Hacia una historiografía anarquista – Francisco  José Fernández Andújar

Resumen:   La  historiografía es  el  conjunto  de  métodos utilizados en  el  estudio de  la historia. Dependiendo de  la orientación del  modelo se establecen una  serie  de  criterios, temas  y metodologías para  la investigación y el análisis sobre  diversos hechos.  Es patente que   el  trato   del   anarquismo  por   parte  de   los  historiadores  ha  sido   con frecuencia determinado por   la  incomprensión, debida  a  ignorar  su  naturaleza, características y objetivos,    realizando   su   estudio   desde   conceptos  divergentes.  Una    historiografía anarquista que  vaya  más  allá de las aptitudes individuales de un  autor, podría producir trabajos que  explicasen con más  exactitud tanto  la historia del anarquismo en sí, como  el de la propia humanidad, al estar  lo libertario relacionado con el problema del poder y la libertad y, con ello, establecer una  historiografía capaz  de aportar valiosas contribuciones al  estudio  del  pasado  desde  una   perspectiva  nueva,  y  dar   nuevas  respuestas  a  los interrogantes históricos.

Palabras clave: Historiografía, Historia Militante, Metodología, Discurso libertario.

El anarquismo no ha estado exento  de historiadores. Pero al no pretender ser una  doctrina dogmática daba  lugar  a que  los historiadores, que  se reconocían como  miembros de  su movimiento, eligieran libremente sus métodos historiográficos: desde el positivismo hasta el    materialismo   histórico,   por    no    mencionar   las    últimas   tendencias   hacia    el postmodernismo o la llamada Historia Social. La única  diferencia que  les distanciaba de los  otros   ―historiadores  no   anarquistas‖  era,   básicamente,  su   interpretación  libre   e individual de cada  escuela  y una  explicación, por  no llamar justificación, que  realizaban del  movimiento y la ideología anarquistas, debido más  a su  militancia que  a un  papel historiográfico real. Todo ello debido a una  carencia que hemos notado los que nos hemos dedicado a la historia y mantenemos una  interpretación de  esta  desde un  pensamiento, interpretación, visión   y  método distinto al  liberalismo, positivismo,  marxismo  y  otras tendencias, pero que finalmente acabamos aglutinados dentro de alguna de ellas.

En relación a su propia posición ideológica, resultaba que  el modo de  historiar de  estos historiadores era distinto, aunque ejercido  ―inconscientemente‖. Sin reivindicar un método nuevo,  elaboraban  un   discurso  diferente,  una   interpretación  que   iba   más allá   del materialismo  histórico –que  a  veces  incluso   negaban–  y  el  reconocimiento de que  el método simplista del positivismo era limitado e insuficiente. Esto es porque en la ideología del  historiador, hay  latentes elementos extra-historiográficos que inconscientemente se aplican en el modo de historiar.

De manera que,  por  ejemplo,  la idea  de que  la economía no lo determina todo  –y menos en todos  los tiempos y lugares– se da una  y otra vez en las distintas obras  de historiadores libertarios. Pero en los últimos tiempos, muchas de estas corrientes, o al menos un número grande de  sus  detalles o  características, están  quedando  obsoletos en la  historiografía actual  y, ante  los últimos aportes, se hace necesario la construcción de una  nueva que  nos sirva  coherentemente en la interpretación de los acontecimientos del pasado. El marco  de esta teoría  de la historia no existía ni había  nada parecido antes, más allá de la militancia y simpatía del historiador hacia el anarquismo.

Creemos que es necesario superar esta situación de ambigüedad y definir una  práctica que se ha estado realizando una y otra vez, aunque a menudo inconsciente o contradictoriamente, por la falta de una  teoría  de la historia del anarquismo. Construir un marco  teórico  que  explique unas  identidades y actividades que  hasta  ahora se han  visto desde unas   visiones e  interpretaciones que  terminan, en  la  mayor parte de  los  casos, caricaturizándolas o, en el mejor  de los casos, malinterpretándolas. Al mismo  tiempo, dar una  explicación al origen  del  Estado,  de  las  formas de  dominio y de  las  desigualdades sociales,  otorgando un  sentido de las relaciones de  poder en la historia para  la sociedad desde la perspectiva libertaria. Se trataría de intentar pasar del simple ―bando‖ de historiadores a una historiografía capaz  de dar una explicación coherente de la historia con el marco  interpretativo de  muchos investigadores y estudiosos. Este  sería  el intento de aportar una   teoría   anarquista  historiográfica, es  decir,   elaborar  los  puntos esenciales entendiendo cuáles  son  los ejes principales en el que  gira  el pensamiento ácrata.  Es una tarea  nueva, casi partiendo desde cero, en el que se espera que el presente escrito contenga limitaciones   y   fallos,   a   costa   de   que   surjan    otras    publicaciones  y trabajos   que posteriormente superen estos  primeros pasos.  Hay  excepciones que muestran algunos antecedentes, por  ejemplo,  un  artículo de  Nico  Berti  (1975) titulado El anarquismo: en la historia, pero contra la historia. Este interesante y pionero trabajo  será traducido al castellano en una  versión abreviada con el título Sobre historiografía anarquista. Otros  intentos como el artículo de Manuel de la Torre  (2010) titulado Contra el fetichismo obrero intenta superar la historiografía y discurso marxista dentro del anarquismo.

Asimismo, Gastón Leval  (1978) escribió  un  texto  publicado póstumamente titulado El Estado en la Historia que  es un  antecedente directo de lo que  pretendemos presentar, pero está  centrado en  la  interpretación  histórica del  Estado,   que  obviamente no  es  toda  la historia. En un  sentido semejante, Kropotkin (2000) dio  una  conferencia, luego publicada por escrito,  titulada El Estado y su papel histórico. Finalmente, Rudolf  Rocker (1977) escribió Nacionalismo y  Cultura  como  una   historia  de  las  ideas   políticas y  sociales   desde una perspectiva crítica  y anarquista. Sin embargo, se centra  en la diferencia y oposición entre nacionalismo y cultura, pero  ya  presenta un  capítulo dedicado a “la insuficiencia de las interpretaciones históricas”.

Se da  la dificultad añadida de  que  dentro del  anarquismo predomina la heterodoxia y distintas corrientes tan  dispares que,  a veces,  incluso  colisionan entre  sí, como  se puede dar    entre    las    tendencias   cercanas   al   primitivismo   o   a   la   “mecanoclasía”  y   el anarcosindicalismo o el anarquismo clásico,  que  confían  en  la ciencia  o el progreso. Sin embargo, creemos que  existen  algunos nexos  muy  generales en común que  pueden hacer valer   una   historiografía  y   servir   metodológicamente  para   todas    las corrientes  del anarquismo. Sin  perjuicio  de  la  diversidad que  habrá –y  debe  haber–dentro de  tal tendencia historiográfica, hay una  serie de puntos esenciales que podrían suponer –desde nuestra perspectiva– unas  primeras líneas de cohesión:

