urbanización, la privatización de los recursos comunales, constitucionalismo y, finalmente, el nuevo Estado como representante y herramienta de toda la población que adquiere, por medio de la tecnología, la participación ciudadana y el conocimiento. Un alcance de poder jamás visto previamente, ni tan siquiera durante el absolutismo, estableciéndose como régimen predominante la democracia parlamentaria, basada en los principios de la Ilustración de la separación de los tres poderes y el modelo político de la representatividad por expertos a través de elecciones de la población capacitada. En este nuevo mundo, donde se llama a la participación política al ―pueblo‖, se producen una serie de contradicciones y crisis constantes, que marcan el surgimiento del movimiento anarquista como tal y su destacado desarrollo histórico posterior hasta el presente. Aparecen los conceptos de la izquierda y derecha política, inspirados en las posiciones donde se sentaban los parlamentarios jacobinos y girondinos para deliberar en la Asamblea Nacional; la idea del ―Estado del terror‖ de Robespierre, como una necesidad para la defensa del bienestar de la población; se impone el liberalismo en el mundo occidental; surgen las diferentes ideologías políticas –destacando el marxismo y el anarquismo– así como los movimientos nacionalistas; se producen procesos de independencia de naciones y Estados y, en el siglo XX, surge el fascismo, los estados del bienestar y las hegemonías políticas. Se vive la experiencia de las dos grandes guerras mundiales y la constitución de los conflictos bélicos y armados a gran escala, suponiendo gran número de participantes y de víctimas que marcará un nuevo mundo sin precedentes en el pasado histórico.
Aportaciones de otras corrientes historiográficas
Para el desarrollo de esta historiografía anarquista se cuenta con aportaciones de otros modelos historiográficos. Hasta entonces, los historiadores anarquistas habían estado practicando un modo libre de historiografía marxista que sin duda continuará influenciando mucho en cuanto a su enfoque materialista, relacionado con la lucha de clases, las condiciones económicas y los conflictos por los modos de producción. Siendo los principales sujetos de la historia del anarquismo los trabajadores, los campesinos y los marginados, este enfoque sigue teniendo una importancia capital, incluso entre el “lumpenproletariado” que, aunque no se distinga por ser parte de los productores, ocupan una posición consecuente con las condiciones productivas. El análisis del poder siempre está relacionado con las condiciones económicas, pues es por el hecho económico como fundamentalmente se establece el dominio de las clases privilegiadas sobre el resto de la población.
La Historia Social es otra buena aportación, quizás más importante que la marxista, al tomar como objeto la sociedad en su conjunto frente a la historia política, donde sobresalen los ―grandes hombres‖: políticos, reyes, militares, héroes, líderes y hombres del Estado, cuerpos políticos, etc. En nuestros esfuerzos por distinguir la sociedad del Estado y subrayar el papel histórico de la gente en general, es obvia la relación fluida entre una historiografía anarquista y esta rama historiográfica. La ―Historia desde abajo‖, concepto relacionado con la Historia Social, es un modo de narración que se centra en las personas ordinarias: los trabajadores, los pobres y los humildes, es decir, los que suelen ser el sujeto que protagoniza el anarquismo, así como estudios concretos sobre los grupos subalternos, marginados y/o conflictivos.
La Historia Cultural, por su parte, hace aportaciones interesantes, al mostrar los modos de vida y las mentalidades de las sociedades en épocas y lugares determinados y, con ello, revela numerosos aspectos, a menudo insospechados, de la conducta y la vida de la gente, incluidos los trabajadores, los campesinos y las mujeres.
