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Desde la clandestinidad: una crítica al canon decolonial
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El «decolonialismo» solo es útil al Estado Multiétnico. Transforma los principios de autodeterminación bajo el fantasma de la soberanía nacional, lo que equivale a decir un poder emanado del pueblo. La referencia a la identidad, parafraseando a Camilo Berneri, es una empanada enciclopédica de términos politizados por la izquierda; una hibridación de teorías del sujeto y de estudios culturales que jamás fueron concebidos por lengua originaria alguna. Luego entonces, dichas lenguas no comparten la misma experiencia ni cultural ni histórica. Si hay algo así como una “identidad” es una cuestión que solo los pueblos originarios pueden enunciar.
Hubo un punto en el transcurso que estos problemas se trataban como Teoría del subdesarrollo, Metrópoli y periferia, incluso se llegó a hablar de Subalternidad, y como no, Anticolonialismo, entre otros. Si aquellos marxistas que lo desarrollaron tenían razón, es cosa también aparte; con todo, el referente latinoamericanista nació de esta mescolanza que tuvo que llamarse con tono irónico y despectivo lumpenburguesía –para señalar el estado marginal de la acumulación capitalista en aquéllos países latinoamericanos recién surgidos de periodos revolucionarios en el siglo XX, ya criticados y denunciados por participar en la formación histórica de las clases nacionales. En cualquier caso, la vida independiente de los países latinoamericanos requirió la reorganización de su burguesía nacional y sus capitales extranjeros.
La politización de estas teorías tuvo su mayor auge durante los sesentas; fue el mayo 68 coincidiendo con la contracultura y demandando el retiro de los ejércitos colonialistas. En contraste, el anarquismo se reorganizaba en el Congreso de Carrara, otros tantos más se coordinaban desde el exilio y un manifiesto rechazo a la organización formal, en el curso de los años, reivindicaría a los colectivos de toda índole. En todo este tiempo las “luchas nacionales”, los de “liberación nacional”, se han contradicho con los principios del anarquismo, no siendo la cuestión nacional sino la dirección política e ideológica de las clases explotadoras.
El éxito del imaginario izquierdista fue sustraer la abolición de clases de sus tensiones, replanteándose como un enfrentamiento de cosmovisiones coloniales y autóctonos, por mucho que todos estos se experimenten a través del trabajo y la segregación, no importando si fuesen compatibles entre sí en su núcleo religioso, en el apego nacionalista o en el residual enfrentamiento entre castas que todavía enemistan entre sí a los pueblos. Durante los últimos 50 años se ha visto que la ampliación de entornos financieros forma parte de las industrias terciarias comprendidas por las rentas y los servicios ofrecidos por el Estado así como los servicios corporativos de cualquier índole, sean de seguridad o trasnacional. Determina a su vez la formación profesional y especialización del trabajo; o bien, condiciona esa inacabable reserva demográfica de escuela trunca hecho para mantener los topes salariales y el régimen de subcontrataciones. En este panorama, la autodeterminación del sujeto y del territorio tuvo que abandonar la reorganización del trabajo para traducirse en la cultura nacional de los mercados.
El indigenismo aparenta haber huido del clasismo abrazando el poder del pueblo. En el proceso, descuidó el impacto de los análisis materialistas y por el cual la unidad del trabajo se corresponde a su grado de socialización, a la reapropiación de los bienes generados. Supone no restar fuerzas a un cuadro de masas civiles y de pueblos originarios que ya muestran su desgaste ciñéndose al carácter secular de las instituciones. ¡Como si los aspectos más generales de la socialización en los entornos sometidos a la explotación y al dominio de la esfera pública fuesen exclusivas a Occidente! ¡y como si tal esfera pública no se constituyera por las interdependencias del trabajo!