  1. El marco interpretativo y definitorio de  esta  historiografía es  la  problemática de  las relaciones de poder entendido como las diferentes formas de dominio de unos  sobre otros. Estas formas, o sus ausencias, con su contraposición frente  a la Libertad, determinan cada tipo  de período histórico que  conocemos del  pasado en los variados lugares del  mundo. John Stuart  Mill (1970) ya expresó una  idea  semejante sobre  la Historia: “La lucha entre la libertad y la autoridad es el rasgo más saliente de las épocas históricas”.
  1. Las desigualdades sociales y económicas en  la  Historia derivan de  las  relaciones de poder que aparecen principalmente con el surgimiento del Estado como medio de control, que  gestiona la  escasez  y  excedentes de  diversos recursos a  la  vez  que  soluciona  los diversos  conflictos   entre   una   población  cada   vez  más   creciente  y  compleja  cultural, económica y socialmente (Childe,  1996).
  1. El poder se basa tanto en factores económicos como sociales,  políticos, culturales y otros muchos. Algunos de  estos  componentes puede  predominar  sobre   otros,   pero   no  hay manera de  calcularlo con  precisión, siendo tales  valoraciones ciertamente subjetivas a la vez  que  muy  generales y  complejas, por  su  indeterminación. La interrelación de  estos factores,  la resistencia a ellos, su escasez  y limitaciones, su éxito y alcance, estudiada desde la Historia, establece las características generales de las diferentes épocas,  periodizaciones y  localizaciones.  Rechazamos  el  “económico-centrismo” que,   aunque  nos   permite  ver diversos fenómenos, nos impide ver otros.
  1. Desde la aparición del poder, entendido como institución, se repite una  pauta en todas sus  modalidades que  es la existencia en  todo  momento de  una  relación entre  opresor y oprimido. Dentro de las complejidades de la actividad humana pueden ser, a la vez o en otro  momento, lo contrario, invirtiéndose el papel. Esta dualidad no se corresponde entre los  individuos, sino  entre  las  funciones, el  objeto,  no  el  sujeto.  No  es  algo  intrínseco, evidentemente, en la esencia  de nadie,  sino  un  producto social.  Existen  unas  estructuras políticas y económicas que configuran la sociedad y establecen una situación de opresión y explotación sobre  los grupos humanos que  marcan las principales características de estas relaciones, ya  de  una  forma  establecida y permanente, elaborando las  primeras formas sociales,  con sus correspondientes traducciones en los distintos períodos históricos: castas, estamentos, clases sociales.
  1. Los conflictos entre estos  grupos sociales  en acción  –y reacción–  en las relaciones de poder es el motor de la Historia (pero  no toda la Historia), tal como  la conocemos hoy. El hecho  objetivo,  basado en  las  relaciones políticas, sociales,  culturales y económicas que definen a cada  grupo o individuo, no  tiene  porqué corresponderse con  la conciencia de cada  uno  de ellos sobre  su situación y las distintas identidades que se elaboran en torno  a ello. Ello no evita  las contradicciones producidas por los individuos, donde la mentalidad y los problemas cotidianos son de tal magnitud y diversidad que se presentan reacciones a menudo imprevisibles por  reglas  sociales  preestablecidas, cuyo  determinismo negamos, aunque sí afirmamos su influencia.
  1. Distinción entre Estado y sociedad. Han  existido, existen  y pueden existir sociedades sin Estado.  La presencia de Estados en algunas sociedades no determina, en absoluto, que esté presente en todos  los casos y sea un  proceso o fi n necesario de la Sociedad. El Estado  es parte de  la Sociedad, pero  la Sociedad no  es parte del  Estado.  De la sociedad nace  y se desarrolla el Estado,  pero  también su  muerte. El Estado  es el conjunto de  instituciones, organismos y personal, que ejerce el poder, con un gobierno, o varios  de ellos, a la cabeza. El gobierno es  parte del  Estado,   pero  no  es  todo  el  Estado,   y  el  Estado   no  es  solo  el gobierno (Clastres, 2010; Diamond, 1974; Weber, 2005).

Historia militante:  objetividad, subjetividad, honestidad

Dados  estos puntos, quizás sea momento de sentar algunas pinceladas sobre la objetividad y  la  subjetividad, si  bien  quizás resulte ya  un  tema  manido en  la  Universidad y  con algunas conclusiones claras.  Creemos que  la objetividad no existe  entre  los historiadores hoy día ni en lo que sabemos del pasado historiográfico. Lo cual no justifica renunciar a las pretensiones de  ser objetivo:  la objetividad debe  ser nuestro objetivo,  nuestra referencia, nuestra  inspiración. Reconociendo que  no  podemos ser  objetivos,   al  menos podemos intentar ser honestos. La historiografía anarquista no debe consistir en escribir  una  historia rosa del anarquismo, ni justificar  todo lo que ha hecho el movimiento libertario, ni engañar por  motivos de  proselitismo o propaganda.  Consiste en  interpretar los  acontecimientos históricos, tanto  los  propios del  movimiento anarquista, como  todos  aquellos fuera  del movimiento, que  abarcaría incluso  la historia antigua y más  allá, desde una  perspectiva, teoría  e interpretación anarquista. Es decir,  explicar  procesos como  el origen  del Estado  y su  desarrollo, el fenómeno del  Patriarcado, las  guerras y otras  muchas cuestiones más, desde una perspectiva crítica con el poder, el dominio y la autoridad.

Sin elaborar por esa posición interpretativa un sermón contra  el poder, sí debería describir su   desarrollo  desde  nuestra  lectura,  para    que   pueda  aportar,  en   lo   posible,    un conocimiento utilizable en  el  presente o  en  el  futuro, en  el  sentido de  que  resulte un ejemplo inspirador, una  aportación social  o, sencillamente, saber  lo que  se  pueda para evitar  los resultados prácticos que se han  dado en el pasado y que la Historia nos muestra con claridad, no solo a los historiadores, sino al conjunto de la población.

Reivindicar la objetividad no es el rechazo de la historia militante, o de los historiadores militantes. Un militante puede ser objetivo,  o mejor  dicho,  intentarlo, al mismo  nivel  que cualquier historiador “no comprometido”. Sabemos  que  en  Historia se engaña, manipula, tergiversa o se  yerra,  no  solo  por  motivos ideológicos, sino  también por  motivaciones profesionales,  personales,  económicas  clasistas,   religiosas  (La  ciudad  de  Dios  de   San Agustín), “erostratismo”, chovinistas, por  encargos de superiores, y otras  muchas razones más. Es injusto  acusar de subjetividad a los militantes cuando en la propia Universidad –y en todo  el mundo académico– pasa  lo mismo,  e incluso  con más  frecuencia, por  motivos económicos o editoriales, entre  otros. Con todo,  no pretendemos negar  los casos de intento de adaptación de la realidad a la ideología, y no al revés, como podría ser. El no ajustarse o la incomodidad no supone un cambio  de los principios esenciales de la ideología. En todo caso,  de  una  auto-revisión. La ideología no  es más  que  un  sistema de  ideas  que  gira  en torno  a unos  principios. Si no se corresponden con  la realidad puede ocurrir que  quede obsoleta o se reconozca el error,  pero lo más común, según  la experiencia hasta  el presente, es el ajuste  o la reinterpretación, por  no mencionar que  siempre hay  que  distinguir entre

las  contradicciones  teóricas y  las  contradicciones históricas, individuales,  personales  o circunstanciales, que no tienen  por qué guardar relación con los principios ideológicos que sirven   como   marco   interpretativo. Por  lo  que,   desde  estas   líneas,   no  entendemos  la necesidad de falsear  la historia por  un  simple temor a un  empañamiento del  anarquismo como  filosofía  social. Como  humanos nos debemos, en primer lugar,  a la verdad, o mejor dicho,  al intento de llegar  a ella, que es, en la práctica, lo mismo, por lo menos en el campo “científico” y metodológico de un conocimiento que  se debe  contrastar porque es de todos y no de –ni para–  unos  pocos.  Creemos que  si unos  defienden el anarquismo es porque consideran que con ello defienden la humanidad. Por ello, a ella y a la “verdad” en general, nos debemos.