Resultaría interesante, asimismo, la aplicación de la microhistoria en temas del anarquismo que sirvan a su vez para estudios sobre cómo se concebía la libertad, la violencia, o cómo se activaban las estructuras, relaciones y formas del poder. La microhistoria es una rama de la historia social que propone el estudio de situaciones, personas y acontecimientos muy concretos en una “reducción de escala” que en un análisis más generalizado y ordinario pasaría inadvertido. Con el estudio de una forma tan concreta y particular, se mezcla a la vez lo cotidiano con lo raro, ya que cada caso suele tener sus peculiaridades. Un ejemplo paradigmático es El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg (1981) donde, a través de los procesos inquisitoriales que se ejercen contra un molinero denunciado, extraemos la particular cosmovisión de un hombre sencillo del siglo XVI que compara el universo y la creación con cosas tan cotidianas para él como es un queso con sus agujeros, o Dios y los ángeles representados por gusanos surgidos por “generación espontánea”. Del proceso extraemos otros muchos detalles de su vida y de su mentalidad, tales como el reduccionismo interpretativo de los jueces o la clara mediatización de la cultura popular en las ideas del molinero. Es una microhistoria que no pretende por sí mismo suplantar la macrohistoria, el gran relato histórico.
Se trata de reclamar un espacio que, por su grado, pasaría ignorado por las formas comunes de historiar. Para hacer este tipo de historia, sin embargo, se requiere una base de conocimientos históricos generales para contextualizar lo que se va a investigar, por lo que al final, siempre hay una relación complementaria. Con todo, un conjunto de microhistorias nos pueden revelar un buen panorama general, si bien no es su pretensión en sí. En el anarquismo, podríamos ordenar las investigaciones en este sentido, desde un sentido de abajo a arriba, a medida que se multiplican y se pueden comparar, reconociendo el localismo y los niveles concretos de la realidad histórica.
Análisis del poder y de la dominación
En la Historia podemos extraer detalles muy interesantes para conocer la naturaleza y el comportamiento del poder. De tal forma, se pueden analizar los diferentes medios que usa para establecerse y justificarse, siendo una buena línea de investigación y trabajo que puede aportar la historiografía anarquista para las inquietudes y necesidades sociales del presente. Algunos casos y ejemplos, y no son todos, son:
– Orden: La justificación primordial del control, de la coacción, del gobierno y del Estado es el establecimiento de un orden que no puede ser impuesto de otra forma por parte de los grupos humanos. Orden que promulga el monopolio de fijar la cohesión entre los individuos organizados en sociedad. Orden que da prioridad al bien común y general de todos, frente al egoísmo y la irracionalidad de los individuos. Orden que esconde el ―lobo‖ de Hobbes y que deriva este concepto a la “razón de Estado” como dispositivo ideológico que justifica la acción gubernamental. Los mitos suelen adjudicar siempre un profeta, primer hombre o héroe, que trae el primer código de leyes para los seres humanos, el cual se justifica por venir de “un ser superior”, y no por el acuerdo entre todos. El concepto de “herencia” que se deriva de la idea de propiedad, también tiene que ver con el interés de la estabilidad política.
– Miedo: Las obras de Delumeau (2002) y de González Duro (2003; 2007) relatan la importancia del miedo en la historia del mundo occidental. Es obvio que, ante el peligro externo y las múltiples amenazas, se animase a que hubiera una clase social armada dedicada profesionalmente a la defensa y protección. Esto lo vemos, por ejemplo, en el feudalismo con el beneficium, donde se suponía que los campesinos eran los ―beneficiados‖ ya que conseguían un señor que los defendiera de los pillajes y saqueos. Del mismo modo, una sociedad aterrada y asustada por la guerra, las enfermedades y los desastres, es propensa a buscar hombres poderosos que solucionen los problemas, como ya señalaba Fulberto de Chartres en su carta a Guillermo Duque de Aquitania en torno al año 1020 (Ganshof, 1982, 131-132) cuando se refiere a la justicia de las obligaciones del siervo con respecto a su señor.
