COVID O EL FASCISMO: La precarización y exclusión del espacio público en Monterrey

Jaime Sánchez-Macedo

El pasado 4 de julio en el sitio oficial de Facebook del Parque Fundidora se informó que a partir de aquel día el acceso al espacio público quedaría restringido temporalmente para niños, adultos mayores de sesenta años y personas con obesidad, por tratarse de la población más vulnerable al Covid-19. Si consideramos que en Nuevo León más del 30% de los habitantes sufre obesidad de acuerdo a la cifras de 2017 del Observatorio Mexicano de Enfermedades No Transmisibles, sumando además a la cantidad de población infantil y de adultos mayores, tenemos que por una decisión de un organismo público se ha decretado la exclusión de más de la mitad de la población del que sin duda es el espacio público con mejor equipamiento e infraestructura del estado.

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Aunque parezca exagerado, ponderar que la única solución a un problema de carácter público, por más complejo que éste sea, consiste en la exclusión y discriminación de la población recuerda a las más terribles experiencias de la Alemania nazi y la Italia fascista. Más aún, incluso el pensar que es exagerado comparar tal medida restrictiva, aunada al toque de queda, limitación de transporte público y otras decisiones tomadas por el gobierno de Nuevo León, con respecto al mandato de Hitler y Mussolini tendría que ser también un motivo de alarma. En el fondo lo que prevalece es la idea de que el fin justifica los medios y que, en cuanto el riesgo pase, la vida volverá a las dosis normales de intolerancia a las cuales ya nos hemos acostumbrado. 

No es poca cosa que, sin tapujos, se dicte la exclusión de una parte importante de la población de un espacio cuyo carácter público ha sido desde siempre cuestionable. En años anteriores en el Parque Fundidora se han instrumentado –o al menos permitido– prácticas de discriminación en su interior, comenzado por la exclusión simbólica de los ex-trabajadores hasta la privatización temporal o permanente de grandes porciones del espacio, así como las medidas de revisión enfocadas únicamente en los visitantes viandantes. Tomando en consideración tales antecedentes, lo que sucede con el Parque Fundidora no es la adecuación del uso de acuerdo al mundo pandémico, sino más bien la revelación de la verdadera política del espacio público en Monterrey, aquel que sólo es público cuando de pagar el acceso se trata y que se reserva el derecho de admisión para quienes considera como no deseables.

A principios de este año se estrenó para la televisión francesa el documental No se nace gordo (On achève bien les gros, 2020) dirigido y narrado por la escritora Gabrielle Deydier. En él, Deydir hace un adelanto del tema de su siguiente libro Métabo, que trata acerca de un futuro distópico en el cual se sanciona el sobrepeso de las personas. Tal parece ser que Monterrey ha dado un paso de avanzada hacia aquella realidad imaginaria, comenzando por el espacio público donde hace un par de años, en 2017, se celebraba sin ningún reparo el Festival del Gordo como parte del alud de eventos privados que hasta antes de la cuarentena se llevaban a cabo.

¿Qué hacer entonces? Lo primero es reconocer que la gran demanda que tiene el Parque Fundidora responde no sólo a las características del lugar, sino a la carencias de gran parte de la ciudad donde no hay más espacio público que la calle o las célebres “placitas”, sin un equipamiento que se compare al de la antigua siderúrgica. Lo segundo sería no permitir que la pandemia se convierta en el pretexto para que el gobierno ponga en práctica un estado de excepción, ya que el escenario que se busca plantear es que de no acatar las políticas se estaría optando entonces por la catástrofe: Covid-19 o el fascismo, recordando aquella desatinada frase con la que el escritor Carlos Fuentes defendiera al régimen del presidente Luis Echeverría Álvarez. Finalmente, para la clase gobernante tal vez parezca un sinsentido que en pleno pico infeccioso se amplíen las banquetas, se coloque más arbolado, se embellezcan y se equipen las placitas más allá del primer cuadro de la ciudad, sin embargo, lo que es un verdadero sinsentido es que se discrimine y se excluya con el pretexto de la seguridad y salud pública. 

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Pies de foto:

  1. Colectivo Estética Unisex, Fundidora S.A. Ciudad Invisible, apropiación de imágenes del acervo de la Fototeca Nuevo León, 2011-2018.
  2. Captura de pantalla tomada del 4 de julio del sitio oficial de Facebook del Parque Fundidora. La publicación fue modificada inmediatamente después para sustituir la palabra “obesidad” por “personas vulnerables”, posteriormente se eliminó del sitio.
  3. Liza Michelle Monter Arauz, Viandantes en el espacio público del Centro de Monterrey [Félix U. Gómez y Washington], 2016.

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