En realidad, incluso  la situación cultural, lingüística, mental y social en la que  nacemos y crecemos, en  cada  parte del  mundo, son  condicionantes que  van  subjetivando a  cada persona del  mundo, y con  ello,  a cada  historiador. Por  eso,  el historiador siempre será subjetivo, por  mucho que  intente esforzarse. Por ejemplo, todos  ellos comparten la visión antropocéntrica frente  a un  mundo habitado por  todo  tipo  de animales y formas de vida. Creemos que  eso  ya  es  un  condicionante  que  provocará que  ningún  historiador vea negativamente la  ocupación de  un  terreno a  costa  del  desalojo  de  la  vida  animal pre- existente, aunque  solo  se  trate   de  insectos.   Todo   historiador  verá   negativamente  las enfermedades   por    su    acción    en   los   humanos,   así   como    las   pandemias   como acontecimientos históricos. No vamos a entrar en si estas  subjetividades son  adecuadas o no, pero  sí lo mencionamos para  señalar que son subjetividades, aunque no lo percibamos como  tal.  En  el  mismo   momento que  utiliza un  discurso determinado  se  presta más atención  a  unos   detalles  que   a  otros;   o  cuando  sigue   una   bibliografía distinta  está construyendo, aunque sea  inconscientemente, una  subjetividad. Toda  historia se realiza desde una  interpretación, la cual  es, necesariamente, subjetiva. Cierto  es que  no  son  los mismos grados de subjetividad si los comparamos con los que  suelen  causar polémica en las   academias,  pero   estos   pequeños  detalles  son   tan   numerosos  que   son   los   que posteriormente  construyen  esos   edificios   tan   altos,   cuyas   cimas   son   las  que   suelen debatirse en los medios intelectuales.

Con  todo   esto,  no  defendemos un  relativismo donde  todo   es  verdad desde distintos enfoques. No  todo  es cierto  y podemos estar  seguros de  muchas certezas y errores sin necesidad de  ser  dogmáticos. Pero  las  diferentes lecturas de  la historia responden a las distintas visiones que hay dentro de las sociedades actuales, por lo que es necesario buscar herramientas coherentes entre  unos  y otros  y, en este caso, el anarquismo ha sido  una  de las posiciones más  conocidas y destacadas desde hace  ya casi dos  siglos.  De esta  forma, podemos responder a diversas cuestiones que se plantean desde estas perspectivas.

Objetos  y propuestas de estudio

Toda  historiografía presta más  atención a unos  campos y objetivos  de  estudio según  su propia naturaleza. La Historia Social se centra  en las personas que conforman el grueso de la sociedad y que  no  se mencionan en  los  grandes relatos  de  reyes  y generales. Sin ser exhaustivos, hemos pensado en las siguientes posibilidades como  muy  interesantes para una  historiografía que responda a la preocupación del anarquismo en torno  a la libertad y el poder, sin perjuicio de otras propuestas de estudio:

  1. La naturaleza y el origen de los conflictos que se dan  en la Historia.
  2. Las desigualdades sociales que  se desarrollan en  los  grupos humanos a través Historia.
  1. El origen y desarrollo de los estados, de  los gobiernos, del  poder y de  las  jerarquías sociales. El concepto de la autoridad.
  2. El proceso de la especialización en las sociedades humanas (a nivel de lo laboral, de la edad y del género). La formación de distintas clases sociales.
  3. El problema de la escasez de los recursos, de su control y su relación con el desarrollo demográfico.
  4. Implantación y aceptación de los modelos de dominio social por parte de la población.
  5. Distinción entre las distintas formas de  relaciones de  poder entre  los  hombres: clan, súbditos, ciudadanía, esclavitud, servidumbre.
  6. Distinción entre los diferentes modos de grupos sociales: estamento, casta, clase.
  7. Los pasos de  la  autoridad de  un  hombre a  la  obediencia a  un  concepto: Dios,  Ley, Nación.

Todas  estas  cuestiones se plantean porque desde la historiografía anarquista toman una posición donde se establece  que los conflictos  se dan  como resultado de las desigualdades sociales  que  se generan en las distintas formas de autoridad y dominio, donde sobresalen los  casos  de  la sumisión de  las  mujeres, la explotación del  hombre por  el hombre y la guerra.

La historiografía anarquista en los diferentes períodos históricos

Para  responder a todas  estas  problemáticas, la historiografía hace una  interpretación de la Historia y de sus distintas fases de desarrollo:

– Prehistoria: Donde la humanidad se divide en diversos, pequeños y heterogéneos grupos que sobreviven en comunidad y unas  relaciones sociales  directas, con formas de autoridad muy  informales, pobres, distintas y hasta  inexistentes, y cuando se dan,  normalmente se relacionan con el carácter personal de los individuos, siendo por tanto  esporádicas y poco firmes.  En algunos casos, como estudió Clastres en sociedades primitivas (2010, 37-58; 165-

167; 217-223), esa ―autoridad‖ era  un  concepto muy  distinto al que  manejamos nosotros siendo a menudo algo más  consensuado que solo se podía aplicar a muy  pocas  facetas  de la vida  y que,  en caso de provocar desacuerdos entre  el resto  del grupo, era arrebatada y negada, pues  no era una autoridad ni permanente ni vitalicia  Además, su fuerza se basaba en  la  confianza y el prestigio, dos  estados que  surgen tan  rápidamente como  caen.  En algunos casos  pueden  aparecer casos  de  caudillismo. En  otros   casos,  una   especie   de gerontocracia cuyo  poder es  de  carácter consultivo. Y en  otros  tantos, la  autoridad es prácticamente  inexistente. Pero  de  un  modo u  otro,  normalmente  se  están   dando el funcionalismo  y   la   especialización  de   las   tareas   que   debe   realizar  el   grupo,  que originalmente se repartían espontáneamente entre  todos,  siendo los más  pequeños y los más   mayores  los   únicos    con   tratos  diferentes  por   su   práctica  incapacidad.  Será posteriormente cuando se va dando la especialización entre  los cazadores, las mujeres y, en general, determinadas actividades económicas.