– Conquista: Es la forma más conocida, básica y primitiva del poder. El uso de la fuerza para establecer la superioridad y, con ello, el dominio político (Aristóteles, 1988, 59) se traduce en el interior de una sociedad con la represión, y en el exterior –frente a otras sociedades– con la guerra. Precisamente, por la naturaleza de las operaciones militares, que exigen rapidez en las decisiones y maniobras, es donde con más facilidad aparece el reconocimiento de la autoridad de alguien. Entre las tribus germanas primitivas, bastante democráticas, elegían, en tiempos de guerra, a un líder que los dirigiera a la guerra (Tácito, 2007, VII). Del mismo modo, en la antigua sociedad romana, elegían a un ―dictador‖ en tiempos de guerra (Bravo, 1998, 39). La prolongación de los períodos bélicos conllevaría, naturalmente, un establecimiento del gobierno militar que posteriormente se convertiría en un gobierno civil debido a su perpetuación y a la ampliación de sus funciones y control. Del mismo modo, el discurso de la superioridad natural y genética sobre los más débiles, en una realidad o naturaleza fundamentada en la lucha y la supervivencia, será el discurso habitual de un “darwinismo social”; un discurso que, como no podía ser de otra manera, encaja perfectamente con la ideología de las élites (Huxley, 1893). Posteriormente aparecerán discursos políticos que entienden el progreso humano y la estabilidad demográfica y económica a través de las guerras (Hegel, 2000, 378; 385-386).
– Relaciones personales y favores: En su Discursosobre la servidumbre voluntaria, La Boétie analiza el problema de la sumisión, aparentemente consentida, de las personas del pasado y de su época que contradecía, a su parecer, la condición –y voluntad—de libre del ser humano. Tras analizar críticamente la tiranía y la dominación, fundamenta su conclusión en varias causas que han llevado a la servidumbre “voluntaria”, entre las que sobresale una muy interesante: las relaciones que se han ido tejiendo entre las personas por medio de los favores. También señala la fuerza de la tradición, y es que cuando todos nacen viendo lo que ya existe, dan por hecho que es lo natural. Asimismo, entiende que el poder envilece y hace cobardes a las personas por lo que, a pesar de ser mayoría, consienten. Al final, la sumisión voluntaria es la principal causa del estado de opresión que viven.
– Conocimiento: Desde La República de Platón siempre se ha visto como un modelo político ideal el gobierno de los sabios, por entenderse que son los más capaces para esa gestión que conlleva responsabilidad y necesidad de conocimientos. En muchas sociedades primitivas existía cierto grado de gerontocracia ante la idea de que los más ancianos, y por tanto más experimentados, eran los que tenían más conocimientos: primero para aconsejar, luego para gobernar. Es interesante ver el mito de las tres edades en la cultura griega: la Edad de Oro es la más antigua y también la más espléndida; a continuación la Edad de Plata, y finalmente la Edad de Piedra. Puede que haya una relación más que estrecha entre la cosmovisión de este mito y la gerontocracia, que se contrapone a la visión que ofrece el progreso. En general, hasta Bakunin (2000, 33-35) reconoció la “autoridad” de un entendido o profesional en una materia concreta como un experto en una especialidad ejerciendo su trabajo, pero siempre indicó que esa “autoridad” era diferente porque en cualquier momento quien recurre a esa confianza la puede abandonar cuando desee y, además, no conlleva el dominio ni la autoridad en otros aspectos de la vida o la realidad. Sin embargo, más tarde, especialmente en el siglo XX, con la tecnificación de la sociedad y la emergencia de la ciencia al amparo de los gobiernos, sabemos que el conocimiento es usado como un medio de control social, por medio de agencias especiales de información de la policía, espías, académicos –que son promocionados como una especie de clases privilegiadas–, el papel de los medios de comunicación que fi ltran la información que conocen y, por supuesto, el uso, con lupa, de la vieja práctica de la censura. Foucault (1980) hizo distintos análisis hacia las formas “micro” del poder que iban más allá del Estado y las clásicas clases privilegiadas. Especialmente, realizó sus análisis en torno a las instituciones como la cárcel, el hospital o el manicomio. Si bien, lo que diferencia el gobierno del Estado es precisamente que el Estado es el conjunto de las instituciones que organizan el gobierno para su funcionamiento. Pero Foucault se refería también a las relaciones sociales entre hombres y mujeres, patrón y trabajador, cuerdo y loco. Es cierto que es una repetición, desde una perspectiva más marxista, de la clásica crítica del anarquismo a todas las formas de autoritarismo que repite desde el siglo XIX. Con todo, la calidad del análisis foucaultiano y sus observaciones son una importante aportación a la historiografía anarquista y los estudios sobre las formas del poder.