En consecuencia, la cuestión laboral pasó a un término relegado del autoconsumo, de la economía familiar, del sostenimiento del hogar, acaso para la integración social de la milpa y el ejido, esa mágica resiliencia pero muy material de las redes de apoyo. Aún quedaba mucho por diluirse junto a esa abstracción llamada “cultura obrera”, “cultura proletaria”, como un eco lejano de Genaro Vázquez y de Lucio Cabañas. La base material que se externaliza como colectividad se volvió un aspecto interior de las personas, excluyéndose del dominio público, polarizándose junto a los exorbitantes análisis macroeconómicos. Fue desde esta dimensión transnacional que salvajemente se abrió la política interna de las sociedades agrarias; y con un modelo extractivista para política exterior. Con el fracaso de la política nacional, con un desigual desarrollo industrial, el sujeto es resignificado de manera intrusiva, cual sea su condición indígena o civil, profesionalizándose para la degradación del trabajo.
El estancamiento del espíritu revolucionario se explica por esta constante degradación de la unidad social que el trabajo moviliza, más cerca de ser entendido por un relativo colonialismo entre “urbanidad” y “ruralidad” que por el sostenimiento estructural entre clases explotadoras y explotadas. El hartazgo es evidente en las revueltas de Colombia, Indonesia, junto a la fatal desunión entre los pueblos originarios de México. Ecuador debería ser paradigmático: tras 20 años de gobierno indigenista y 20 años de reconocimiento entre pueblos ¿cuál de estos dos procesos quedó a la sombra? Y sigue sumando. La identidad resultó ser un manante flujo de capital cultural saqueado desde la contracultura, las editoriales, carreras académicas, festivales municipales, reconocimientos públicos; otro botín para la industria de servicios a través de subcontrataciones y turistificación; y otro botín para los partidos políticos.
El recurso del sujeto histórico vino a resignificar al poblador, pero esto solo tiene sentido para confinar la conceptuación entre individuo y colectivo. Nunca habrá un lenguaje suficiente ni superior a otro que capture sus voluptuosidades: “individuo”, “sujeto”, “colectivo”, “comunidad”, apenas son rudimentos de un homínido que apenas aprende a caminar respecto a la edad geológica. Quienes redactan estas líneas han tenido experiencias con Nahuatlos, Mazahuas y Mixtecos, y no es posible desarrollar aquí lo distinto que se ven ellos mismos como personas respecto a otras etnias y el sensible papel que tiene enunciar el sujeto y su comunidad en su propia lengua. En esencia, es un producto de castas y de clases, desempeñando un papel crucial en la marginación social con que se autorrepresentan ellos mismos. Su unicidad como personas no es experimentada con plenitud, salvo aquellos casos que lograron instruirse y salir del círculo vicioso de la revictimización.
Cuando expresan conciencia de sí mismos, resulta que los Nahuatlos eran confederaciones; que el Mazahua en realidad se llama a sí mismo Jñatjo, y que el Mixteco son linajes distintos que se reconocen como Nuu’savis. Entre los propios mayas hay variantes étnicas con importantes diferenciaciones. Ante esta franca y exquisita diversidad, cualquier “identidad” es algo que solo los pueblos pueden suscribir. No es, pues, ninguna grosería ni escandaloso afirmar: si más de 50 lenguas “mexicanas” no suman una sola unidad nacional es porque tampoco conforman una “identidad” indígena, eso solo existió en las aporías de la soberanía nacional.
Tras su incorporación a los procesos económicos, y la consecuente marginación de clase, se trastoca la mayor característica del trabajo colectivo, como el tequio, a otro de naturaleza impersonal, tal y como son las relaciones patronales y de gobierno. Anula, pues, el trabajo útil como realización del individuo y su colectivo; rompe con el tejido de relaciones que constituyen, por ejemplo, el manovuelta, la reciprocidad entre las comunidades mixtecas y triquis. Como resultado, las políticas indigenistas han desactivado la crítica de su exclusión de clase. Desde los dominios patrilineales al mundo laboral, las prácticas indígenas se fragmentan en las oficinas del INPI, en el espectro de la política clientelar hasta en los servicios ofertados por las ong’s, con excepción de la irreprochable labor de las defensorías.