– Antigüedad: Es fundamental porque es cuando se da,  en diversas partes del mundo, el origen  del Estado y de las estructuras autoritarias en sí. Hay  diversas teorías  de cómo  se van  formando estos  y  aparecen los  grupos de  poder. Según  se  desprende de  Gordon Childe (1996, 133-136; 174-175) parece  ser que  es la necesidad de gestionar y controlar los escasos  recursos existentes en determinadas regiones, como  en Sumeria o Egipto,  donde incluso  el acceso  al agua  era  limitado o exigente de  control, lo que  fue  provocando que surgiera un grupo que decidiese los permisos, que en principio no serían  muy  restrictivos, pero  que  se usarían, sin  duda, contra  los individuos que  actuasen contra  el resto  de  la comunidad, siendo el castigo  la limitación del acceso al agua  potable, obra  –en fi n– de la comunidad y sus  trabajos de drenaje y pozos.  En el Nilo  es fundamental la organización del trabajo  para  el adecuado desarrollo de los cultivos. Una segunda teoría  apunta hacia el desarrollo de la especialización económica, especialmente entre  la agricultura, generando unos   excedentes  que   no   podían  ser   consumidos  por   la  población  local,   dando  la posibilidad de intercambiarlo por remanentes de distinto tipo con otros grupos, generando una  especie  de  sistema de  trueque que  dará   lugar   a  formas primitivas de  comercio y mercado. Este superávit, fruto  del trabajo  que no se consume inmediatamente y con el que se especula para  generar una  riqueza que da mayor poder dentro de las relaciones sociales en  el grupo, generará la necesidad de  crear  unas  estructuras sociales  que  reconozcan la pertenencia de esos excedentes a una  determinada comunidad, grupo social  o individuo. Es el nacimiento de las primeras formas de propiedad (Proudhon, 2002, 78-79), un concepto aún  más rudimentario de lo que  vivimos hoy, pero  que  será suficiente para  reivindicar la necesidad de la creación  de una  estructura social que garantice y reconozca esa propiedad a  sus  ―legítimos‖  dueños  frente   a  robos   de  ladrones  que   no  han   participado  en  la producción o no han colaborado en la comunidad.

Una   tercera   posibilidad  es  el  aumento  demográfico  que   va   generando  una   mayor complejidad  en   la   sociedad   (Childe,    1996,   176),   necesitando   para    su   gestión  y funcionamiento la generación de unas  estructuras sociales  que traten a todos  por igual,  ya que  el  crecimiento de  la  población los  coloca  en  una  situación donde todos   ya  no  se conocen.  La confianza en  ese  aparato debía  ser  respondida con  sabiduría y objetividad para  resolver las necesidades y conflictos  de  una  sociedad cada  vez  más  imprevisible y compleja que  ya no podía ser contestada por  grupos humanos que  se negaban a seguir  el nomadismo o, si lo seguían, no se separaban del resto  del grupo. Con todo,  se darán casos en  sociedades sedentarias, donde grupos sociales  descontentos se marchan para  fundar otro   grupo  o  ciudad,  como   es   el  conocido  caso   de   la   colonización  griega   en   el Mediterráneo. Para  la defensa sistemática de  la propiedad privada emergente, no  basta solo con la coacción  de un  proto-Estado que  terminará siéndolo, sino la configuración de un código  legislativo que establezca unas  normas de convivencia tutelada por el gobierno. Es así  como  surge  el Código de  Hammurabi y las  filosofías  del  Orden de  Confucio en China.  Sin embargo, en todas estas líneas  e interpretaciones es evidente que en un mundo vasto  hay  ejemplos que  marcan formas y líneas  de desarrollo distintas. Finalmente, en la Antigüedad se pueden estudiar las características de los primeros estados y su desarrollo. Hay   cuatro  modelos claros:  en  primer lugar,   el  Estado   de  las  monarquías orientales inspiradas con el derecho divino, al relacionar los antepasados de los monarcas con algún Dios  o ente  sobrenatural, situados especialmente en  los  ámbitos mesopotámicos y, por supuesto, Egipto;  en segundo lugar,  las ciudades-Estado fundamentadas en constituciones ciudadanas, muy   presentes  en  el  mundo heleno   y  mediterráneo;  en  tercer   lugar,   las sociedades con un Estado  escasamente formado o inexistente, más bien comunales, que se encuentran en  el  mundo “no civilizado”, en  la  mayor parte de  Europa, África,  Asia  y Europa, especialmente en el mundo celta y germánico, entre  otros  muchos ejemplos más y que  aglutinan una  diversidad de formas de autoridad que  abarcan desde caudillos, jefes, líderes y  consejos,  en  general informales o  hasta  temporales, hasta  modelos tribales o comunales con una  diversidad muy  extensa y que  sería  de gran  interés para  el estudio de precedentes de sociedades no estatales y, potencialmente, sin auténticas bases autoritarias; en   cuarto  lugar,   el  Estado   típicamente  romano,  fundamentado  en  el  derecho  y  la legislación más allá del ámbito local y que evolucionará a una  quinta y definitiva forma:  el Imperio. Esta es la expresión, no de una  forma  política  de una  sociedad, sino la expresión política  de una  entidad superior a la sociedad para  aglutinar a muchas de ellas. Basándose en  el modelo oriental, cuyo  concepto divino es asimismo supra-social, es lo que  asume Roma  de una  manera mixta  –al haber  elementos jurídicos– con su modelo y que marcará el tránsito de la sociedad antigua y esclavista a la medieval, especialmente tras  el Decreto Imperial de Adscripción a la Tierra  y la evolución del sistema clientelar al vasallaje.  Esto constituirá las  primeras raíces  del  feudalismo. Mientras tanto,  en  Oriente, China  surge como   un   Estado   cada   vez  más  burocratizado,  en  crecimiento  constante,  que   guarda semejanzas con el modelo romano.

– Medievo: La Edad  Media  supone un episodio especial  en la Historia, en un escenario: el Viejo Mundo, o más bien, Europa y el Mediterráneo, ya que el fenómeno no se repite  en el conjunto del resto  del globo.  Es un  ejemplo claro de las distintas formas de relaciones de dominio que  rompe el esquema gobierno-población y la visión  del  poder como  entidad centralizada y absolutista. En la Edad  Media  son  los particulares los depositarios de  los roles de autoridad y servidumbre. Es un sistema altamente descentralizado que sigue  una pirámide que  va  desde los reyes,  emperadores y el Papa,  a los señores locales,  quienes, efectivamente,   ejercían    el   poder   sobre    la   población   y   contaban   con   una    gran independencia.

Todo ello en un contexto de unas  instituciones políticas casi sin Estado,  ya que los poderes de los reyes  eran  insuficientes y no contaban con ninguna burocracia extensa ni conjunto de instituciones propias del poder civil. El Estado  se limitaba prácticamente a la figura  del rey, sus  colaboradores más  cercanos, una  serie  de especialistas de número muy  limitado, y, quizás, sus  vasallos y siervos  más  directos. También existía  una  dualidad en el poder que  ejercía  con  la  Iglesia,  entendida como  el  poder  espiritual frente   al  poder de  los monarcas, definido como terrenal. Del mismo modo, complicados sistemas de herencias se aplicaban sobre  las propiedades y los territorios que  a menudo cambiaban de  mano,  se concentraban tierras en unos  pocos (al menos sobre  el papel) y las fronteras y reinos  veían constantes cambios.