– Eficacia: El poder siempre se ha justificado por actuar con eficacia. Amparados en su capacidad organizativa y de ejecución, el poder se vehiculizó a través de jefes y potentados, que estarían en la cúspide de un sistema de especialistas que permitiría “funcionar” a la sociedad en su conjunto. Con el paso del tiempo, todos esos “especialistas” se convierten en personas “autorizadas” que, en base a la confianza depositada en ellos, adquieren una posición de superioridad con respecto al resto que resulta prácticamente incontestable. Asimismo, las filosofías utilitaristas preconizadas por Bentham concebían la política por lo útil que fuera para alcanzar la felicidad y bienestar de las personas, dejando a un lado el valor de la libertad. Tal idea conllevó la defensa del parlamentarismo, frente a la arbitrariedad de los reyes, pero no por una concepción de la libertad en sí, sino por la eficacia de unos especialistas que a su vez entendían las necesidades de la población y se guiaban moralmente. Mill moderaba esta postura pero, nuevamente partidario de la utilidad‖, justificaba el despotismo en las sociedades atrasadas, donde un déspota que pensase por sus súbditos podía superar la dificultad del progreso espontáneo de su pueblo. Aunque Mill daba más prioridad a la libertad que Bentham y veía mejor la insatisfacción de un hombre a la satisfacción de un cerdo, nuevamente justificaba antes la eficacia y bienestar en sí, sobre la libertad de un pueblo embrutecido e ignorante. Esto se debe a que, en fi n, el objetivo era la felicidad y no la libertad, ignorando las enseñanzas de las distopías del siglo XX que eran capaces de satisfacer física e intelectualmente al ser humano, pero no permitirles su autodesarrollo por medio de la libertad. En este sentido, existe abundante y valiosa literatura en torno a las distopías cuyo factor negativo era la falta de libertad real, pero que satisfacían los deseos y hedonismo de la población, facilitándoles hasta drogas, como es el caso de Un mundo feliz de Aldous Huxley.
– Progreso: El Estado y el gobierno se han visto como fruto del progreso y el avance humano, frente al salvajismo atrasado, caótico y criminal de los primitivos. Bajo el imaginario de una sociedad sin leyes donde se permitía el asesinato y la arbitrariedad individual, se concebía el gobierno y el Estado como una entidad benefactora de protección de todos los integrantes de la comunidad. El desarrollo intelectual, humanista y cognitivo ha llevado a formas más complejas y desarrolladas de la estructura estatal y de las formas del sistema político. La reproducción intelectual de la Ilustración conllevó la propuesta de soluciones y programas sociales que solo podían ser aplicados por un gobierno que, en su época, se manifestaba por las monarquías absolutistas, pero ilustradas, cultas y benefactoras. Sin embargo, los valores de sus filosofías encerraban otros principios que también defendían otros sistemas políticos que vinculaban la soberanía al total de la población y ponían en duda el origen divino de los monarcas, aunque en cambio racionalizaban la necesidad de su gestión y gobierno. No fue difícil pensar que sus funciones podían ser suplantadas por otras formas políticas inspiradas en otros tiempos, como las democracias de la Antigua Grecia o las asambleas de las ciudades y pueblos medievales, que aún muchos recordaban y, en especial, el liberalismo burgués que les resultaba mucho más interesante y acorde con sus intereses políticos, sociales y económicos.