El autonomismo que muestra su rechazo a esta cuestión de clase entendió perfectamente que, junto a las jerarquías religiosas, el patrioterismo, las disputas entre pueblos, y la presión de las mayordomías donde ya resultan impracticables, entrañan la reproducción del dominio, y son absolutamente autoritarias. Por ello conviene replantearlo en el entramado de una falsa naturaleza nacional y cultural ¡solo para olvidarlos acríticamente en su tradicionalismo! Caracterizar estas relaciones de autoridad en las respectivas lenguas originarias y poder identificarlo es condición primera. No será posible hablar de “identidad cultural” si el despojo y expoliación son condición mínima de existencia como tampoco habrá autodeterminación si no se están incorporando los razonamientos surgidos del léxico y semántica de los respectivos pueblos.
Antes de reevaluar concienzudamente los medios y modos de existencia a la luz de la explotación de clase, valdría reivindicar un grado de incognoscibilidad, una región ignota del “sujeto”, de la “comunidad” y del “territorio” (cfr. Klee Benally, Unknowable: against an indigenous anarchist theory); o bien, unos supuestos mínimos y suficientes que sí hacen a lo social, que sí hacen a lo individual, y con los cuales extender los fundamentos de la cultura y el trabajo. El capital no es capaz de producir ningún sujeto, eso es el dominio del hombre por el hombre, esa es la marca de identidad del sujeto conquistado: –el capital es nada menos que una crisis que se instrumentaliza desde el sujeto a la cultura, desde la cultura al sujeto. De aquí el aparente choque, y corresponderá a las comunidades enriquecer estas discusiones, si tal cosa fuera de su apetencia.
Por lo demás, nada de esto tiene que suprimir usos y costumbres, modos de vida o el valor de las cosmovisiones. Tan solo las jerarquías que impiden transformarlas y se convalidan con los totalitarismos de izquierdas y de derechas.
A modo de conclusión, se sugieren estos puntos a considerar:
- Devolver la atención al régimen de castas que concentra los aspectos de la marginación y el despojo. Es un resabio evidentemente estructural que no se detuvo ni con la Colonia, ni con el Porfiriato ni con la pacificación posrrevolucionaria: alberga la autoridad patrilineal que transfiere la propiedad, sus cacicazgos, reaviva las disputas por la religión, conduce a la migración y recrudece tensiones entre pueblos.
- Que esta marginación es el espíritu de las contradicciones de clases, y este clasismo es el que determina el imaginario y relación de fuerzas entre los pueblos productores.
- Los discursos de la identidad no es otra cosa que la conquista del sujeto. Mejor aún, exponen al sujeto previamente conquistado.
- Las movilizaciones anticolonialistas corren el riesgo de desatender la contradicción de clase y de castas en general, desplazados por los discursos de la cultura y la identidad.
- El anarquismo reintroduce la cuestión de clase como la participación del individuo en la riqueza colectiva: aspira a la abolición de clases, no a fronteras entre identidades.
- Intensificar los esfuerzos de la propaganda por señalar las aporías de aquél indigenismo construido desde la nación y el poder popular. El autonomismo seguirá su curso. Restarle fuerzas a la organización indígena es falacia: la dignidad solo es una y la propaganda anarquista divulga, expone, convoca, pero no fuerza a nadie.
- Lo “indígena” es un concepto que debe ser destruido: nació con el exterminio colonial y morirá con la última persona autodeterminada. Será de las obras más hermosas de destrucción que los pueblos del todo el mundo realicen. El anarquismo ha generado ya el ánimo y las herramientas para este esfuerzo.
- Cualquier alianza o movilización con grupos de corte marxista, estatista así como ong’s surgidos del empoderamiento, deben ser considerados temporales.
¡No decolonices, mejor socializa!
¡La diferencia entre mestizos y autóctonos tan solo es de clase!
¡La identidad no puede ser mapeada del todo!
¡Lo estrictamente individual y lo estrictamente colectivo son ficciones!
Desde el sur de las Californias