Lo cual  no impidió que  esta  época  sea la inspiración de casi todos  los nacionalismos que surgirán a partir del siglo XIX, influidos por  el ideal  romántico, fenómeno resultado de la descomposición y fragmentación del Imperio Romano y la creciente evolución del idioma latino  en  distintas lenguas en  cada  territorio. La  profunda dispersión social  producirá culturas en lo que fue otrora el territorio imperial romano. La base del sistema feudal es el vasallaje,  es decir,  el pacto  que  se da entre  un noble  inferior con uno  superior, donde este último, propietario de  unas   tierras, el  feudo, cedía  una  parte al  primero a  cambio   de sumisión, impuestos, tributos y la obligación de acudir a las armas cuando lo requiriera el Señor. El segundo pilar  es la servidumbre. Este modelo irá desarrollando las mentalidades e ideales en torno  al honor, el amor  y la fidelidad al señor.  Debido al desmoronamiento de las  estructuras  imperiales en  numerosas  partes, la  población  se  vio  obligada a  auto- organizarse, impulsando formas organizativas asamblearias y de participación directa, si bien  con limitaciones como  la participación exclusiva del  cabeza  de  familia,  es decir,  un representante de la unidad familiar, lo cual conllevaba la no participación de las mujeres o niños,  salvo que no se encontrara presente el padre. Esta realidad popular estuvo presente tanto  en el campo sin señores como en muchas de las incipientes ciudades medievales y es una  buena línea  de  investigación para  el estudio de  las relaciones de  poder. Del mismo modo,  la Edad  Media  presenta dos ejemplos especiales del poder autoritario: el Papado y el Sacro  Imperio Romano Germánico (y su  hermano oriental: el Imperio Bizantino, que duró 1000 años  más  y marca  casi toda  la cronología de la Edad  Media),  entidades supra- nacionales con  una  capacidad política  muy  compleja. Al margen de  todo  esto,  hay  que tener  en cuenta la realidad del  mundo islámico,  netamente urbano, frente  a una  Europa rural.  Lo cual no evitó  la fragmentación política  de los musulmanes y las luchas  de poder entre  los califas y los emires,  así como el ejemplo  claro, en España, de las taifas, que repiten el proceso feudal. El mundo urbano solo afectó localmente a la política  y a la economía, y al comercio a un  nivel  más  general. Es interesante seguir,  asimismo, los  gremios como constituyentes de  la economía urbana, el desarrollo de  los  productores y las  formas de poder que viven  los trabajadores organizados dentro de ellos.

Edad Moderna:  La concentración de  las riquezas conllevó  la concentración política.  El modelo descentralizado del  medievo pasó  a un  modelo completamente centralizado en torno  a la monarquía; los señores feudales pierden poder a favor  del rey. Hobbes escribe sobre  la  razón del  Estado   en  su  Leviatán y  Maquiavelo separa la  política   de  la  moral, escribiendo un  ensayo sobre  cómo  gobernar bajo el protagonismo de un  Príncipe. Son las bases  de una  nueva forma  de las relaciones de poder, desarrollándose hasta  la Monarquía Absolutista que irá dando forma  estable  a los reinos  y países  tal como los conocemos hoy. Es la forma  clásica de gobierno autoritario, de arriba a abajo, centralizado y fundamentado en  la fuerza. Pero,  en  suma, el poder sigue  concentrado en  la persona del  rey,  al ser  el reino   propiedad suya   y  de  su  dinastía. Quedan,  con  todo,   restos   de  la  época  feudal anterior y ciertas  características como los sistemas de herencia, aunque los nuevos reyes ya van   desarrollando  distintas  leyes   para   establecer  su  poder  en  todas   las  estructuras políticas, promoviendo  una  centralización como  modelo más  eficiente  y necesario para aprovechar todas  las fuerzas militares frente  a los enemigos. Surgen políticamente los Tres Estamentos,  los  Tres   Estados,  constituidos  por   la  nobleza,  el  clero   y  el  ―pueblo‖. Antecedentes y comparables a las clases sociales de hoy, pero con una movilidad menor, al estar  constituidos no solo por  su nivel  económico, sino  también por  su posición jurídica. Hay  una  desigualdad en cuanto a las riquezas, pero  también en cuanto a los privilegios políticos, legales  y sociales.  La Edad  Moderna contiene otro  elemento fundamental para entender nuestro presente: el desarrollo del  colonialismo como  medio de  explotación y opresión de todos  los pueblos del mundo bajo el dominio europeo y occidental.

Causará transformaciones en sociedades que  no han  seguido el mismo  proceso histórico e introducirán en ellas nuevas prácticas e ideas.  En general formará, no solo la supremacía política  y económica de  Occidente, sino  también un  sentimiento y reconocimiento de  la superioridad del varón blanco  y cristiano y, con ello, unos  valores nuevos fundamentados en el inicio  del  Renacimiento, el colonialismo consiguiente, el desarrollo del  capitalismo con los grandes flujos de riquezas y del comercio en general, el surgimiento de las grandes ciudades y, posteriormente, una  etapa final  marcada por  la Ilustración que  formará las bases ideológicas para  el liberalismo y la nueva sociedad que se avecinaba. Intentando ser un instrumento eficaz para  el Despotismo Ilustrado y racional, o en sectores  más radicales, para  el bienestar del ser humano, la Ilustración marcará unas  ideas  fundamentales que aún hoy estamos arrastrando: el progreso, la ciencia,  la separación de los tres poderes, la idea del individuo natural, que  pasa  a un  contrato social, los conceptos sobre  la propiedad, la necesidad de la educación, la separación de la religión con la política,  el antropocentrismo, el racionalismo e incluso  el universalismo. Todos  estos  valores propiciarán unos  nuevos deseos   de   libertad,  de   criticismo,  de   rechazo  a  la  superstición,  de   negación  de   la irracionalidad y la injusticia y de la reivindicación de la igualdad de todos  los hombres. A partir de  ello,  surgieron una  serie  de  revueltas que  no  se limitarán a una  resistencia o rechazo visceral   sino  que  encontrarán  unas   ideas   nuevas en  la  que  fundamentar sus aspiraciones, abarcando una  nueva envergadura y dando paso  a la rebelión de esclavos  en el Haití,  la Guerra de Independencia de las Trece Colonias y la Revolución francesa que marcará la ruptura del Antiguo Régimen, dando paso a una nueva época.

–  Edad  Contemporánea:  Tras   la  Revolución  francesa  aparece  la  sociedad  moderna marcada por  la  idea  del  progreso, el  desarrollo de  la  ciencia,  la  soberanía popular, la concepción de  la  nación,  la  eliminación de  privilegios políticos (pero  manteniendo los económicos), la desaparición de los estamentos y el surgimiento de las clases  sociales;  un crecimiento  demográfico   sin   precedentes,  la   industrialización  (con   el   consiguiente surgimiento de la clase trabajadora), la desaparición de los gremios, la desruralización y urbanización, la privatización de los recursos comunales, constitucionalismo y, finalmente, el nuevo Estado  como representante y herramienta de toda  la población que adquiere, por medio de la tecnología, la participación ciudadana y el conocimiento. Un alcance  de poder jamás  visto  previamente, ni  tan  siquiera durante  el  absolutismo, estableciéndose como régimen  predominante  la  democracia parlamentaria,  basada  en  los  principios  de   la Ilustración de la separación de los tres poderes y el modelo político  de la representatividad por  expertos a  través de  elecciones  de  la  población capacitada. En  este  nuevo mundo, donde  se  llama   a  la  participación  política   al  ―pueblo‖,  se  producen  una   serie   de contradicciones y crisis constantes, que  marcan el surgimiento del movimiento anarquista como  tal  y  su  destacado desarrollo histórico posterior hasta  el  presente. Aparecen los conceptos  de  la  izquierda  y  derecha  política,   inspirados  en  las  posiciones donde  se sentaban  los  parlamentarios  jacobinos   y  girondinos  para   deliberar  en   la  Asamblea Nacional; la  idea  del  ―Estado del  terror‖  de  Robespierre, como  una  necesidad para  la defensa del  bienestar de  la población; se impone el liberalismo en  el mundo occidental; surgen las diferentes ideologías políticas –destacando el marxismo y el anarquismo– así como  los movimientos nacionalistas; se producen procesos de independencia de naciones y Estados y, en el siglo XX, surge  el fascismo,  los estados del bienestar y las hegemonías políticas. Se vive la experiencia de las dos grandes guerras mundiales y la constitución de los conflictos  bélicos y armados a gran  escala, suponiendo gran  número de participantes y de víctimas que marcará un nuevo mundo sin precedentes en el pasado histórico.