– Dios: Hablamos de Dios como podemos hablar de otra idea que establece la inteligibilidad de algo superior a la realidad material o perceptible. Bakunin, en Dios y el Estado, establece la idea de Dios como la fuente primaria ideológica del concepto de autoridad (Bakunin, 2000, 26-27). Se trata de una idealización de la capacidad y beneficencia del poder que crean los hombres para defender los privilegios por medio de una idea sublime, manifestada en su infinitud y perfección. Como hemos mencionado anteriormente, los monarcas justificaban su poder absoluto por medio del derecho divino, la propagación de mitos sobre el origen de su estirpe (Eneas, Minos, Jinmu…) o la deificación misma (Gigamesh, Ptomoleo II, Antíoco II). Durante miles de años se ha convertido en la fuente y justificación principal de autoridad y aún mantiene hoy mucha fuerza en lugares como el mundo islámico o estadounidense, determinando la moral y la idea del bien y del mal.
- Comunidad: La principal característica del fascismo es intentar fundir, confundir y mezclar la sociedad con el Estado, por ser su forma más coherente y evolucionada por sus propios argumentos y razones. Mussolini insistía continuamente en su famosa frase de 1927: “Todo en el Estado; nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. Ahí se concibe el totalitarismo político y se justifica, zanjando por fin los conflictos históricos que el propio autor italiano reconocía entre la sociedad y el Estado, que entendía que era causada porque el Estado, entonces, no representaba realmente la comunidad nacional del pueblo y su soberanía, algo que a su parecer, su modelo político solucionaría al confluir los intereses de ambos. Kjellén (1917) entendía que el Estado era una constitución natural de la propia sociedad y que, por tanto, era una “forma de vida”, un organismo, derivando desde aquí el concepto de “biopolítica”, que posteriormente usaría Foucault, y el de “geopolítica”. La mayor parte de los partidarios del Estados entienden este como algo propio de nuestra naturaleza, como una reproducción del instinto de las hormigas en hacer hormigueros. El monopolio de la sociedad por parte del Estado es un elemento clave en su justificación. Pero la biopolítica a menudo es recurrida por elementos autoritarios pero no necesariamente estatales. Sin usar ese término, Nietzsche usó un concepto semejante al pretender una sociedad organizada en torno a la desigualdad natural, privilegiando una nueva ―aristocracia‖ de la que surgiría el ubermensch (Esteban Enguita, 2004). Finalmente, no han faltado intentos de explicar la historia desde comunidades raciales (Gobineau, 1966).
- Tradición: La costumbre ha sido considerada por numerosas sociedades como fuente de derecho o base de la propia sociedad más allá de derecho alguno. Es innegable la importancia de la tradición en numerosos pueblos y sociedades. Seguramente en épocas muy antiguas fue el primer nexo de unión de un colectivo humano como modo de configurar una propia identidad y cohesión social. La antigüedad de la tradición o de una costumbre se entendía como una manifestación de su validez y utilidad social, por lo que aumentaba su peso y fuerza. Especialistas de una comunidad podían aparecer como los representantes de la tradición, con la consiguiente autoridad que se atribuye a su persona.
Conclusiones
En el presente texto hemos señalado algunas ideas que podrían constituir un primer acercamiento para el intento de definición y concepción de una historiografía anarquista, que pueda aportar abundantes y valiosos elementos de análisis, interpretaciones e investigaciones de las causas del desarrollo histórico. No es un trabajo imprescindible: al fin y al cabo, la producción historiográfica sigue su curso, se investiga y se obtienen resultados, bien o mal interpretados, pero disponibles para el lector. Existen numerosos historiadores del anarquismo. Pero creemos que respondemos a la sensación de muchos investigadores que, desde la perspectiva libertaria, se sentían extraños dentro del panorama general en la Historia al ver que se centran en un elemento que no interesa tanto a las otras historiografías como es el poder y la libertad y, por ello, no se reconocían bajo ninguna corriente. En general, eran irremediablemente señalados como parte, más o menos heterodoxa, de la historiografía marxista o del materialismo histórico. Creemos que con el presente trabajo podemos situar mejor una referencia, un enfoque, que, sin embargo, siempre estuvo ahí.