Aportaciones de otras corrientes historiográficas

Para  el desarrollo de  esta  historiografía anarquista se  cuenta con  aportaciones de  otros modelos  historiográficos. Hasta  entonces,  los  historiadores  anarquistas  habían  estado practicando  un    modo  libre   de   historiografía   marxista  que    sin   duda  continuará influenciando mucho en  cuanto a su  enfoque materialista, relacionado con  la  lucha  de clases,  las condiciones económicas y los conflictos  por  los modos de  producción. Siendo los principales sujetos  de la historia del anarquismo los trabajadores, los campesinos y los marginados, este enfoque sigue  teniendo una  importancia capital,  incluso  entre  el “lumpenproletariado” que,  aunque no se distinga por  ser parte de los productores, ocupan una  posición consecuente con las condiciones productivas. El análisis del  poder siempre está  relacionado con  las condiciones económicas, pues  es por  el hecho  económico como fundamentalmente se establece  el dominio de las clases  privilegiadas sobre  el resto  de la población.

La Historia Social  es otra  buena aportación, quizás más  importante que  la marxista, al tomar  como   objeto   la  sociedad  en  su   conjunto  frente   a  la  historia  política,   donde sobresalen los ―grandes hombres‖: políticos, reyes,  militares, héroes,  líderes y hombres del Estado,  cuerpos políticos, etc. En nuestros esfuerzos por  distinguir la sociedad del Estado y subrayar el papel histórico de la gente  en general, es obvia  la relación fluida  entre  una historiografía anarquista y esta  rama  historiográfica. La ―Historia desde abajo‖, concepto relacionado con la Historia Social, es un modo de narración que  se centra  en las personas ordinarias: los trabajadores, los pobres y los humildes, es decir, los que suelen  ser el sujeto que protagoniza el anarquismo, así como estudios concretos sobre  los grupos subalternos, marginados y/o conflictivos.

La Historia Cultural, por su parte, hace aportaciones interesantes, al mostrar los modos de vida  y las mentalidades de  las sociedades en épocas  y lugares determinados y, con  ello, revela  numerosos aspectos, a menudo insospechados, de la conducta y la vida  de la gente, incluidos los trabajadores, los campesinos y las mujeres.

Resultaría  interesante,   asimismo,  la   aplicación  de   la   microhistoria   en   temas    del anarquismo que  sirvan a  su  vez  para   estudios sobre  cómo  se  concebía   la  libertad, la violencia,  o  cómo   se  activaban  las   estructuras,  relaciones  y  formas  del   poder.  La microhistoria es  una  rama  de  la  historia social  que  propone el  estudio de  situaciones, personas y acontecimientos muy  concretos en una  “reducción de escala” que  en un  análisis más  generalizado  y  ordinario pasaría  inadvertido. Con  el  estudio de  una   forma   tan concreta y particular, se mezcla  a la vez  lo cotidiano con lo raro,  ya que  cada  caso  suele tener  sus  peculiaridades. Un  ejemplo   paradigmático es  El queso y  los gusanos de  Carlo Ginzburg (1981) donde, a través de  los procesos inquisitoriales que  se ejercen  contra  un molinero denunciado, extraemos la particular cosmovisión de un hombre sencillo del siglo XVI que  compara el universo y la creación  con  cosas  tan  cotidianas para  él como  es un queso  con  sus  agujeros, o  Dios  y  los  ángeles representados  por  gusanos surgidos por “generación espontánea”. Del proceso extraemos otros  muchos detalles de su vida  y de su mentalidad,  tales   como   el   reduccionismo  interpretativo   de   los   jueces   o   la   clara mediatización de la cultura popular en las ideas  del molinero. Es una  microhistoria que no pretende por sí mismo  suplantar la macrohistoria, el gran  relato histórico.

Se  trata   de  reclamar un  espacio   que,  por  su  grado, pasaría ignorado por  las  formas comunes de historiar. Para hacer este tipo de historia, sin embargo, se requiere una base de conocimientos históricos generales para  contextualizar lo que se va a investigar, por lo que al   final,   siempre  hay    una    relación  complementaria.   Con   todo,    un    conjunto   de microhistorias nos pueden revelar un buen  panorama general, si bien no es su pretensión en sí. En el anarquismo, podríamos ordenar las investigaciones en este sentido, desde un sentido  de   abajo   a   arriba,  a   medida  que   se   multiplican  y   se   pueden  comparar, reconociendo el localismo y los niveles  concretos de la realidad histórica.

Análisis del poder y de la dominación

En la Historia podemos extraer detalles muy  interesantes para  conocer  la naturaleza y el comportamiento del poder. De tal forma,  se pueden analizar los diferentes medios que usa para  establecerse y  justificarse,  siendo una  buena línea  de  investigación y  trabajo  que puede aportar la historiografía anarquista para  las inquietudes y necesidades sociales  del presente. Algunos casos y ejemplos, y no son todos,  son:

– Orden: La justificación primordial del control,  de la coacción,  del gobierno y del Estado es el establecimiento de un  orden que  no puede ser impuesto de otra  forma  por  parte de los  grupos humanos. Orden que  promulga el monopolio de  fijar  la  cohesión entre  los individuos organizados en sociedad. Orden que  da prioridad al bien  común y general de todos,  frente  al egoísmo y la irracionalidad de los individuos. Orden que esconde el ―lobo‖ de Hobbes y que  deriva este  concepto a la “razón de Estado” como  dispositivo ideológico que  justifica  la  acción  gubernamental. Los  mitos  suelen   adjudicar siempre un  profeta, primer hombre o héroe,  que trae el primer código  de leyes para  los seres humanos, el cual se justifica  por  venir  de “un ser superior”, y no por  el acuerdo entre  todos.  El concepto de “herencia” que se deriva de la idea de propiedad, también tiene que ver con el interés de la estabilidad política.

–  Miedo:  Las  obras   de  Delumeau (2002)  y  de  González  Duro   (2003; 2007)  relatan la importancia del  miedo en la historia del  mundo occidental. Es obvio  que,  ante  el peligro externo y  las  múltiples amenazas, se  animase a  que  hubiera una  clase  social  armada dedicada profesionalmente a la defensa y protección. Esto  lo vemos,  por  ejemplo, en  el feudalismo con el beneficium, donde se suponía que los campesinos eran  los ―beneficiados‖ ya que conseguían un señor  que los defendiera de los pillajes y saqueos. Del mismo  modo, una  sociedad aterrada y  asustada por  la  guerra, las  enfermedades y  los  desastres, es propensa a buscar hombres poderosos que  solucionen los problemas, como  ya  señalaba Fulberto de  Chartres en su  carta  a Guillermo Duque de  Aquitania en torno  al año  1020 (Ganshof, 1982, 131-132) cuando se refiere  a la justicia  de las obligaciones del  siervo  con respecto a su señor.