Bibliografía
- ARISTÓTELES (1988): Política, Madrid. Gredos.
- BAKUNIN, M. (2000): Dios y el Estado, Buenos Aires, Altamira.
- BERTI, N. (1975): ―El anarquismo: en la historia, pero contra la historia‖ en Interrogations 2, Marzo 1975, París.
- BRAVO, G. (1998): Historia de la Roma Antigua, Madrid, Alianza Editorial.
- CHILDE, V. G. (1996): Los Orígenes de la Civilización, México, Fondo de Cultura Económica.
- CLASTRES, P. (2010): La Sociedad contra el Estado, Barcelona, Editorial Virus.
- DE LA BOÉTIE, É. (1986): Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra uno, Madrid, Tecnos.
- DE LA TORRE, M. (2010): ―Contra el fetichismo obrero‖ en El Surco 15, Mayo 2010, Santiago de Chile.
- DELUMEAU, J. (2002): El Miedo en Occidente, Madrid, Taurus.
- DIAMOND, S. (1974): In Search of the Primitive (A la búsqueda de lo primitivo), New Brunswick (N.J.), Transaction Books.
- ESTEBAN ENGUITA, J. E. (2004): La máscara política de Dioniso, en Fragmentos póstumos sobre política, NIETZSCHE, F. Madrid, Trotta.
- FOUCAULT, M. (1980): Microfísica del Poder, Madrid, Ediciones La Piqueta.
- GANSHOF, F. L. (1982): El Feudalismo, Barcelona, Ariel.
- GINZBURG, C. (1981): El Queso y los gusanos, Barcelona, Mario Muchnik Editores.
- GOBINEAU, J. A. (1966): Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, Barcelona.
- GONZÁLEZ DURO, E. (2003): El miedo en la posguerra, Madrid, Oberon.
- GONZÁLEZ DURO, E. (2007): Biografía del Miedo, Madrid, Debate.
- HEGEL, G. W. F. (2000): Rasgos fundamentales de la Filosofía del Derecho, Madrid. Ed. Biblioteca Nueva.
- HUXLEY, T. H. (1893): Emancipación-Negra y Blanca, Collected Essays III, en http://aleph0.clarku.edu/huxley/CE3/B&W.html (s. f.).
- KJELLÉN, R. (1917): Der Staat als Lebensform (El Estado como forma de vida).,Leipzig. S. Hirzel.
- KROPOTKIN, P. (2000): El estado y su papel histórico, Madrid. FAL.
- LEVAL, G. (1978): El estado en la historia, Madrid/ Cali. Madre Tierra/Asoc, Artística La Cuchilla.
- MILL, J. S. (1970): Sobre la Libertad, Madrid, Alianza Editorial.
- PLATÓN (2005): La República, Madrid, Alianza Editorial.
- PROUDHON, P. J. (2002): ¿Qué es la Propiedad?, Barcelona, Paidós.
- ROCKER, R. (1977): Nacionalismo y cultura, Madrid, Ediciones La Piqueta.
- TÁCITO, C. (2007): Germania, Buenos Aires, Editorial Losada.
- WEBER, M. (2005): El Político y el Científico, Madrid, Alianza Editorial.
Fuente: Estudios. Revista de Pensamiento Libertario No. 4. Volumen 4. Año 2014-2015. Edita Secretaría de Formación y Estudios del Secretariado Permanente del Comité Confederal de la Confederación Nacional del Trabajo. CNT-AIT. Pp. 69-83.