– Conquista:  Es la forma  más  conocida, básica  y primitiva del poder. El uso  de la fuerza para  establecer la superioridad y, con  ello,  el dominio político  (Aristóteles, 1988, 59) se traduce en  el interior de  una  sociedad con  la represión, y en  el exterior –frente  a otras sociedades– con  la guerra. Precisamente, por  la naturaleza de  las operaciones militares, que  exigen  rapidez en las decisiones y maniobras, es donde con más  facilidad aparece el reconocimiento de la autoridad de alguien. Entre  las tribus germanas primitivas, bastante democráticas, elegían,  en tiempos de guerra, a un líder que los dirigiera a la guerra (Tácito, 2007, VII). Del mismo modo, en la antigua sociedad romana, elegían  a un  ―dictador‖ en tiempos de guerra (Bravo,  1998, 39). La prolongación de los períodos bélicos  conllevaría, naturalmente, un  establecimiento del  gobierno militar que  posteriormente se convertiría en un gobierno civil debido a su perpetuación y a la ampliación de sus funciones y control. Del mismo  modo, el discurso de la superioridad natural y genética sobre  los más débiles, en una  realidad o naturaleza fundamentada en la lucha  y la supervivencia, será el discurso habitual de  un  “darwinismo social”; un  discurso que,  como  no  podía ser  de  otra  manera, encaja   perfectamente  con   la  ideología  de   las   élites   (Huxley,  1893).  Posteriormente aparecerán discursos políticos que  entienden el progreso humano y la estabilidad demográfica y económica a través de las guerras (Hegel, 2000, 378; 385-386).

– Relaciones personales y favores: En su Discursosobre la servidumbre voluntaria, La Boétie analiza el problema de la sumisión, aparentemente consentida, de las personas del pasado y de  su  época  que  contradecía, a su  parecer, la condición –y voluntad—de libre del  ser humano. Tras analizar críticamente la tiranía y la dominación, fundamenta su conclusión en varias  causas  que han llevado a la servidumbre “voluntaria”, entre  las que sobresale una muy  interesante: las relaciones que se han ido tejiendo entre  las personas por medio de los favores.  También señala  la fuerza de la tradición, y es que  cuando todos  nacen  viendo lo que ya existe, dan  por hecho  que es lo natural. Asimismo, entiende que el poder envilece  y hace  cobardes a las personas por  lo que,  a pesar  de  ser mayoría, consienten. Al final,  la sumisión voluntaria es la principal causa  del estado de opresión que viven.

–  Conocimiento:  Desde   La República de  Platón   siempre se  ha  visto  como  un  modelo político  ideal  el gobierno de los sabios,  por  entenderse que  son  los más  capaces  para  esa gestión  que   conlleva  responsabilidad   y   necesidad  de   conocimientos.  En   muchas sociedades primitivas existía  cierto  grado de  gerontocracia ante  la idea  de  que  los  más ancianos,  y  por   tanto   más   experimentados,  eran   los  que   tenían  más   conocimientos: primero para  aconsejar, luego  para  gobernar. Es interesante ver el mito  de las tres edades en  la cultura griega:  la Edad  de  Oro  es la más  antigua y también la más  espléndida; a continuación la  Edad   de  Plata,  y  finalmente la  Edad   de  Piedra. Puede que  haya  una relación más  que  estrecha entre  la cosmovisión de  este  mito  y la gerontocracia, que  se contrapone a  la  visión  que  ofrece  el progreso. En  general, hasta  Bakunin (2000, 33-35) reconoció la “autoridad” de un  entendido o profesional en una  materia concreta como  un experto en una  especialidad ejerciendo su trabajo,  pero  siempre indicó  que esa “autoridad” era  diferente porque  en  cualquier  momento  quien   recurre  a  esa  confianza  la  puede abandonar cuando desee  y,  además, no  conlleva el  dominio ni  la  autoridad en  otros aspectos de la vida o la realidad. Sin embargo, más tarde, especialmente en el siglo XX, con la tecnificación de  la sociedad y la emergencia de  la ciencia  al amparo de  los gobiernos, sabemos que  el conocimiento es usado como  un  medio de  control  social,  por  medio de agencias   especiales   de   información   de   la   policía,    espías,    académicos   –que    son promocionados como  una  especie  de  clases  privilegiadas–, el  papel de  los  medios de comunicación que fi ltran  la información que conocen  y, por supuesto, el uso, con lupa,  de la  vieja  práctica de  la  censura. Foucault (1980) hizo  distintos análisis hacia  las  formas “micro” del   poder  que   iban   más   allá  del   Estado  y  las  clásicas   clases   privilegiadas. Especialmente, realizó  sus análisis en torno  a las instituciones como la cárcel, el hospital o el manicomio. Si bien,  lo que  diferencia el gobierno del  Estado  es precisamente que  el Estado    es   el   conjunto   de   las   instituciones   que    organizan   el   gobierno  para    su funcionamiento. Pero Foucault se refería  también a las relaciones sociales  entre  hombres y mujeres, patrón y trabajador, cuerdo y loco. Es cierto  que  es una  repetición, desde una perspectiva más  marxista, de  la  clásica  crítica  del  anarquismo a  todas   las  formas  de autoritarismo que repite  desde el siglo XIX. Con todo, la calidad del análisis foucaultiano y sus  observaciones son  una   importante  aportación a  la  historiografía anarquista  y  los estudios sobre las formas del poder.

– Eficacia: El poder siempre se ha  justificado por  actuar con  eficacia.  Amparados en  su capacidad  organizativa  y  de   ejecución,   el  poder  se  vehiculizó  a  través  de   jefes  y potentados, que  estarían en  la  cúspide de  un  sistema de  especialistas  que  permitiría “funcionar” a la sociedad en su conjunto. Con el paso  del tiempo, todos  esos “especialistas” se convierten en  personas “autorizadas” que,  en base  a la confianza depositada en  ellos, adquieren una  posición de  superioridad con  respecto al resto  que  resulta prácticamente incontestable. Asimismo, las filosofías  utilitaristas preconizadas por Bentham concebían la política  por lo útil que fuera  para  alcanzar la felicidad y bienestar de las personas, dejando a un lado el valor  de la libertad. Tal idea conllevó  la defensa del parlamentarismo, frente  a la arbitrariedad de los reyes,  pero  no por  una  concepción de la libertad en sí, sino  por  la eficacia de unos  especialistas que  a su vez entendían las necesidades de la población y se guiaban  moralmente. Mill  moderaba  esta  postura pero,   nuevamente partidario  de  la utilidad‖, justificaba el despotismo en  las sociedades atrasadas, donde un  déspota que pensase por  sus  súbditos podía superar  la  dificultad del  progreso  espontáneo de  su pueblo. Aunque  Mill  daba   más  prioridad a  la  libertad que  Bentham y  veía  mejor  la insatisfacción de un hombre a la satisfacción de un cerdo,  nuevamente justificaba antes  la eficacia  y bienestar en sí, sobre  la libertad de un  pueblo embrutecido e ignorante. Esto se debe a que, en fi n, el objetivo  era la felicidad y no la libertad, ignorando las enseñanzas de las  distopías del  siglo  XX que  eran  capaces  de  satisfacer física  e intelectualmente al ser humano, pero  no permitirles su autodesarrollo por  medio de la libertad. En este sentido, existe abundante y valiosa  literatura en torno  a las distopías cuyo factor negativo era la falta  de  libertad real,  pero   que   satisfacían  los  deseos   y  hedonismo de  la  población, facilitándoles hasta  drogas, como es el caso de Un mundo feliz de Aldous Huxley.

– Progreso:  El Estado  y  el  gobierno se  han  visto  como  fruto  del  progreso y  el  avance humano,  frente   al  salvajismo atrasado,  caótico   y  criminal  de  los  primitivos.  Bajo  el imaginario de  una  sociedad sin  leyes  donde se permitía el asesinato y la  arbitrariedad individual,  se  concebía   el  gobierno  y  el  Estado   como   una   entidad  benefactora  de protección de todos  los integrantes de la comunidad. El desarrollo intelectual, humanista y cognitivo ha llevado a formas más  complejas y desarrolladas de la estructura estatal y de las formas del  sistema político.  La reproducción intelectual de  la Ilustración conllevó  la propuesta de  soluciones  y  programas sociales   que  solo  podían ser  aplicados por  un gobierno que, en su época, se manifestaba por las monarquías absolutistas, pero  ilustradas, cultas  y benefactoras. Sin embargo, los valores de sus filosofías  encerraban otros principios que  también defendían otros  sistemas políticos que  vinculaban la soberanía al total  de la población y ponían en duda el origen  divino de los monarcas, aunque en cambio racionalizaban la  necesidad de  su  gestión y  gobierno. No  fue  difícil  pensar que  sus funciones podían ser suplantadas por  otras  formas políticas inspiradas en otros  tiempos, como  las  democracias de  la Antigua Grecia  o las  asambleas de  las  ciudades y pueblos medievales, que  aún  muchos recordaban y, en  especial,  el liberalismo burgués que  les resultaba  mucho  más   interesante  y   acorde  con   sus   intereses  políticos,  sociales   y económicos.

–  Dios:   Hablamos  de   Dios   como   podemos  hablar  de   otra   idea   que   establece  la inteligibilidad de algo  superior a la realidad material o perceptible. Bakunin, en Dios y el Estado, establece   la  idea  de  Dios  como  la  fuente primaria  ideológica del  concepto de autoridad   (Bakunin, 2000,  26-27).  Se  trata   de   una   idealización  de   la   capacidad  y beneficencia del poder que  crean  los hombres para  defender los privilegios por  medio de una  idea  sublime, manifestada en  su  infinitud y  perfección. Como  hemos mencionado anteriormente, los monarcas justificaban su poder absoluto por medio del derecho divino, la  propagación  de  mitos   sobre   el  origen   de  su  estirpe (Eneas,   Minos,   Jinmu…)   o  la deificación misma  (Gigamesh, Ptomoleo  II,  Antíoco   II).  Durante miles  de  años  se  ha convertido en la fuente y justificación principal de autoridad y aún  mantiene hoy  mucha fuerza en lugares como  el mundo islámico  o estadounidense, determinando la moral  y la idea del bien y del mal.

  • Comunidad: La principal característica del  fascismo   es  intentar fundir, confundir y mezclar la sociedad con el Estado,  por ser su forma  más coherente y evolucionada por sus propios argumentos y razones. Mussolini insistía  continuamente en  su  famosa  frase  de 1927: “Todo en el Estado; nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. Ahí  se  concibe  el totalitarismo político  y se justifica,  zanjando por  fin los conflictos  históricos que  el propio autor  italiano reconocía entre   la  sociedad y  el  Estado,   que  entendía que  era  causada porque el Estado,  entonces, no representaba realmente la comunidad nacional del pueblo y  su  soberanía, algo  que  a  su  parecer, su  modelo político   solucionaría al  confluir los intereses de ambos.  Kjellén (1917) entendía que  el Estado  era  una  constitución natural de la propia sociedad y que,  por  tanto,  era  una  “forma de vida”, un  organismo, derivando desde  aquí   el  concepto  de  “biopolítica”, que   posteriormente  usaría  Foucault, y  el  de “geopolítica”. La  mayor parte de  los  partidarios del  Estados entienden  este  como  algo propio de  nuestra naturaleza, como  una  reproducción del  instinto de  las  hormigas en hacer hormigueros. El monopolio de la sociedad por parte del Estado  es un elemento clave en su  justificación.  Pero  la biopolítica a menudo es recurrida por  elementos autoritarios pero   no  necesariamente  estatales.  Sin  usar   ese  término,  Nietzsche  usó   un   concepto semejante  al  pretender una   sociedad  organizada  en  torno   a  la  desigualdad  natural, privilegiando una  nueva ―aristocracia‖ de la que  surgiría el ubermensch (Esteban Enguita, 2004). Finalmente, no  han  faltado intentos de  explicar   la  historia desde comunidades raciales  (Gobineau, 1966).
  • Tradición: La costumbre ha sido considerada por numerosas sociedades como fuente de derecho o base  de  la  propia  sociedad más  allá  de  derecho  alguno.  Es  innegable  la importancia de la tradición en numerosos pueblos y sociedades. Seguramente en épocas muy   antiguas fue  el  primer nexo  de  unión de  un  colectivo   humano como  modo de configurar una  propia identidad y cohesión social. La antigüedad de la tradición o de una costumbre se entendía como  una  manifestación de su validez y utilidad social, por  lo que aumentaba su peso  y fuerza. Especialistas de  una  comunidad podían aparecer como  los representantes de la tradición, con la consiguiente autoridad que se atribuye a su persona.

Conclusiones

En  el  presente texto  hemos señalado algunas  ideas  que  podrían  constituir un  primer acercamiento para  el intento de definición y concepción de una  historiografía anarquista, que  pueda aportar abundantes y valiosos  elementos de análisis, interpretaciones e investigaciones de las causas  del desarrollo histórico. No es un  trabajo  imprescindible: al fin  y  al  cabo,  la  producción  historiográfica sigue  su  curso,  se  investiga y  se  obtienen resultados, bien  o mal  interpretados, pero  disponibles para  el lector.  Existen  numerosos historiadores del  anarquismo. Pero  creemos que  respondemos a la sensación de  muchos investigadores  que,   desde  la   perspectiva  libertaria,  se   sentían  extraños  dentro  del panorama general en la Historia al ver que se centran en un elemento que no interesa tanto a las otras  historiografías como  es el poder y la libertad y, por  ello, no se reconocían bajo ninguna  corriente. En  general, eran   irremediablemente  señalados  como   parte,  más  o menos heterodoxa, de la historiografía marxista o del materialismo histórico. Creemos que con  el  presente  trabajo   podemos  situar  mejor   una   referencia,  un   enfoque,  que,   sin embargo, siempre estuvo ahí.

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Fuente:  Estudios. Revista de Pensamiento Libertario No. 4. Volumen 4. Año 2014-2015. Edita Secretaría de Formación y Estudios del  Secretariado Permanente del  Comité  Confederal de la Confederación Nacional del Trabajo. CNT-AIT. Pp. 69-83.

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